sábado, 27 de enero de 2018

Tan sólo un huerto

Ajenos y libres, en sonora desbandada huyen los gorriones
sobre el alto muro, quebrando con sus alas el silencio del monacal recinto.

Cargados de su fruto, amarillan los limoneros el pardo huerto, y en el medio,
imperioso, de sus hojas desnudo,
emerge la figura de un nogal, cual rey
que descoronan.

El gallinero, la pocilga, los palomares, que en días antiguos diesen a la orden su sustento
en su abandono son ahora almacén de losas viejas, aperos de la huerta, cacharros en desuso.

Huidos los pájaros torna el silencio absoluto. Ni la sierra es aquí visible tras los vastos muros. Mas sí esta tierra que piso, materia primigenia del origen del mundo. Ella ya era aquí antes de todo, ajena y libre, cual los pájaros, a toda fe, dotando hierba y abrigo al animal remoto.

Vuelven mis ojos a detenerse en la pared de piedra, y recuerdo,
cuando niño, en días azules y felices, elucubraba desde afuera cómo era, qué habría. Misterio y magia en las mentes infantiles, que gracias a mi oficio, andando el tiempo, cual pértiga me hiciese saltar el grueso muro.

Buscar quisiera hoy si pudiera aquel niño imaginativo, sacarlo de su duda, y decirle con ternura que tras la alta pared que allí veía, tan sólo un huerto, un huerto había.

miércoles, 17 de enero de 2018

La joven abeja

Vuela y revuela la joven abeja del
tallo marchito por alrededor.

Perdida y confusa, vuelta tras vuelta
en vano en el aire queriendo libar,
abyecta y nerviosa con sediento ademán
busca su lengua el preciado néctar con fogoso afán.

Mas olvida su sed, y en lugar de rendirse insiste tenaz.

Voltea y revolotea como loca la abeja,
y su boca de estopa se topa
una vez y otra más
con el frío vacío que dejó su flor.

Ajados y lacios del suelo unos pétalos
la abejita vio.
Marchita en la tierra ésa era
su flor.
Lamentóse al sol,
a la nubes, a la peste que sube tan fuerte de muerte
de su tierno amor.
Tan lustrosa y fragante, tan tersa su piel,
tan bella y vistosa, tan hermosa ayer.
¡Qué diablos, qué rayos, qué inmunda alimaña sin flor me dejó!

Compungida y herida en el alma,
no entrando en razón
con calma fatal al panal regresó.
¡Qué ocurrió,
qué pasó, quién murió! Desde dentro
al unísono esa voz se escuchó.

La abeja dolida su madre buscó,
la encontró,
y en sus alas cual brazos lloró
ríos de lágrimas
que su madre lamió.

No llores mi niña, no llores mi amor.
Las flores del campo, el potro
y el azor, la arpía serpiente con diente
que vierte su veneno atroz,
la pulga y la espiga, el buey y el león,
la enorme palmera que hiere los vientres
con sus altas ramas del cielo y de Dios
seres vivos son todos. Todos seres vivos son.

La vida es un tiempo con meta final. Y todo ser vivo aunque duela, con mimo
y paciencia lo comprenderá.

Pues dime mamá. Si yo soy ser vivo pues viva me siento cuando echo a volar... ¿También tendré yo mi final?

Como el amor y los astros que en noche estrellada por el cielo van;
como los ríos caudales que inundan los valles con gracia y salero de vistosidad;
como los dioses; como los ángeles;
como arcángeles y querubines y los serafines;  como el sol y la luna que alumbran lucientes las sendas oscuras de tierras y mares donde quiera que vas;
como la brisa de abril
que trota sin prisa y sutil entre los maizales y por el olivar...
Tú no, mi niña. Tú no.
Tú eterna serás.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...