sábado, 16 de diciembre de 2017

Diré cómo nacisteis

Muchacha que imagino
dos puntos
Llevo varios días pensando
en ti
por eso he decidido escribirte
antes de que te esfumes para siempre
de mi mente
si se esfuman las cosas reales
ya ves tú

Si por vergüenza o respeto
si por falta de inspiración
si hay cosas que deben decirse justo cuando
llega la ocasión
bien
ahora es el momento

Tal vez no me conozcas
ni yo a ti, es sólo que te he visto
sola
paseando por una calle pudiera ser San Eloy
y comiendo algo parecido a un bocadillo
envuelto o medio envuelto en una servilleta de papel pudiera ser esa tarta vegetal que en realidad no es cara una porción
pero sí para ti niña muchacha pobre de la calle y sola pero que te hace hoy sentirte
como una más

No te conozco ya digo ni tú a mí pero me duele cómo muerdes a bocaditos tu porción de tarta alargando lo más que puedes tu placer prohibido durante puede que siempre
y miras al cielo más que a la gente los transeúntes que pasan indiferentes porque hoy el cielo como esa tarta también es para ti

No eres fea eres bonita si supieras me dan ganas de abrazarte te lo juro o contarte un  cuento el mejor del mundo si borrara con eso y para siempre lo que tus ojos esos dos luceros hoy tratan de esconder

Disfruta ahora ese tu placer prohibido alárgalo cuanto puedas no sé adónde te diriges como tampoco sé dónde se dirigen los demás transeúntes

no sé por qué este dolor por ti
en serio

Ya ves si me duele que me cuesta incluso despedirme de ti por carta
carta que lanzaré al espacio pidiendo un deseo. Sé que no te sirve que esto no es más que un inútil rezo o un charco de lágrimas sólidas
pero qué hacemos

He
de dejarlo aquí sí tan pronto
antes de que todo se reduzca a un bonito texto del que tal vez
pueda sentirme orgulloso
y tú
dejes de dolerme.

Atentamente
Alguien a quien le dueles aunque sólo te haya imaginado.


viernes, 8 de diciembre de 2017

Tiempos modernos

En la fábrica de personas normales todos sus operarios, incluido el jefe, no son normales. Ellos se consideran a sí mismos supranormales.

La fábrica es enorme, y crece continuamente. Tiene jardines en la entrada dotados con modernos sistemas de riego y la zona de administración es más grande que la fábrica en sí. Tiene secretarias y secretarios con trajes de buen corte y perfectas sonrisas. En las oficinas sus paredes verticales muestran lienzos horizontales de ladrillo rojo adornadas con macetas con plantas de color verde, y todo está minuciosamente pensado y ordenado, de tal forma que en el rincón de la sala de espera donde está la mesita con las revistas para el cliente, no quepa la mesita del rincón de la sala de espera donde están las revistas para el proveedor; que en el perchero para los sombreros no quepa una gorra, o que la máquina dispensadora de cafés no oferte café con el doble de azúcar.

El jefe es persona sensata y amable. Hecho a sí mismo. Apenas fue a la escuela, pero sabe sobre mucho. Compra en subastas cuadros buenísimos porque son muy caros. Sabe que más de diez sirvientes trabajan en su casa. Sabe que en su casa hay una mujer y seis niños y paredes donde ve colgados los cuadros que compra en las subastas. Los domingos juega al golf con su director gerente y su asesor financiero. Luego, después del torneo, en el mesón El Fogón de Chus-Rasco, se les une el alcalde y el director del banco con quienes conversan distendida y confraternalmente, sin percatarse a veces, de tan ensimismados entre sus serios asuntos, que en ocasiones es un mono adiestrado el que lava los servicios. Luego paga y se va a casa ansioso de que amanezca el lunes.

Secretarios y secretarias viven en bonitas casas adosadas con barbacoa y columpio, todas idénticas salvo en los nombres escritos sobre los buzones de correo de la entrada, donde nunca llega la publicidad ambulante, pero donde nunca faltan las cartas del banco. Amplios parques de majestuosos árboles sin nidos ornamentan y abrigan este tipo de urbanizaciones, tan tranquilas.

El resto de operarios son más de verticalidades y agrupaciones. En altos bloques con ascensores divididos en plantas y apartamentos viven todos juntos. Todo es muy democrático y común, todo es compartido y disfrutado al unísono. También todo es muy similar en parte a las casas de los secretarios y secretarias en lo que a epístolas se refiere: aunque aquí sí llega la publicidad ambulante sobre ofertas de choped y lechugas, sí que también nunca faltan las cartas del banco, ni las de la telefonía móvil, ni las del seguro de la vivienda, las del seguro del coche, las de decesos, las de internet, las de electricidad, las del gas, las del agua, y en algunos casos las de las televisiones de pago, las de Círculo de lectores, las del ordenador comprado a plazos y las de la colección de coches clásicos en miniatura.

Todo es perfectamente perfecto en la ciudad de la fábrica de personas normales. Los trenes salen y entran puntuales de la estación y parte del producto de la fábrica mantiene limpias las calles y cambia las bombillas fundidas de las farolas, desatasca las cañerías obstruidas, o barre las hojas secas de los árboles en otoño para que no parezca otoño.

Una tarde de primavera, ya bien pasada la hora del cierre de la fábrica, un niño pasea junto a su abuelo y su globo atado al dedito, pero al tropezar con una piedra se le desata. El globo sube hacia el cielo y una lágrima baja hasta el suelo, aunque tampoco llora mucho, se lo toma a bien, porque había leído en un libro de su padre que los globos están llenos de helio, que es un gas menos denso que el aire, pesa menos, es decir: que la fuerza de gravedad... en fin, todo eso sabe el niño.

Pero el resto de habitantes de la ciudad, en un mágico y al alimón asombro corporativo, en una descomunal comunidad de bocas abiertas y ojos absortos, desde el jefe en su mansión, el secretario en su casa adosada, el empleado común, el alcalde y el banquero y todo el producto de la fábrica, unos desde sus ventanas, otros desde la calle, pero todos sin excepción contemplaron, embobados y mudos, cómo aquella bola roja cruzaba por los aires la ciudad de parte a parte y se iba haciendo cada vez más pequeña, cada vez más pequeña, cada vez más pequeña, hasta desaparecer por completo, libre y solitaria, en la lejanía.


viernes, 17 de noviembre de 2017

Cuenta la historia

Cuenta la historia que hubo una estrella que lloraba por querer ser estrella, que ya lo era, pero de mar, que no lo era. Y no por capricho, sino por pura pena y angustia.

Dicen los científicos, y habrá que creerlos, que si una estrella de mar pierde uno de sus brazos, le vuelve a salir. Por ello lloraba nuestra estrella, porque un día, y sin saber cómo ni por qué, algo en su cuerpo brilloso notó que le faltaba. Una de sus puntas, si por falta de calcio, si de alguna vitamina, le había desaparecido.

Reíanse de ella las otras estrellas, que es cosa muy común el mofarse del defecto ajeno. Eso es así en el cielo como en la tierra, como dijera Cuerda. Y ella lloraaaba y lloraba. Y lloraaaba y lloraba...

Pero la historia es larga, y con esquinas. Que es en los vértices del tiempo donde la diosa fortuna hinca sus uñas o roza con sus plumas.

Rodó y rodó y rodó la punta errante de la estrella entre planetas y cielos. Y volaaaba y volaba, y volaaaba y volaba, y allá un cometa, y allí un lucero. Y ahí un planeta, donde de pico fue a estamparse contra los riscos de un cerro. Y se hizo añicos. Rutilantes añicos de punta de estrella tan blanquitos y tan bonitos quedaron derramados en la ladera a merced del tiempo en aquel paraje extraño.

Después de siglos y siglos de solano y más solano y otros mágicos fenómenos, fueron moldeando caprichosamente aquellos trocitos de estrella, convirtiéndolos poco a poco en diversas figuras y formas. Los más grandes ya se asemejaban un poco uno a una torre gallarda, otro a un torreón, otro muy amplio a un convento, otro a un palacio, varios parecían como iglesias, y los más chiquititos casitas de pueblo.

Una tribu errante que andaba por los caminos divisó esto de lejos, y se acercaron a verlo. Al entrar allí y ver que estaba deshabitado, decidieron ocuparlo pero con la condición de que si un día llegaban los verdaderos dueños de aquello, se irían sin más contemplación.

Y allí se asentaron y fueron felices. Luego vinieron otras tribus. Unas eran buenas, otras no tanto. Y de la mezcla de todo nació la tribu que habita ese mismo lugar hoy en día.

En un momento dado de la historia del lugar, a una mujer del pueblo le dio un día por hacer una vieja receta de dulces, que estaban muy buenos. Aquello tuvo su éxito y cada vez más gente de allí se puso con las manos en el lebrillo a fabricar tan rico dulce, ya no tanto para el consumo personal, sino por vendérselo a los forasteros y ganar un dinerillo con el que criar a sus hijos.

Por otro lado estaban unas bolitas de cierto árbol que cosechaban y luego machacaban con unas enormes piedras de granito, de lo cual surgía un líquido espeso y amarillo que usaban para la elaboración de sus comidas dándoles un sabor tan sabroso y natural como exquisito. Y entre los dulces tan ricos y aquel líquido amarillo el pueblecito prosperó de lo lindo.

 ¿Pero... qué pasó con nuestra amiga la estrella? Dicen que desistió en su empeño de ser estrella de mar. Pero que de tanto mirar y mirar por ver si encontraba su punta extraviada desarrolló una enorme capacidad de visión. Tanto es así que un día mirando no se sabe bien adónde, si por algún instinto extraño que tengan las estrellas como le ocurre a las madres, tuvo la certeza de que aquello que brillaba allí abajo tan bonito era su punta perdida. Esto no calmó su pena por completo, pero la consoló bastante.

Le gustaba por ejemplo mirar hacia allí en primavera. Porque no sólo había afinado la vista, sino también el oído. Y con mucha atención escuchaba algo así como tambores, tambores y trompetas. Y de noche se apagaba todo pero unas figurillas con gorro blanco y vestido negro hasta los tobillos y con una especie de velas encendidas en las manos circulaban por la cima de aquel cerro, y detrás iba una figura subida en una mesa muy grande a la que parece que no le habían tratado muy bien. Otras veces, por mayo, se encendían unas luces más brillantes que el resto en un lado del pueblo y también otras diminutas que subían y se abrían con estruendo y eran de muchos colores. Esto mismo ocurría también en julio, pero en el otro lado. No está mal, dijo la estrella. Al menos divertido parece el sitio, y su gente no se ve mala.

Y bueno, pues ésta es un poco la historia de este lugar bendito, tan brillante y tan blanquito, donde unas veces hace calor, y otras fresquito.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Ese simpático nombre de perrita rusa


Desde lo alto de la copa del álamo negro se precipita el piar de un mirlo. Un ligero viento, ya levemente frío en los primeros días de noviembre, hace chirriar en lentos vaivenes el cubo de cinc colgado de un gancho. Alrededor del brocal del pozo da vueltas sin sentido una araña.

Trepa la humedad del patio igual que
enredadera por los pies descalzos de Natalia. Una carta por abrir tiene en su mano, y la mirada absorta en los insectos voladores del anochecer.

El aria primera de Las Variaciones es como un rumor de arroyo nacido en el interior de la vivienda. Rumor que inútilmente acaricia los oídos de la joven, abstraída ahora en una luna semioculta entre brumas pardas, las ramas de su higuera.

El tronido de un petardo proveniente de la calle le hace despertar de su embeleso y en un fugaz y sonoro aleteo huyen todos los pájaros del huerto, ajenos por completo a las fiestas que se anuncian.

De pronto el viento se encabrita, a la par que automáticamente hay un cambio de disco. Y suena Prokofiev, Obsession diabolique, en torrente, en cascadas, anegando toda la casa, el patio, saltando las tapias, sobrevolando la sierra, llegando hasta el mismo cielo, cielo donde esa luna está ahora oculta detrás de una enorme nube negra. Cállase el mirlo. Se balancea el cubo con más ahínco. Un torbellino de hojas secas y papeles rotos se eleva en mitad del patio, ya desierto.

Cerrada es ya la noche, y fría, tremenda, insoportablemente fría. Tan fría como una mala noticia del frente de Leningrado. O de Teruel. O como el resultado positivo de un análisis clínico. O como la notificación de un desahucio.

Alrededor del brocal del pozo continúa dando vueltas una araña, indecisa entre la luz y el abismo.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Tris es bis y otra vez


Tres cosas imprescindibles que hay que saber: no, no y no.
Aunque se pueden resumir en una sólo: azul.

Luis contempla desde la ventana de su dormitorio el arbolito del parque.
"Cuando alcance la altura de esos cables problemas tendremos. Chispazos, cortocircuitos, fuego, milagro sea que no haya que lamentar víctimas."
En su radio suena el "Hallelujah" de Cohen.

En esto que por la calle pasa Dorotea, montada en su bici nueva, que es blanca y naranja, de vuelta de la biblioteca. Poco le queda para terminar su tesis sobre "Simbología del enanismo en el siglo de oro". Su gato ha muerto.

Y mueren las hormigas de Francisca, una a una, diez a diez, cinco a cuatro. El último método del espray invisible e inodoro es infalible. Algo de mezquindad tiene la mirada de Francisca.

Por el contrario la Luna allá arriba como si nada fuera con ella, como si siempre...

Se desvanecen los dioses en su olimpo. Crece la ortiga.
Y hay gritos en el cielo y actos en la tierra.


lunes, 25 de septiembre de 2017

Casi madre

Inocentes y sencillos jugábamos junto a tu base. Castillo encantado, fuerte o
portería, todo lo eras.

Gallarda, erguídamente bella, casi madre, sabia y muda, nos mirabas. Fuéramos para ti como tu alegre consuelo, atalaya irreductible de tu pasado mínimo.

En la plaza el pozo, los naranjos, poyetes de piedra, vecinas platicando, dulce algarabía de niños y de risas, de combas
y de bolas, balones y elásticos, y al pasar la barca me dijo el barquero, y una viéjaja mató un gátoto con la púntata del zapátoto...

Fascinábanme tus higueras, allá en lo alto. Verdes equilibristas, escuálidas promesas que nunca fueron árbol,
y sin embargo
retando a las palomas igual que pájaros.

Mis intentos de escalada sobre ti, que nunca alcanzarían ni la mitad de mí.
El jardinero, de rostro serio, grande,
fuerte, viejo. Su manojo de llaves. Las llaves de tus puertas. ¿Y si se las robara?- soñaba...

El olor a tortilla por las ventanas, la luna en tu veleta, marcando la hora; y a correr, siempre corriendo, a ras de suelo, igual que golondrina anunciando la lluvia, Concepción abajo, camino de mi casa.

Y así un día y otro día, una tarde y otra más.
Pero adiós niño feliz. Adiós para siempre.

Desde el ventorrillo, primero recluta, soldado luego, qué palabra escribo que sea
la exacta, aquella que describa a la perfección mis ojos hacia ti en aquella curva: faro en la costa del mar de mis casas blancas, guía o farol, brújula del corazón que no entiende, semana tras semana, por qué de ti me apartaban. Caducas tradiciones de patrias y banderas.

¿Por qué te siento tan lejos si aún te tengo tan cerca?

El tiempo pasa. Y el niño y el soldado, y el joven enamorado pintando va canas su sien.

Pero qué tiempo es mi tiempo frente al tuyo, me pregunto. Aún debo ser abuelo
a la sombra de tu yedra.

Aquella de la guadaña cuando a mi puerta
golpee que me esparzan junto a ti,
-seas allá también mi luz entre las oscuras sendas de la triste, negra sombra-
al pie del muro torralbo,
en el naranjo verde
de la plaza de piedra.



  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...