viernes, 24 de julio de 2020

Y DARÁN SU VEREDICTO

Para cada agosto su Asunción y para cada acto su merecida y debida evaluación. Acto ejecutado y no evaluado es un absurdo, una vana avellana, un océano sin peces, un desierto sin oasis, un cielo sin Osa Mayor, un desprecio al tiempo que se nos otorgó, un deshonor a Dios, un fondo en saco roto de inversión en un banco en bancarrota.

Ociosos de lleno hasta el cuello en esta sociedad del ocio qué nos cuesta, decidme, qué nos vale ofrecernos retalillos de nuestro dilatado e inconsumible tiempo en calificar, puntuar, juzgarnos mutuamente nuestros más ínfimos actos como buenos conciudadanos complanetarios.

Una puerta de calle que se abre en la noche ya de por sí es mucho más que una simple puerta que se abre. Luz de zaguán que viola una porción de oscuridad de la calle. Señor o señora que asoma de cualquier forma vestimentamente hablando y calzadamente también. Ojos guiñados por la oscuridad, pues no sólo nos ciega la luz. Porque una calle en la noche no es cualquier cosa, es un túnel desconocido que de pronto y sin fondo se nos abre a uno y otro lado. Y hay que actuar con rapidez, y precisión, y cronometración, pues todo ha de calcularse. Hay que quitar platos, vasos, cubiertos y manteles según dicte la televisión con sus descansos publicitarios, vaciar desperdicios, fregar, secar, sacar la bolsa del cubo, atarla, a veces junto a la garrafa de lejía, o de suavizante, o de aceite (bien escurrido del todo en la garrafa nueva), bajar los escalones en chanclas o pantuflas según época del año, con sumo cuidado porque el sueño comienza a hacer estragos, hasta llegar al rellano final, al punto preciso, como el saltador de trampolín en el filito. No puedo errar. He de concentrarme. Ha de salirme perfecto. Van a observarme y a evaluarme. Hay mucho en juego... Y abre la puerta.

Mira a uno y otro lado, justo cuando una voz en off describe para imaginarios televidentes el lance, la ejecución, el desarrollo del ejercicio. Luego observa el punto exacto con mirada de tirador, de arquero, de goleador olímpico donde ha de clavar su bala, su flecha, su balón, su bolsa de basura... mientras que la voz en off va diciendo... Perfecta coordinación de extremidades... Bien en velocidad... Guau! con qué temple de voz consciente de las horas que son ha dado las buenas noches al grupo de vecinas que frescaban en la puerta siete casas más allá... A ese doblez de espalda para depositar la bolsa quizás le faltó un pelín más de encorvamiento... Pero señoras y señores... la ha clavado!  La ha clavado!... increíble... sin sobresalir de la acera... erguida la bolsa como un junto! Extraordinaria ejecución, sí señor (o señora). Esperemos la opinión de los jueces.

Jueces que en la acera de enfrente, alineados, bien vestidos, serios, sentados frente a la hilera de mesas con sus papeles y sus bolis y sus pizarras y una banderita en cada mesa: Irlanda, Azerbaijan, Guatemala, Canadá, Islas Cook, deliberarán, pintarán un número en sus pizarras, las erguirán, y darán su veredicto.

Jueces en realidad todos vecinos del mismo pueblo o barrio que una noche son jueces, a la otra voz en off, y a la otra sacan la basura, o guardan su coche en la cochera, o llevan al perro (o perra) a pasear, o sanean la nariz en su balcón, o liberan gases, pero con la seguridad de que su ínfimo acto no será un acto cualquiera y sin más, sino evaluado, juzgado, admitido o no en los irrefutables cánones de la sociedad.

viernes, 17 de julio de 2020

A VECES NECESITO

A veces necesito mirar el infinito
que existe en cualquier punto:
una mosca que llega y que se posa
en la cara de un libro.
Un mechero, un bolígrafo.
Mi reloj de pulsera en la mesa tendido.
Un flexómetro, un folio hecho un gurruño.
El taco de madera achicharrado
donde pongo en descanso cigarrillos.
O acaso sea mejor cerrar los ojos
y abrir de par en par a los oídos:
ni pájaros ni fuentes,
tan sólo el viento fuerte y repetido,
así va todo julio.
A veces un tractor a sus labores.
A veces un camión con mercancía.
A veces un taladro lejano que se impone ante los fuertes vientos
tractores y camiones.

Et c'est tout, mes amis.

Primavera promete, mas no se compromete.
He aquí su producto. Lo perjurado en mayo.
El fruto corrompido. El tedio y el hastío.

miércoles, 15 de julio de 2020

ASÍ TAMBIÉN YO CANTO

Nos estamos volviendo en universo.
Dime: ¿tú también lo percibes?

Dos trocitos de un todo diseminándonos despacio en la gran noche opaca, donde a veces, distantes, brillamos todavía.

Conocernos, ya era un separarnos, nuestro big bang. Los abrazos, los besos, dándose, eran ya pasajeros en viaje de despedida.

También en la Tierra, los continentes, las islas, fueron un todo fundado en actitud de ruptura y huida.

¿Qué corrientes de convección no dejan de desgarrar nuestra unión?
¿Qué tectónica de placas nos separa
hacia distintas derivas?

Somos tierra, somos cosmos, somos naturaleza. Y somos compromiso.

Pero el ave amazónica canta recuerdos de aquel Sahara fértil y frondoso.

Así también yo canto en mi órbita celeste con ecos de tu voz hacia el espacio.

lunes, 13 de julio de 2020

Se te transparenta el amor
tras tus finas frases de palabras claras.

Qué distinta es la luz
a través de sus alas de mariposa.

Tus palabras no caen sobre mí,
se posan como plumas delicadas.

Arropan mi corazón
con la fragilidad de la gasa.

Yo me abro, de pétalo a estambre,
para recibirlas,

lo mismo que una flor
a las abejas.
¿Por qué siguen sonando campanas si todo el mundo tiene reloj? Me preguntó esta mañana mi hija chica. A mí no se me ocurrió otra explicación ni comparación que la coca cola.

Eran las doce de este mediodía y sentados los dos en una escalinata a la sombra de una iglesia muy antigua comenzaron las campanas a tocar. El ángelus, le dije a mi niña. Eso qué es, me pregunta ella. Le dije que eso fue cuando el arcángel san Gabriel anunció a la virgen María que estaba embarazada, y que en su vientre llevaba al hijo de dios. Que según es tradición parece ser que esa Anunciación fue justo al mediodía, aunque otras versiones sostienen que fue al atardecer. Yo le hice mención también de un famoso cuadro en el que aparece un matrimonio de campesinos en medio del campo, dejando sus faenas agrícolas porque desde el fondo llega el sonido de las campanas de la iglesia del pueblo que se ve a lo lejos. Es la hora del ángelus, pero en ese cuadro es al atardecer. Entonces fue cuando ella me hizo su pregunta.

Yo le dije, tú sabes lo que es la coca cola, yo también, y creo que todo el mundo sabe lo que es la coca cola. Sin embargo esa marca se sigue anunciando. Y me dice ella: eso lo harán para que aunque la conozcamos, no se nos olvide y dejemos de comprarla. Yo le dije que a lo mejor por eso también siguen sonando campanas aunque todos tengamos reloj.
La plaza era un bosque humano. Yo era otro árbol más entre los árboles. No me sentí extraño. Yo agradecía el fresco de la mañana, mañana fresca de verano, el banco de piedra a la sombra sobre el que sentado todo lo observaba. La plaza era un hervidero de sonidos y olores y movimiento. Nada allí estaba quieto, salvo la fuente, fuente sin agua. La observé durante un buen tiempo. Me fijé en su diseño y descubrí el arte de construir fuentes. También estaban quietos los edificios, y los bancos, y las barandas, y los árboles, los de verdad. Lo demás todo se movía. Gente que pasaba, cruzaba la plaza, y luego se perdía. Creo que ya se han perdido para siempre. Un cicloturista hace entrada y apoya su bicicleta repleta de mochilas y trastos sobre un banco. El ciclista es un muchacho joven. Su cara muestra rasgos orientales. Se sienta sobre el banco, luego se levanta, busca algo entre las bolsas de su bicicleta. Dejo de mirarlo. La mayoría de los árboles del bosque humano eran mayores. Casi todos con su mascarilla. Los árboles de edades menores no se detenían en la plaza. Niños y niñas con ropa deportiva. Mujeres con carros de la compra. Algunas al cruzarse hablaban entre sí. Algunas mujeres jóvenes llegaban con sus hijos pequeños en los carritos. Dos de ellas se sentaron cerca. Primero una con su hija, luego otra con la suya que llegó justo al irse la anterior. Esas dos niñas fueron como mi visión de que aquel bosque estaba en continua renovación. Yo sólo miraba esas niñas, aunque también sabía que el empedrado del suelo y la iglesia y la plaza de abastos y el ayuntamiento y el casino eran cosas muy antiguas y llenas de historias y personas que por allí han pasado pero que hoy ya no están.  Me embrujaron esas niñas. Lo demás era como secundario. La primera porque tenía una cara que no podía ser más bonita, nariz chata y ojos verdes, que se caía cada dos por tres intentando caminar. Yo pensé que aprender a caminar sobre aquel suelo deforme y duro era un buen ejercicio para ella. En un descuido, madre e hija ya no estaban. Entonces llegó la siguiente. Madre joven también, y la hija un pelín mayor que la anterior, pero más chiva, más inquieta, un pequeño torbellino dentro del bosque que acabó por embrujarme por completo. Sentó a su muñeco en el banco de piedra, le daba agua de beber, parece que "su hijo" no quería agua o no estaba conforme con estar allí porque la niña, que todavía no sabía hablar, no hacía más que cogerlo y cambiarlo de sitio pero con malos modos, como cuando las madres están hasta el moño de su niño patoso que no para de dar la lata y ya no saben qué hacer para que esté contento. Con un espectáculo así ante mí me sentí olvidado de todo. Entretenido y relajado al máximo. La niña a veces me miraba y sonreía mostrando sus escasos dientecillos. Pero también llegó la hora de irse. Y se fue. Creo que ya también se ha ido para siempre. Mi hora también llegó. Me levanté y me fui de allí. Al pasar junto al cicloturista me fijé en la cantidad de pegatinas de su bicicleta, todas o eso me pareció eran de banderas. Pude ver la de Gran Bretaña, creo que la de Escocia, y sí vi con claridad la de Euskadi. Había más, estoy seguro, muchas más. Y allí quedó todo. Allí quedó aquel bosque humano. Ahora mismo recuerdo el frescor allí sentado a la sombra, y cierta pena o algo parecido de que aquella fuente no estuviese echando agua, como buscando otro punto más de perfección. Todo era idílico. Olía a churros y a tostadas y a café. La gente iba y venía. El sonido de los coches tampoco era desagradable.
La canción del colibrí
vuelve a mí, suena y se va.

Relámpago colibrí,
amorosamente acuático.

Sin un principio ni fin,
la canción del colibrí.

Como si Apolo tañera
su lira entre las aneas:

onda redonda y armónica,
sobre la cara del agua,

vuelve a mí, suena y se va,
la canción del colibrí.
Qué fácil escriben haikus perfectos los suspiros, las bandadas de pájaros, el rumor de los ríos.

El llanto, la risa, el trueno, el arcoiris.
El beso, una noche de feria.
Unos ojos que se cierran.

El temblor de las tripas.

El berrido del chivo recién nacido.

La piel que se eriza de buenas a primeras,
y no sabes por qué.
Qué sencillo si toda la felicidad
estuviese en un plato de calamares,
y saludar desde tu mesa
a conocidos que pasan por la calle alumbrada de farolillos.
Y te ven ahí, con tus calamares y tu sonrisa
y eres como otro más en la feria de vuestro pueblo.
Pero tú sólo alcanzas mitades de felicidad.
Los calamares, la mesa, tus conocidos, los farolillos, se pierden al chocar con tu falsa sonrisa de aparentar uno más en la feria.
Qué sencillo si toda la felicidad
estuviese en un plato de calamares.
No escribirías poemas, dormirías mejor,
tu piel estaría limpia.
Pero te empeñaste luego de haberlo sido en ser rosa perpetua, no admites simulacros, y es lógico que añores la protección que ofrecen los platos de calamares y olvidar tantas cosas.
Tu voz perfora el tiempo.

Se elaja más allá
de los ciclos de la tierra.

Por su raíz fecunda y poderosa
aún perdura esta rosa.

sábado, 4 de julio de 2020

SENDEROS SOBRE LA NIEVE

Dame tus pedazos inservibles.
Ésos que nadie te reclama.
Con ellos empedraré
senderos sobre la nieve.

El cactus sobrevive con lo mínimo.

Yo te devolveré tapices de escenas mitológicas,
canastitos de mimbre llenos de conchas del Mar de Java,
morrales de piel labrada con especias de Ceilán.

Un catalejo que te acerque las estrellas.
Una barca, un columpio, un moisés
que te acune y te meza en la alborada.

viernes, 3 de julio de 2020

DEBO HACER ALGO

La materia se me evapora.
Debo hacer algo.
Construir algo.
Dejar señal de algo.

Mis niñas crecen.
He de hacer algo.

Que cuando lo vean sientan algo así como unos labios
que aún pueden besarlas.

Poemas, algún libro, algún cuadro quizás.

Excavaré el papel con empeño campesino,
no dejaré en paz a mi cabeza.

O quizás algo más les dejaré,
una especie de manual con dos o tres consejos.

Que la palabra relojero puede llevar a engaño,
pues no es igual construir que reparar relojes.

Que un vestido, todos los vestidos, son un conjunto de hilos.

Que el bosque siempre está necesitado de más árboles, y os aceptará, pero para la propia protección del mismo bosque, y así perderéis vuestra identidad.

Así que sed constructoras de vuestros relojes, descomponer cada cosa en los hilos que la componen, y no pertenezcáis demasiado al bosque.

AMANECER EN LA PLAZA

Una melodía en el recuerdo
ya no precisa instrumentos.

En la plaza el sol enciende árboles,
jazmines, el agua de la fuente.

En la plaza, el sol enciende en las cosas cierta música encerrada.

NOCTURNO EN EL MANANTIAL

Un coro de gigantes
danzan y cantan.

Y el son del agua.

Tienen largas melenas
de plata y esmeralda.

Y el son del agua.

El fondo del escenario
es una honda cueva apagada.

Sólo las candilejas
hacen brillar sus barbas.

La noche es un laberinto
con miles de salidas y de entradas.

¿Siento miedo? Tal vez no.
Porque los gigantes danzan.

¿Qué siento yo? Sólo amor.
Porque los gigantes cantan.

Desde sus altas bocas cimbreantes
cae una nana como inocente cascada
que me mece y que me abraza.

Entré muy triste al teatro.
Los gigantes me calmaron.

En mi habitación a solas
luego pinté garabatos.

Los gigantes dieron alas a mi voz
prisionera en una jaula.

Amor, amor, amor mi voz canta
hoy por los cielos de la mañana.

NACES DE MÍ

A veces naces de mí como una flor,
voluntaria y espontánea.

No hay nada que hacer.

Sola y natural te abres sobre mi piel y yo siento tu perfume y eres prácticamente tangible.

Extasiado ante el misterio,
huelga todo intento de comprensión.

Tu aroma y tu color son un océano
donde me baño y gozo. Donde olvido
el dolor acunado entre tus pétalos.

Y TODO SERÁ EN VANO

El día que me faltes
tendré cara de malva.

Y cantarán los mirlos
sobre altos cipreses.

Y agotará la lluvia
su fértil trapisonda.

Y todo será en vano,
la tierra y la semilla.

Porque aunque tú no estés,
mientras mi sangre corra,

serás el acueducto
que abrevará mi vida.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...