miércoles, 27 de diciembre de 2023

 Invierno. Vale. Apenas llueve. Ya no huelen las calles a molienda oleícola. Hace mucho que ya no.


Vale. Pero es invierno. Hay lavanderas piando allá fuera. Y es blanda la tierra por el rocío. Es una madre vieja, la tierra, en estas alteraciones huérfanas de costumbre. Aún te quiere.


Pero,

tanto sol, aún, sobre mí, tanto verde alrededor.


¿Para qué?


¿Sobro?


Mi materia presta está para el futuro. Mas no mi ser.


Hiende la tierra.

Hiende la tierra.


Como una voz, senil, oigo pedirme.

 Ni eternos como el tiempo o la materia universal.


Sino humanos, falibles y finitos.


¿Alguien puede entender mi interés por las rosas, la mejorana, la lluvia y las palomas?


Miguel, depresivo y escolar, compañero. Mirarlo fue mirarme. Su foto en el monte: espejo.


Dejadme por fin en paz. 

Y callad. O amadme si lo entendéis y uníos a mi propio vértigo.

martes, 19 de diciembre de 2023

 Mi poesía nace en mis ojos. 


Un niño, a la entrada de la estación, sentado sobre un rebate, comiendo una hamburguesa. 


El bocadillo, mordido entre sus manos, pequeñas y morenas, parecía una media luna morena.


Humildad en sus ropas y alegría en su boca.

Una muchacha, quizás fuera su hermana, a su lado sentada, le sonaba los mocos y le daba a beber zumo de una pequeña botella.


Alrededor, la nada ruidosa. A mi lado, más palomas de dedos amputados, se me acercaban por el extremo opuesto al de la violencia.

jueves, 7 de diciembre de 2023

 Busco chivata en el diccionario y aparece con significados idénticos a su homónimo en masculino. Pero no existe un significado que con tal palabra se designaba una especie de cesta flexible de mano, muy liviana, con asas circulares, y cuyo recipiente donde guardar las cosas estaba confeccionado con tela de rejilla. 

Imagino que lo de chivata le viene a tal objeto porque la redecilla dejaba trasver el contenido de la cesta.

Mi madre las usaba. Recuerdo una suya azul. Y que no era muy cómoda según ibas aumentando su contenido en la plaza de abastos, pues al ser de rejilla, ésta se dilataba, se alargaba en vertical. También, las asas, a la par que circulares, eran muy finas, y se te hincaban en las manos por el peso, delicadas por aún no trabajadas mis manos de cuando niño. A veces, camino a mi casa, la chivata iba rozando el suelo, lo cual, dada mi estatura de entonces, aumentaba mi esfuerzo, pues debía cuidar de llevarla elevada, de no irla arrastrando por la calle y se rompiese.

Hace mucho que no veo una chivata. Quizás ya no se usan. Quizás ya no existen. Con el tiempo he aprendido que el azul no es sólo uno, sino que al igual que todo color, posee matices. Con el tiempo he aprendido que el azul de la chivata de mi madre era de un azul índigo, que es ese tono que por ejemplo, por un instante, muestra el cielo en sus amaneceres y en sus atardeceres, siempre y cuando sea un cielo limpio.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...