Yo ya sé que tus manos se pueblan de hierbabuena cada tarde,
y que luego tu pelo es la noche,
o que amanece en tu cara antes que en cualquier planeta;
que en tu lenguaje se filtran sortilegios contra toda dolencia,
que es de pan tu risa en mí,
y de vino tu mirada.
Pero y qué hacemos, amor, dilo a mí
si leguas de moral y compromiso
nos impiden yo ser marino que a tu ribera isleña llega y se descansa,
o ser sirena tú que en mi oído contara las viejas leyendas de tribus extinguidas.
Dime, amor, cómo hacemos.
Extiende tu mano si acaso
que yo vigilo si esta luna
se vuelve más cálida y blanda,
más verde y aromática.
O canta.
O despliega tus alas.
Que yo seré oído atento
guardián del silencio
para hacer nacer al mundo,
girar el girasol,
untar con brillo y danza a la amapola,
o el ojo que primero vea
el primer pájaro de la alborada.
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