En una ocasión ya escribí algo sobre cierta dificultad mía a la hora de separar literatura y realidad en determinadas ocasiones. De tan reales a veces, me cuesta creer ciertas verdades, que mi mente, de tan crudas, casi se niega a aceptar.
El Callejón de la Inquisición no es un decorado de cartonpiedra: hoy lo he visto con mis propios ojos. Es una calle como cualquier otra, en el sentido literal que todos entendemos por calle: pavimentada, entre paredes encaladas, estrecha, recta, escalonada, con un arco de ladrillo en el lado del río Guadalquivir y otro arco con cancela hacia la calle Castilla la cual cierran de noche.
No sé si habré estado un minuto como mucho observando esa calle. Pero en ese minuto infinidad de visiones me surcaban la mente; visiones terribles.
Por el Callejón de la Inquisición los reos eran conducidos al Castillo de San Jorge, hoy desaparecido. En su lugar hoy se halla el mercado de abastos de Triana.
Esta noche al dormirme seguramente me asaltarán de nuevo esas visiones.
¿Hemos de dar por muerto hoy en día al Santo Oficio?, ¿o sigue vivo aún, reconvertido, transformado, adaptado pero mimetizado en la sociedad actual? ¿Te has sentido tú alguna vez inquisidor/a? ¿Me he sentido yo? Inquisitorialmente atacado sí me he sentido alguna vez.
jueves, 24 de mayo de 2018
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