miércoles, 22 de mayo de 2019

A SALVADOR "EL COMPADRE", Y A TANTOS OTROS

Como algunos ya sabéis, esta mañana estuve por primera vez en la plaza de abastos después de su reapertura. Como no tengo sueño pero sí tengo siempre ganas de escribir, pues aprovecharé estos momentos previos a planchar la oreja en contar mis impresiones y reflexiones sobre tal visita.

De ciertas cosas de la vida me resulta francamente imposible mantenerme al margen, por más que las detesto. Entre ellas está la política, que no sé por qué me la imagino como aquella caja de Pandora, continente de los peores males de la tierra y que por curiosidad ésta abrió liándola parda por los siglos de los siglos amén.

Pero haré un paréntesis en mis reflexiones para hablar de mis impresiones, y luego sigo.

Bonita de verdad, como nueva, brillante, tanto en belleza como en el mejor significado de ese adjetivo, es decir llena de luz; amplia, espaciosa, de pueblo, de mi pueblo, la plaza de abastos de mi pueblo. Abastos viene de abastecer, de abastecer de alimentos y otros objetos digamos que todos necesarios para la vida a los habitantes de ese pueblo, en este caso el mío, donde vine a la vida, donde vivo, y donde espero decir adiós para siempre.

El recuerdo a veces es un arma de doble filo. Si por un lado inútil, por otro corta como un cuchillo. Sin temor pasé mi mente por el filo inútil de lo ya vivido, inútil porque en verdad de qué te sirve el recuerdo de lo ya no presente. Creo que únicamente te invita a eso, a pasarte al otro filo, al cortante al ver lo que hoy hay en el mismo lugar de lo que hubo.

Y hiere. A mí esas cosas me hieren, me cortan.

Una pescadería, una tienda de artesanía, un bar monísimo en el que entré a desayunar, eran los puestos fijos abiertos. Unas fruteras escoradas en una esquina intentando vender sus productos en la zona digamos para los puestos no fijos, para los que han de montar y desmontar a diario su comercio itinerante. Y pare usted de contar.

Brillantez: qué rápido te volviste tristeza. Aún resuenan en mi interior algunos ecos grabados en el disco duro de mi cerebro que allí escuché esta mañana. "La que tenga tienda que atienda, y si no que la venda", decía una cliente (¿o se dice clienta?) en plan broma a la pescadera que andaba de cháchara con la del puesto de artesanía. Por otro lado una de las dos fruteras pregonaba su género a grito limpio. Grito que se multiplicaba rebotando entre aquel cuadrilátero de arcos de medio punto como quien grita en una cueva, en un amplio espacio semidesértico, vamos, como quien pregona en el desierto, resumiendo y siendo sincero.

Porque a desierto me ha sabido la plaza. Y duele. A mí me duele.

Quien escribe debe ser consecuente entre otras muchas cosas con quien le lee, así que debo ser misericordioso y no hacer de mi visita a dicho lugar un texto infumable.

Así que cierro paréntesis y retorno a mis cavilaciones.

Cavilaciones casi todas terminadas en pregunta.

¿Se promueve la plaza desde el ayuntamiento?

¿Se hizo un estudio previo a la sostenibilidad de un negocio que es un conjunto de negocios, en un casco antiguo obsoleto y asesinado por los propios gobernantes, es decir ellos mismos para acometer una rehabilitación de tal envergadura?

¿Qué facilidades hay para jóvenes emprendedores (jóvenes o menos jóvenes) que quieran trabajar para vivir, es decir para vivir?

¿En qué saco roto meten nuestras ilusiones?

¿Quedan ilusiones?

Dice el refrán: comiendo el gallo, la gallina que escarbe. Y si todos los gallos del corral se han (democráticamente) repartido el pienso, ya ni tenemos gallo que cante en el corral.

No me gustan las discusiones, y cualquiera sabrá de esto más que yo. Perdón de antemano si por falta de conocimiento he metido la pata en mi redacción. Sólo hablo de lo que he visto. Como ciudadano me siento dolido, sinceramente.

Ya para terminar me gustaría que quien me replique ojee previamente y no hace falta que ahonde mucho sobre la ley de la oferta y la demanda.

Buenas noches.

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