domingo, 5 de septiembre de 2021

 Hace días hablé aquí sobre mi descubrimiento de un poeta japonés, Masaoka Shiki. Pura casualidad. 


Investigué su biografía, leí alguno de sus haikus, forma poética en la que está considerado entre los cuatro mejores escritores de la historia. En fin, lo típico en mí, mis apasionadas investigaciones cuando encuentro algo que me interesa, y que ya las considero algo así como un vicio.


Pero es que la vida a veces te incita al vicio. Cuando ya tenía un poco olvidado a dicho poeta, al pasar por la puerta de una librería veo un libro de haikus en el escaparate. Su autor: Masaoka Shiki.


Y yo que me había vuelto a jurar que ese día no iba a comprarme ningún libro, bastante que tardé en romper mi propio juramento.


Pero me alegré, porque a veces los descubrimientos vienen como en cadena. Primero descubrí al escritor, luego que era autor de haikus, y de los mejores, luego descubro un libro suyo en un escaparate, y eso me impulsa a entrar en una librería en la que nunca estuve antes. Una maravilla de librería. Allí puedes no sólo comprar libros, sino leer algunos gratis de una estantería, devolviéndolos luego antes de irte, obviamente; no es una biblioteca pública, pero te ofrecen esa posibilidad. Hay sillones apartados donde sentarte a leer, y tomarte un café, porque también venden café, o una copa de vino. El establecimiento es una mezcla entre librería, cafetería y biblioteca. Se llama librería Caótica, está en la calle José Gestoso, al lado de la plaza de la Encarnación, en Sevilla. Además uno de los dueños es un famoso concursante televisivo. Participó en Pasapalabra y en Saber y ganar. Yo sabía de antes de ese concursante, y que regentaba una librería en Sevilla, pero no sabía que era ésa.


En fin, que más contento que un rucho salí luego de allí, ya casi de noche. De hecho la librería ya la estaban empezando a cerrar cuando yo entré.


Y lo que vengo a contar ahora es esa otra literatura incomparable a la que intentan parecerse todos los libros: se llama calle, o campo, o cielo, o gente. Se llama realidad. Y en realidad, ésa es mi literatura preferida. 


Al pasar por calle Sierpes todos los negocios estaban ya cerrados. Una mujer sentada en un taburete tocaba en un acordeón música argentina, milongas creo, no tangos. Más adelante, delante de mí, caminaba un muchacho rebuscando aquí y allá en las bolsas de basura colocadas a las puertas de los establecimientos, bolsas que desataba, buscaba dentro, cogía algo o no, y luego volvía a atar educadamente. También lo vi coger alguna colilla apagada del suelo. En la avenida de la Constitución un hombre tocaba blues con su guitarra, y una ristra de muñequitos de papel parecían bailar al son de la música amarrados al altavoz. En la Puerta de Jerez varios muchachos hacían acrobacias en sus bicicletas. Pero lo mejor fue en calle Betis. El río. El Guadalquivir verdinegro. Las luces reflejándose en él. Esa calma. Me senté luego en un banco sobre el puente de San Telmo. Pude ver, por vez primera en mi vida, el dormir de los peces. Estaban prácticamente a flote, parados, parecían muertos, pero no lo estaban, a veces se movían un poco, como hace cualquiera en su cama. Había decenas. Tantos como haikus invadiendo mi cabeza. 

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