Cuando llego a mi infierno
siempre estás en la puerta
prohibiéndome el paso.
Eres tú quien consigue
devolverme a los pájaros,
a la noche estrellada,
al limpio manantial,
a bucólicos prados.
Cada mayo es la ofrenda
que yo te doy a cambio.
Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...
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