miércoles, 13 de marzo de 2024

 Árbol yo, podré dar muchas flores, pero pocas manzanas; se perdió la abejita que las polinizaba. Barco yo, llegaré a muchos mares, pero a poquitas playas; extravié el astrolabio que me orientaba. Explorador, sediento, orador yo: cruzaré muchas selvas, beberé en muchas aguas, podré decir mil cosas con muy pocas palabras. Pero: ¿quién calmará mi sed de fondo, quién de las fieras frías será mi ángel custodio? ¿Y hasta cuándo mi viaje? ¿Seré cual ser inane, bogando día tras día, mes a mes, año tras año, implorando al pasado eternamente un poco de alimento almacenado? Porque eso hago, satisfago tal carencia con recuerdos: tus manos en mis manos eran dulces y tibias como el pétalo de orquídea y la sandía crujía de colores y aroma entre tu boca y mi boca como en un bodegón de pintura flamenca. Es así: millones de partículas ionizadas -cual diminutos soles-, orbitan en el siempre entre una pertinaz lluvia de lágrimas. Y en la noche infinita, mi salmódico llanto prolongado: Ofelia sólo duerme, sólo duerme, duerme...

Las estrellas parece que se apagan. ¿Algo escuchó mis súplicas? Parece que se anuncia un nuevo alba. Las cosas reorganizan su antiguo organigrama: el pez vuelve a ser pez en amplias aguas; la liebre, el regaliz, la tórtola y la esquila, el trigo y la lavanda, la delicia melódica del casco del caballo entre la grava... El todo gira hacia su ser lentamente, a su única sustancia. Tras la noche lluviosa, mi alma se asemeja a la amapola en cálida mañana: yérguese, prístina de sangre, y con la renovada brisa danza. Has regresado.

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