Tu rostro no se me disuelve nunca,
aunque sea como el azúcar.
Otras cosas sí, y de manera fácil,
quizás por demasiado duras,
o muy seguras, no sé.
En todo caso
suelen ser las cosas
que nada me importan,
ya sea Nietzsche el fútbol o los telediarios.
En cambio tu rostro
siempre está intacto en mi memoria,
blando,
amoldable,
jamás se quiebra.
Parece de la misma materia
de las yemas de mis dedos
o la de mis labios.
Tu rostro es el deseo
de la flor de los cerezos.
En tu rostro (todavía lo sé)
hay música.
Y un lecho como de lana
donde dormir muy tranquilo.
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