La nieve en las paredes del sur
se bate en duelo con el anochecer veraniego.
Murciélagos oscuros cruzan raudos
como diminutas centellas de leche y chocolate.
Lejos, lentamente, el olivar se adormece.
Tiende el día al silencio y al reposo.
Sereno, ante mi ventana, me refresco
en mi recuerdo.
Aquel fragante olor de otros veranos,
de otros duelos:
la dama de noche, batiéndose coqueta
frente al gallardo jazmín.
Eran otros los tiempos.
Y otros los patios.
Otra la edad,
otra la visión,
y otra la ilusión.
Cuántas cosas me está contando esa nieve perpetua en las paredes del sur.
De una expedición sofocante en bicicleta buscando la orilla virgen de unos ojos bonitos;
de un balón de reglamento perdido para siempre en el confín de mi azotea;
de un niño que le hablaba a las estrellas;
de un padre frescando en su sillón.
viernes, 12 de julio de 2019
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