lunes, 8 de noviembre de 2021

 Una dedicatoria en la primera página

de un ajado libro.

Dos o tres fotos en el teléfono móvil

que yo no sé decir cuántos megas de memoria ocupan.

Cerrado tengo el libro junto a mí, y el teléfono apagado.


Y apenas hace unas horas... usted conmigo, yo con usted, hablando juntos.


Es así, como usted bien decía: el tiempo nos castiga.

Ya ve. Hace unas horas, repito, me firmaba un libro, mi viejo libro, su libro.

Hace unas horas, insisto, me preguntaba mi nombre, le recogía su bastón caído al suelo, y usted buscaba su pluma por los bolsillos, y me contaba de aquel frío que pasó en Córdoba hará treinta y dos años, y de la escritura como una buena amiga, y de cambiar su León por Sevilla.

Hace unas horas, como digo.


Hace unas horas, perdón si desvarío, quise romper todos los relojes del mundo.


De usted he sabido quizás mucho. Más que de Dios, se lo aseguro. Pero jamás supe de su mujer. Tierna mirada de abuela sobre la mascarilla. "En León... hace sol todavía. Y estamos en octubre." Cansada mirada de mujer mayor. Débil voz. Bastón. Torpeza. Lentitud. Pero a su lado aún, Don Antonio. A cientos de kilómetros de vuestra cama y de vuestra mesa. Apurando con usted, compartiendo con usted, todavía ahí, después de ya casi todo, después de ya tanto de tanto, hasta el punto final de los finales de todos sus poemas.


"Si usted escribe, y siente que su vida en algo, aunque sea mínimo, es mejor, no le pidamos ya más a la escritura", tampoco lo olvidaré mientras viva.


Don Antonio. Déjeme decirle una cosa: usted, en aquel banco sentado, era un hombre, y nada más que eso. Usted, no sé cómo lo hizo, me desnudó su disfraz de ídolo. Yo no sé bien cómo sucedió. Hablábamos del tiempo, como con cualquier desconocido. Usted llevaba audífonos, y yo no estaba nervioso. Nuestra conversación era fluida. Normal. Común. Y creo que se hubiese alargado de no haberse empezado a llenar todo de corbatas.


Media hora primera de palabras vacías, vanas, de elegantes cumplidos, pero fríos, distantes. Mientras, usted, a lo suyo, a callar, a aguantar el chaparrón, a esperar su turno. Y a leer luego por fin. A recitar. Que para eso vino. Y a eso fuimos. A ESCUCHAR A USTED. Media hora segunda de palabras profundas. En directo. Ya no eran vídeos. Su voz desde sus pulmones en el mismo aire que compartíamos.


No, hoy no eran vídeos. 


Don Antonio, usted es sencillo. Usted es un hombre, simplemente. Pero también es profundo, muy profundo, y aromático y extraño, como los claveles. Tan extraño y enrevesado y tan normal y doméstico como los claveles. 


Es posible, es muy posible, creo, que usted y yo no volvamos a estar juntos.


Su firma, sobre mi viejo libro, su libro, la toco y está fría.

Y apenas hace unas horas.


El tiempo nos castiga, como bien dijo.

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