Aún somos los mismos.
Y qué distintos.
Envidio a las castañas, el color de su piel, su aroma a campo eterno, sabor a primer beso.
Por una sola castaña resbalan mundos infinitos. Igual le ocurre al granado y al madroño.
Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...
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