domingo, 27 de febrero de 2022

 También soy consumista. 

Devoro cuanto encuentro día a día.

Renovada ilusión que me mantiene vivo

en cada acequia clara, cada nube o aurora.


Y me olvido a bocados de ingenua fantasía

la sombra que me sigue pordiosera.

Y me siento volar en el vientre del aire, insomne, ingravido,

mas como enredadera ignorando raíces

que le atan a la piedra. 


A veces me contengo, me freno y reflexiono,

y miro con los ojos de mi espalda,

y contemplo los huesos desechados,

la senda solitaria del camino a la escuela,

monasterios, molinos, higueras y chumberas, tapias viejas,

las huellas de mi vida y de mi tierra.


Y entonces surge en mí cierto odio al reloj,

al calendario,

a la flor del almendro y del durazno, 

a la esperanza puesta

en la nueva cosecha cereal,

de rosas, mariposas, madreselvas.


Y me aíslo en nostalgias.

Y en el dolor falaz de lo pasado -lo irretornable-

me encuentro con aquello -lo innombrable- capaz de conseguirme lo que busco:


mirar en la distancia

las pieles que pelé,

las cáscaras vacías, y ya medio podridas,

que de modo inconsciente

lancé por mi camino.

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