miércoles, 2 de marzo de 2022

 La agreste y montaraz Leire, por más socializada y educada que la tenga, no para de darme disgustos cada vez que la llevo a la sierra. Deberá ser pariente del zorro y la comadreja, del águila y el jabalí; su conducta en tal entorno humilla a mi razón, pues ella es quien conoce y controla siempre tanto mi ingenua ubicación como la suya incógnita. Ella sí sabe de modo constante dónde estoy yo; casi nunca sé yo dónde está ella. Desesperado, cuando se me pierde, cuando harto de silbarle nunca viene, me siento en una piedra a esperar a que aparezca. Y aparece, cuando le place, con fuerte olor a tomillo, a romero y mejorana, salpicado su pelo de púas vegetales, alguna pluma, con baba en las comisuras, su lengua afuera, sonriente, triunfadora, chula y garbosa, y me mira, con esa mirada suya tan muda como sonora, tan de respeto a mi mano, como insultante a mi espíritu, como diciéndome: "hola, ¿qué pasa, amo?, ¿por qué te pones nervioso siendo tú tan humano?" En la humedad de su boca, y en el brillo de sus pupilas, una verdad profunda, natural como indignante, se le asoma...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...