miércoles, 13 de abril de 2022

 Al entrar en Casariche, a la izquierda, había un hombre sentado cuya piel era negra y arrugada, plateadas las barbas, y sus vestidos largos y azules. Tomaba el sol, serio, ensimismado. 


Una cooperativa de aceite, a la derecha, tenía sus puertas cerradas; sus paredes eran blancas y puertas y ventanas de color verde. Quizá fuera un oasis.


Enfrente la estación de tren, clausurada. 


Hacía bastante sol, aunque también fuerte viento. 


El viento es como el tiempo que todo paisaje transmuta, arrastra o cierra: la temporada, el viaje, las dunas del África.


Incluso la esperanza.

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