martes, 15 de octubre de 2019

"Ayer fui al Primark, menudo infierno". Así comienza un simpático soneto de Luis Ramiro. Se lo tomo prestado para comenzar yo mi escrito. Porque al igual que Luis, también yo Ayer fui al Primark. Ya lo de infierno sería entrar en detalles. Y si esos detalles se disipan casi por completo de un día para otro, entonces no puedo hablar de que aquello supusiese para mí un infierno. Un manicomio tal vez, aunque tampoco.

Desde una de las barandillas de las pasarelas de la planta alta, observaba la muchedumbre moverse abajo. La verdad es que me impactaba. De noche y ya en mi casa pensaba en ello, pero no me apetecía escribir. Hoy lo hago aunque creo que es más bien por matar el tiempo que porque en realidad ya me importe mucho todo aquello.

Así que desde esta sinceridad me dispongo a contar que anoche, meditando sobre el centro comercial, sobre esas muchedumbres de clientes que allí vi, pensé en el título de un libro de Ortega y Gasset, muy famoso, La rebelión de las masas. De ahí ya me expandí pensando en diversos temas: esto es la nueva iglesia, los líderes visibles murieron, el rostro humano líder como un Che o un Fidel o un Papa o un Luther King ya no funciona, sino que a las masas las mueve otro tipo de ente, de un ente oculto y sin rostro, inteligentísimo, aunque humano también; que hoy en día esas masas se rebelen es absurdo, allí nadie estaba triste, al menos aparentemente, ni los camareros de los bares, ni las dependientas de las tiendas, ni los guardias de seguridad, ni mucho menos los clientes. Pero me impactaba, me impactaba la capacidad que tienen ciertos y pocos individuos para mover tanta masa de gente, para hipnotizarla, atraerla, cazarla, y estrujarla, sin largos discursos desde ningún estrado, sin explicaciones ni intentos de convencimiento, sin ningún método persuasivo en el sentido que hasta no hace mucho tiempo se tenía sobre el concepto de persuadir, instar, arengar, exaltar, mover a las masas, sino con nuevos métodos, nuevas triquiñuelas nacidas desde seguramente el polo opuesto a cualquier interés filantrópico o religioso.

De ahí me surgió otro tema, pues creo que ese sistema tiene muy presente que una de las grandes normas que no debe permitir saltarse es estrujar a la masa hasta dejarla seca, sino dejarle un resto de caudal económico que la mantenga todavía feliz después de haberla estrujado, que aunque con apuros pueda seguir viviendo y trabajando para conseguir llenar otra vez las alforjas de su economía doméstica y poder volver a la ilusión de otra compra nueva porque la de la anterior ya se les disipó.

En el instituto, y de esto hace ya muchos años, en un tema de la asignatura de ciencias sociales nos hablaron sobre "Hacia una sociedad del ocio". El acto de comprar hoy en día es un ocio en su mayor parte, y en la mayor parte de la población entre sociedades medianamente desarrolladas. Una cosa es tener necesidad de ropa, tanto por vergüenza como por exigencias del clima, y otra es tener cien abrigos, por exagerar un poco la explicación para que se me entienda. En ese culto a la abundancia que te hace sentirte en cierta forma como de más alto nivel, y en que es barato, y en que a todos o casi todos nos gusta estrenar algo, y en la facilidad del pago que te ofrecen, y en... yo qué sé, en infinidad de cosas, la compra hoy en día tiene creo más parte de acto lúdico, de ocio, que de necesidad. Y en eso creo que están basados todos esos grandes centros comerciales: ir a comprar es una diversión, la diversión da placer, el placer se busca, porque es agradable, y te lo ofrecen allí, a tu alcance, cómodo y rápido. Luego está la parte negra del asunto. Unas zapatillas a seis euros, por ejemplo. Y ya se pone uno a pensar en los nuevos esclavos del mundo, normalmente asiáticos, machacados trabajando en condiciones más que precarias a cambio de un plato de arroz para que aquí, en el mundo desarrollado seamos felices, sintamos placer al comprar por seis euros unas zapatillas, y además presumir de ello, presumir de tu ganga como si te hubiese tocado la lotería.

Pero en eso el azar pinta poco. Todo está bien pensado, aquí no hay dioses ni rezos ni dados de la suerte. Todo eso está más que estudiado entre los de arriba, no en los cielos, sino entre aquellos cuantos que también pisan la misma tierra que todos pisamos pero que son los dueños de nuestras vidas, los que han diseñado el mundo en dos partes, subdesarrollado y desarrollado, pero sacándoles el mayor provecho a las dos. Esclavos unos, pero también esclavos los otros, de los pocos de arriba, esos cuantos dominadores reales con más poder que todos los dioses inventados.

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