martes, 15 de octubre de 2019

Una frase muy sabia que acabo de descubrir. Es de Juan Marsé, y dice así: "arrepentirse de algo es modificar el pasado". Y ya están mis neuronas haciendo de las suyas. Porque a fin de cuentas qué es el pasado. El pasado es su recuerdo hoy, aquello que existió y hoy sólo está presente en la memoria. Si en esa memoria hay algún tipo de modificación, automáticamente alteramos el presente de aquel pasado, alteramos el pasado en cierto modo. Pero todo esto supongo yo que será como cosa abstracta, porque aunque hoy pueda arrepentirme de haber pedido un préstamo porque las letras me comen, mi arrepentimiento no impedirá que cada mes me siga llegando el aviso de pago. Pero bueno, es tan bonita la frase que no debería estropearla con cavilaciones tan pragmáticas. Arrepentirse de no haber dado un beso a alguien en su momento, creo que será mejor ejemplo. O arrepentirse de haber insultado o peleado con alguien. Pues sí, eso modifica aquel pasado en el sentido de liberarte de un extraño pesar que tenías en tu interior y a lo mejor no sabías muy bien a qué era debido, has vencido al odio y al orgullo, y si ahora recuerdas a esa persona que insultaste o con la que te peleaste, tu visión hacia ella y hacia lo que ocurrió ha cambiado radicalmente, has cambiado el pasado. Supongo que es eso lo que quiere decir la frase.

Cambio de tema. No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, como diría Benedetti. No sé si alguna vez un libro se les ha atravesado en la vida como tarama en un caño impidiéndoles seguir leyendo más libros. Así estoy yo ahora con El club de la buena estrella, de Amy Tam, una escritora estadounidense de origen chino. Así llevo con él ya no sé cuánto tiempo. Qué trabajito me está costando acabarlo. El libro es bueno, pero no engancha, no me engancha, voy leyéndolo como a rastras. Y es muy fácil decir: mira libro, ahí te quedas en la librería que ya me tienes negro, bombo estoy de ti, no congeniamos tú y yo, qué le vamos a hacer, búscate otro lector que yo tengo que seguir mi camino buscando lo que mejor concuerde conmigo. Pero no, soy tan absurdo en eso que hacerlo sería como admitir que el libro ha podido conmigo, y ya no sé si es cuestión de orgullo, de pura cabezonería, que soy capaz de estar el resto de mi vida leyéndolo aunque sea a trancas y barrancas que dar la batalla por perdida y entregarlo al olvido a medio leer. Aunque tengo precedentes de haber claudicado con alguno. Intentaré recordar ciertos casos. Moby Dick, por ejemplo, o Historia de dos ciudades, otro. No digas que fue un sueño, de Terenci Moix, por no hablar de varias novelas de Vargas Llosa. Y seguramente habrá más. Todos esos libros mencionados están aparcados después de haberme agotado por completo la paciencia, porque se llega a un punto en que ya es verdadero odio el que se les coge, y lo siento por Moix, que me parecía un tipo genial, ya no tanto por Melville o Dickens, y muchísimo menos por Vargas Llosa, que no me cae nada bien. Como ocurre en las relaciones de pareja, no a todo el mundo debe gustarle todo el mundo por igual, ha de haber características que nos unan a unos y nos separen de otros. Pues con los libros creo que pasa igual. Ay señor, qué jartito estoy de chinos, pero bueno, intentaré acabarlo.

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