sábado, 6 de enero de 2024

 Me siento entrando en una nueva preadolescencia, a la par que voy entrando en mi preobsolescencia, si es que no estoy allí ya.


Lo malo es que antes, si fallabas, no importaba: había futuro donde remendar, retractar, corregir. Y ahora ya no.


El tiempo excluye hasta lo peor: la capacidad, la oferta, la oportunidad de remendar, retractar, corregir.


Ya no hay ni un por qué, un para qué. 


Y en ese punto, digamos, mi preobsolescencia es igual a mi preadolescencia. Se actúa sin más; se actúa sin pensar en consecuencias. Es así.


Tengo absoluta certeza solamente de una cosa: voy a morirme. Lo demás qué importa, como en la adolescencia.


Canto, lloro. Leo poemas. Escribo poemas. Sí, voy a morirme. 


Cada vez más cerca. Cada vez me cuesta menos percibir su olor.


Me voy desnudando de lo absurdo ante ello. Es cuestión de peso. ¿Qué obligación pesa más ahora aquí que mi propia ceniza luego?


Canto, lloro. Escucho música. Veo películas.


Miro el fuego, relleno mi copa, pienso.


Ah, pero mi nueva perra joven, como la manifestación corpórea de las antiguas primaveras. Viene hacia mí, con sus ojos brillosos y su pelo áspero y a la vez tan dulce en mis dedos. Sus grandes manos, su gran fuerza. Y no más: ahí está el punto de mi dicha ahora. Como cuando yo también joven. Como cuando la leña, recién cortada, tardaba tanto en quemarse en la chimenea. Y cuánto calentaba.


Preadolescencia.

Preobsolescencia.

Ahora, es así, las veo idénticas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...