domingo, 9 de junio de 2019

No sé si he jugado a ser noche y desierto.
He visto la vida ofrecérseme fácil.
La gente transitaba con un lenguaje manido en su mirada.
En cambio las palomas hablaban con el agua de la fuente otro idioma.
Y aquel arcángel dorado y brilloso allá en lo alto, ya las calles en sombra, como muecín anunciando el salat al-Magrib, la oración del atardecer.
No sé si he jugado a ser noche y desierto.
A veces es preciso coquetear con distancias, rupturas, desprendimientos; pisar a tope el acelerador por las curvas del silencio y de la nada.
No sé si he jugado a ser muerte,
coqueteando a la ruleta rusa con la realidad.
No sé si ha sido un juego.
Porque en mi boca ya anidaban los pájaros
del miedo.
A veces es preciso jugar con la verdad. Traspasar ciertos umbrales. Ir por la acera como desnudo de todo lo que has sido, casi como otro más, consciente de que vas vestido como los demás, con lenguaje manido en tu mirada.
Jugué tal vez a ser noche y desierto hasta llegar a parecerme a la noche y al desierto, hasta apreciar el aroma de la muerte.
Y ahora vuelvo, me devuelvo a mi cueva, como vuelto a nacer, como devuelto a la vida, sin saber, mi corazón tierra virgen, primitivo, a solas con mi frío (si frotase este lápiz contra el papel como yo pretendo tal vez reinventara el fuego),
tan lleno de nada para que me llenes de todo nuevamente, para que me enseñes otra vez tu idioma de paloma y agua, para que me eleves, ahora en verdadera noche, y en la aurora, yo, en alto sobre las calles todavía en sombra, brilloso como un arcángel dorado, anuncie al pueblo renacidos nuestro fayr, nuestra oración de un nuevo amanecer.
No sé si ha sido juego. Quizás pura necesidad.

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