martes, 31 de mayo de 2022

 En ocasiones camino por las calles sintiendo que ya no me pertenecen.

Quiero mirarlo todo, y a la vez que nadie me vea.

Si escucho campanas, siempre suenan a muerto. Aun sea la hora del Ángelus.

Y me aferro a mi organismo inteligente,

que no a mi inteligencia.

Me transformo en puente:

por un órgano me cuelan, por otro vuelan las campanas que escucho, la gente que me ve y saluda una imagen de un ser en vísperas de desaparición.


Mi futuro rezuma pasado por cualquier costado.

Está herido, huérfano como el balcón de ahora: desnudo de geranios.


Hace días, eché en falta a Joaquín, a su furgoneta amarilla cargada de Donut's. Hoy le vi, me saludó, le respondí.


Como responden los fantasmas.

Seres que ya no existen.


¿Por qué coño he de ir a Los Mesones?


Antes por bares y por bancos.

Hoy sólo por bancos,


los que me roban la vida.

Los que aún me la dan sin saberlo.


Tienen los adoquines de esa calle

cara de páramo, como los eriales que circundan el Cortijo de Gallo en la plenitud del verano.


Tiene la tierra eterna facultad de recuperar lo suyo, lo que le fue quitado.


Así crecen las higueras en los patios de los cortijos abandonados y en los cementerios la hierba primigenia entre los rosales falsos.

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