lunes, 25 de septiembre de 2017

Casi madre

Inocentes y sencillos jugábamos junto a tu base. Castillo encantado, fuerte o
portería, todo lo eras.

Gallarda, erguídamente bella, casi madre, sabia y muda, nos mirabas. Fuéramos para ti como tu alegre consuelo, atalaya irreductible de tu pasado mínimo.

En la plaza el pozo, los naranjos, poyetes de piedra, vecinas platicando, dulce algarabía de niños y de risas, de combas
y de bolas, balones y elásticos, y al pasar la barca me dijo el barquero, y una viéjaja mató un gátoto con la púntata del zapátoto...

Fascinábanme tus higueras, allá en lo alto. Verdes equilibristas, escuálidas promesas que nunca fueron árbol,
y sin embargo
retando a las palomas igual que pájaros.

Mis intentos de escalada sobre ti, que nunca alcanzarían ni la mitad de mí.
El jardinero, de rostro serio, grande,
fuerte, viejo. Su manojo de llaves. Las llaves de tus puertas. ¿Y si se las robara?- soñaba...

El olor a tortilla por las ventanas, la luna en tu veleta, marcando la hora; y a correr, siempre corriendo, a ras de suelo, igual que golondrina anunciando la lluvia, Concepción abajo, camino de mi casa.

Y así un día y otro día, una tarde y otra más.
Pero adiós niño feliz. Adiós para siempre.

Desde el ventorrillo, primero recluta, soldado luego, qué palabra escribo que sea
la exacta, aquella que describa a la perfección mis ojos hacia ti en aquella curva: faro en la costa del mar de mis casas blancas, guía o farol, brújula del corazón que no entiende, semana tras semana, por qué de ti me apartaban. Caducas tradiciones de patrias y banderas.

¿Por qué te siento tan lejos si aún te tengo tan cerca?

El tiempo pasa. Y el niño y el soldado, y el joven enamorado pintando va canas su sien.

Pero qué tiempo es mi tiempo frente al tuyo, me pregunto. Aún debo ser abuelo
a la sombra de tu yedra.

Aquella de la guadaña cuando a mi puerta
golpee que me esparzan junto a ti,
-seas allá también mi luz entre las oscuras sendas de la triste, negra sombra-
al pie del muro torralbo,
en el naranjo verde
de la plaza de piedra.



  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...