jueves, 31 de marzo de 2022

 El sonido de una campana, 

suave, monótona, 

entre el sonido de la lluvia, 

dulce, cadenciosa, 

limita el sonido de mi sangre.


Del casco antiguo vengo,

y no había casi nadie.


Es tiempo de cuaresma.

Yo pienso en magdalenas

y canastos de mimbre.


De los antiguos aromas

sólo queda una campana

sonando entre la lluvia.


Ha cesado la campana,

ha escampado la lluvia.

Y mi sangre reposa.


Del casco antiguo vengo.

Un niño solitario ayudaba a un fantasma a portar un canasto repleto de magdalenas invisibles.

 Hasta ese callejón sin gracia alguna, estrecho y sin horizontes,

tus pasos lo convierten en espléndido otero.

De luz llenas sus rincones, de mirada amplia.

Porque amplio es el mundo donde quiera que transites,

pedacito de mayo en él caído,

aromita de azahar que llega y abre de par en par las puertas del espíritu.

Delicada es la estela que marcas en la piedra cuando te vas, de mágico cincel, de pincel finísimo. Eres algo así como un ángel efímero.

lunes, 14 de marzo de 2022

 Mándame foto al menos 

de tu andar peregrino por la vida.


Que mira que me cuesta distinguir

la materia en lo etéreo,

la química en lo físico,

el recuerdo a mi modo y mi capricho

entre lo más cruel y fidedigno.


Que mira que me sabe a beso tuyo

aquello que camine hacia la aurora,

aunque quiebre la noche por la lluvia

y no exista motivo en las farolas.


La intención de un poema ruega y llora,

aventa soliloquios nauseabundos

de púrpura sotana,

homilías sin rumbo ni destino.


Dale son a mi orquesta

de estrellas silenciosas entre nubes,

convierte mis relámpagos nocturnos

en otra luz distinta,

en otra arena y calma y dulce playa.

miércoles, 2 de marzo de 2022

 La agreste y montaraz Leire, por más socializada y educada que la tenga, no para de darme disgustos cada vez que la llevo a la sierra. Deberá ser pariente del zorro y la comadreja, del águila y el jabalí; su conducta en tal entorno humilla a mi razón, pues ella es quien conoce y controla siempre tanto mi ingenua ubicación como la suya incógnita. Ella sí sabe de modo constante dónde estoy yo; casi nunca sé yo dónde está ella. Desesperado, cuando se me pierde, cuando harto de silbarle nunca viene, me siento en una piedra a esperar a que aparezca. Y aparece, cuando le place, con fuerte olor a tomillo, a romero y mejorana, salpicado su pelo de púas vegetales, alguna pluma, con baba en las comisuras, su lengua afuera, sonriente, triunfadora, chula y garbosa, y me mira, con esa mirada suya tan muda como sonora, tan de respeto a mi mano, como insultante a mi espíritu, como diciéndome: "hola, ¿qué pasa, amo?, ¿por qué te pones nervioso siendo tú tan humano?" En la humedad de su boca, y en el brillo de sus pupilas, una verdad profunda, natural como indignante, se le asoma...

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...