domingo, 30 de agosto de 2020

ESTA MAÑANA

Como entonces, sin flores la lavanda.
Como entonces, un campo en abandono.
Un campo abierto al campo. Como entonces.

De un abeto me traje una ramita.
Del suelo coseché varias almendras.
Unos perros se oían a lo lejos.

Y un ave que graznaba lastimera
invisible por el azul del cielo.
Tal vez mi soledad o acaso un cuervo.

En agua tengo puesta la ramita.
Y he tostado las pipas en el fuego.
Se me agosta la noche entre recuerdos.

Sin flores la lavanda, como entonces.
Como entonces un campo en abandono.
Un campo abierto al campo. Como entonces.

Y mi mano en la tuya. Y aquel beso.

sábado, 29 de agosto de 2020

EN TAL MOMENTO

Cuando alcance mi muerte tus oídos
no creas lo que cuente esa pérfida embustera.

Mas si acaso una duda planee en tal momento
por tu mente de azúcar y ajolí,
y la cubra de sombra,
y la tape con yeso,
y la siembre de llanto,
y te des media vuelta hacia la reja
de hierro negro y frío,
bajo un cielo plomizo y es tan alto el ciprés...

No hagas caso.

Sube al Tajo Montero sin pena ni más flor
que esos diez jazminitos prendidos de tus manos,
la rosa de tu boca y el nardo de tu pecho,
ferias de mis barbechos.
Y entre jaras y almendros búscame, que allí estaré.
Componiéndote versos, como al campo el rocío.
Amándote de lejos, como la nube al río.

YO BIEN SÉ

Yo bien sé
de mi peso en la tierra.

Que apenas pegue un salto
regreso pronto a ella.

Yo bien sé
de la senda obligada,

de la noria que gira
dando vueltas y vueltas:

la vista dirigida,
semitapada,

y al cuello gruesa cuerda
al palo atada.

Pero dejadme,
al menos esta tarde,

que una flecha ha surgido
desde un rincón remoto,

y acertó en mis amarras,
y vuelo como loco

por las cimas más altas,
graznando con estrépito

de ola,
de viento y de cascada.

Que no se inquiete nadie.
Será un instante.

Bien sé yo
de mi peso en la tierra.

Si apenas pego un salto
regreso pronto a ella.

Pero dejadme.
Al menos esta tarde.

Por encima de tilos y castaños,
qué grata es la mirada.

Diamantes en el mar,
y copas que se mecen

al compás del alma.

miércoles, 26 de agosto de 2020

MIRO MIS MANOS

Recuerdo aquel ir
de la mano de mi abuelo.

Silencio y sombras
en el viejo camino.

Alguna tórtola
tornaba del pueblo al pino.

Su mano era blancuzca,
fría y huesuda.

Mi abuelo era parco en palabras,
pero sé que me quería muchísimo.

Y yo a él.

Miro mis manos.

Todavía son morenas,
cálidas y carnosas.

Algún día mis manos
serán como las de mi abuelo.

Siempre quedan ilusiones
en el corazón del hombre.

Algún día quisiera pasear
de la mano de algún nieto.

Y al vuelo de la tórtola
en el viejo camino

pensará qué poco habla su abuelo.
Mas sabrá que lo querré muchísimo.

Bajo mi blancuzca y fría y huesuda mano
sentirá el llanto de la rosa,

rezumando puro amor
en los momentos últimos.

lunes, 24 de agosto de 2020

PORQUE VIVIMOS A GOLPES

Ni ultras del lirismo ni pirómanos de la belleza.
Ni ascetas de la profundidad ni plagiadores del canto del grillo.
Que nadie nos imponga un mi sol la,
formas o reformas ni contrarreformas ni únicos arquetipos
para lanzar nuestro grito.

Poesía para el pobre.
Poesía necesaria y como el aire libre.

CON LOS OJOS CERRADOS

Cuando llueve
lo primero que cerramos son los ojos.

Así he de mirarte:
con los ojos cerrados,
detrás de la lluvia,
estás en un lugar
donde alzan su vuelo el sol y la paloma.

Así suelo escribirte:
con los ojos cerrados,
como gotas minúsculas,
como caen de las encinas
las gotas últimas
tras la lluvia,
así caen para ti
mis letras en la tierra,
soñando con espigas.

viernes, 21 de agosto de 2020

RENCOR AMOR

No sé cómo mi corazón no me abandona,
si en guerra siempre lo tengo.
Ni cómo mi razón no hace sus maletas
por mi adicción a lo inexplicable.
No sé este empeño mío,
esta querencia hacia las tablas
de la desilusión y el desengaño,
este andar huyendo de continuo
de los centros tranquilos
como lagos en calma
hacia la tempestad, hacia el vértigo,
hacia ese lado oscuro
del tormento y la derrota.

Rencor, me dijo Guadalupe. Psicoanalista argentina.

Rencor y amor tienen una fonética muy parecida.
Amé las primaveras hasta odiarlas.
Amé los buenos consejos,
el lado práctico del amor inmenso
de un padre honrado
más allá de los límites
que imponen los diccionarios,
esos gruesos seres sin sangre.

Amé la higuera del patio de mi tía.
Amé todas y cada una de mis bicicletas.
Amé los cardenales que me hice en la Era Verde.
Amé a mis maestros.
Amé a mis compañeros.
Amé la amistad surgida espontánea
entre muchachos arrancados de sus casas en los patios y cantinas del cuartel.
Amé la mejorana cuando niño
como el aire necesario que respiro.
Amé todas y cada una
de las fachadas de las facultades que vi a mi paso.
Amé los regresos a mi casa.
Amé todas las ciclistas de Sevilla.
Amé luego los campos en barbecho o florecidos,
colmados de girasoles como océanos de oro,
de algodón como estepas nevadas,
de aceitunas como cielos
con estrellas de zafiro.
Amé el mar,
la profundidad del mar,
lo invisible del mar,
el suspiro inagotable del horizonte del mar.

Amé hoteles ilegales.
Amé aquel robledal en La Alpujarra.
Amé aquel pan cateto,
los espetos de sardinas,
estrenar pantalón,
peinarme para ir a misa.

Amé mis primeras ampollas en las manos.
Amé todos mis errores
en los comienzos de mi oficio.
Amé el olor del pino recién aserrado.
Amé todas las astillas.
Amé el serrín.
Amé la cuenta del banco.
Amé los sueños.
Amé todas las películas, todos los libros.
Amé la música como amé la mejorana.
Amé a los dichosos en paz con el mundo.
Amé a la mujer que llora,
al niño huérfano,
a todos los trenes sin rumbo.
Amé las golondrinas planeando calle abajo
a ras de suelo
anunciando lluvias,
los bolígrafos Bic,
las cartillas Palau,
el dedo de mi madre
recorriendo los renglones.
Amé los puñetazos que no di,
el grito que no pegué,
todos y cada uno de los goles que metí,
los kilómetros,
cientos,
miles de kilómetros que recorrí pedaleando. Los primeros cubatas, El Último de la Fila, Radio Futura, Sabina...

Amé todo lo que viví.
Amé todo lo que estoy viviendo.
Amé todo lo que me quede por vivir.

Pero por huir, por escapar, por marchitarse,
rencor le tengo hoy a la vida. Sí, rencor. Rencor del grande.

De tanto como la amo.

miércoles, 19 de agosto de 2020

A QUÉ NEGARLO

A qué negarlo.
Como el niño que sueña con jugar en primera,
yo también quisiera escribir en primera.
Yo también soy humano y peco de delirios de grandeza.
Viajar por las ciudades presentando mis libros.
Hablar con propiedad en debates literarios.
Ser muy bueno en mi oficio.
Dejar de mirar y que me miren.

Amigos me dirán que pare de soñar,
que al andar se hace camino,
que lance de una vez por la borda mis complejos,
que ponga en los cimientos de mis sueños
la primera hilera de ladrillos.

Y que me tire al mar.

Ellos no saben de las piedras invisibles y pesadas que llevo atadas al cuello,
que me siento viejo y deprimido,
que ya no tengo fuerzas.
Que soy cobarde. Que soy cobarde.

Pero sí, a qué negarlo.
Sueño con escribir en primera,
salir en las revistas y en la radio,
firmar dedicatorias, que me hagan fotos,
que me traduzcan al ruso o al chino,
conferenciar en Manhattan o Berlín,
dejarle buen futuro a mi familia si la palmo.

Yo sé que no saldré de aquí,
de dar chutes a un balón imaginario
en mi Era Verde,
donde a veces sin querer me creo Messi
si acaso algún soneto se cuela por la escuadra de una portería con la red deshilachada.

viernes, 14 de agosto de 2020

LLENO DE PENA

 La realidad está en la margarita, 

y está en la copa. 


Las copas están llenas de margaritas. 

Pero el jardinero 

es un ser perseguido. 


Lleno de pena 

a escondidas se bebe sus margaritas.

JAZMINITOS DEL PILAR

 Ni azucenas ni azahar.

Para mí, jazminitos del Pilar.

Serenitos, sin hablar.


Esencia de la corriente

del manantial de la fuente

viendo la vida pasar.


Blandos, puros, como nieve,

copos de azúcar y cal.


Blancuras de mi niñez.

Aromas de aquella paz.


Para mí, ni azucenas ni azahar.

¡Jazminitos del Pilar!

lunes, 10 de agosto de 2020

TENGO MIEDO A...

 Tengo miedo a encontrarte y resbalar en tu mirada, donde el pasado es presente y la música resiste.

Tengo miedo al abismo de tus ojos como un suicida dudoso ante los acantilados.

Me he encerrado en mi cueva para amarte tranquilo.


Perteneces al día como el sol o la faena y te has fundido con el oxígeno.

Estás en el agua y la luz, átomo inseparable e indivisible.

Estás yo no sé en qué espacio más allá de la razón y de la voluntad, como un misterio cósmico que me hace admitir equilibrios descomunales.


Te amo desde la inexistencia. A veces te amo desde el fondo de un pozo parecido a la muerte. Te amo desde la sombra donde la realidad se debilita. Te amo como la concha a la perla, mi preciada luz secreta.


Me basta con que existas como existen las estrellas, y te hablo como a ellas les hablo, de puro y claro pensamiento.


Estás en mí en mi llanto, en el plato, en la almohada. Estás en el mercado, acechante detrás de cada estantería. Estás en otro cuerpo, estás en otras manos que me tocan. Estás como un maestro invisible al que pregunto mis dudas. Ahora mismo sé que me estás abrazando. Ahora mismo bebo de tu boca. Ahora mismo escucho tus palabras.  Y no hay desierto. Tengo un amor tan fuerte como los fósiles, fragante como la mejorana. Te estoy viendo con los ojos de los ojos, con los de las manos y los de la boca. Te estoy viendo con los ojos que atraviesan los límites.


Por ti sé que no moriré solo. 

Por ti sé que amaré siempre.


Y eso es muy dichoso.


Aunque no te tenga.

Aunque no te tenga.

DÓNDE SE ESCONDEN

 El otro día se formó de pronto esta pregunta en mi cabeza: Dónde se esconden las moscas verdes cuando no hay carne muerta.


Desde entonces no hago más que volver mis ojos interiores hacia ella, como el que mira a un animal en reposo o a una persona callada esperando el momento en que se mueva o diga algo.


A lo mejor no se va a mover de ahí ni a decir nada más. A lo mejor de ahí no va a nacer nada más como nacen las ramas del tronco de los árboles y yo estoy esperando en balde.


Puede que sea una simple duda, sin más. Seguramente es una duda sin más. Pero incluso las dudas crean dudas. Así que no puedo evitar de momento seguir vigilándola. Igual mañana de una de sus letras veo brotar alguna letra nueva, como especie de yema en la rama de una higuera.


Intenté hacer un poema con ella, pero cualquier palabra que añadía no conseguía unirse, acoplarse, soldarse a la frase; todo resultaba falso, inventado, un paripé.


Por otro lado he reflexionado sobre la propia pregunta en sí y mis conjeturas si no son acertadas o no las puedo demostrar sí son al menos más reales y fiables que las cosméticas añadiduras poéticas.


Por ejemplo pensé:


El campo es enorme, y siempre habrá algún bicho muerto donde estén las moscas verdes, ésas que sólo ves cuando ves un bicho muerto.


Igual la carne muerta es riquísima en alimento y estas moscas con poco que coman pueden permanecer después largo tiempo escondidas a saber dónde. Porque la naturaleza es increíble, hoy sin ir más lejos he aprendido que los lirones pueden estar más de seis meses durmiendo.


Pero el misterio sigue en mí. Seguramente sus respuestas o respuesta será algo sencillo, como las mareas según la luna o que las noches sean más largas en invierno que en verano. 


Esto me hace pensar en la importancia del misterio. Dentro de él puedes imaginar infinidad de posibles respuestas. Una vez que la verdad ofrece la respuesta correcta, el misterio muere.


Escribir, como yo lo hago, quizás no es una forma de buscar respuestas, sino de divertirme por los caminos del misterio mientras la verdad no aparezca y me cierre el parque de atracciones.

SON PARTE DEL GUION

 Costumbre es en mi oficio tener siempre una astilla clavada entre las manos. No suelen ser muy grandes, mas no por ser pequeñas, me hacen menos daño. Son parte del guión, y así me lo ensañaron, antes de yo cruzar las puertas del taller sin acabar la escuela.


Bien lo supe esa vez cuando volví del cerro con la bolsa repleta de hojas de morera, aún ni adolescente. Hincado entre mi dedo, como alfiler pequeño, un pincho de madera. 


Llorando de dolor se lo mostré a mi padre. Luego vino el sermón, y más dolor aún cuando agarró mi mano y sentí su navaja.


No te curten los años según como nos cuentan, ni es más dura la piel jamás que la madera. Treinta inviernos y otoños, al pie del viejo banco o en la sierra de cinta, otra cosa demuestran.


Mas sí te enseñan algo que no viene en los libros, si acaso los hubiera. 


Más sabia que la astilla, es la naturaleza, pues al cabo de un tiempo, alrededor se cría una especie de callo, de celda membranosa que impide al cuerpo extraño ahondarse más aún entre la carne tierna.


Y no hay más que esperar. Al cabo de unos días, cuando menos lo sepas, olvidado el dolor como por una extraña sensación de anestesia, te percatas y observas. 


Casi siempre me basta con usar una uña, a veces unas pinzas, y otras veces, las menos, doy uso a la navaja.


Y es mágico el momento cuando hurgo mi herida y al más leve contacto, entre un brote de pus y un ligero entusiasmo, tal barca que en el mar hundida se reflota, la astilla traicionera emerge misteriosa.


No te impiden los años que otras nuevas espinas se claven en tus manos, pero te enseñan claro, sin sermón visionario ni frases sentenciosas, que no hay mejor remedio, llegado sea el caso, que el dejar a la carne valerse por sí sola.

domingo, 2 de agosto de 2020

CAMPO DE TU BOCA

Labios soldado
lucharon frente a frente
en larga e íntima batalla.

Extraña batalla donde las haya.

Perder era ganar.
Morir resucitar.
Caer herido, volver a retoñar
como el podado olivo.

Paz firmaron extenuados
y sobre la colina
clavaron en unión
victoriosa bandera.

Así cuenta la leyenda
de aquel cerro sin crepúsculo.
Dulces arroyos
de agüita clara
manan de sus entrañas,
y nunca llegan al mar.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...