De tocayo a tocayo,
de paisano a paisano,
de compañero amigo
en este extraño arte
del hilvanar palabras,
del tricotar renglones,
del zurcir con las notas
que ciertos raros vientos
de cuando en cuando otorgan
curiosas sinfonías
por lo común románticas,
por lo normal nostálgicas,
en general tristonas.
Del caprichoso oficio
-que no conoce ley,
regla o doctrina-
que no atiende a más jefe ni más rey,
sino a esas delincuentes
por lo común salvajes,
por lo normal indómitas,
en general ladronas
denominadas musas,
de tocayo a tocayo, como digo,
de paisano a paisano,
si pudiera, mi amigo,
si tuviera el poder de devolverte
todo aquello que te robó la vida,
tanto olor a canela y almazara,
los almendros en flor del Becerrero,
tantas Cruces de Guía,
tanta Octava, las Ferias,
tanta Romería.
Te lo digo, tocayo mío,
porque cuando me asomo
a tus poemas, a esa nostalgia tuya
que no tiene artificios, natural, transparente,
idéntica a ese agua de los caños de Roya
que no sabe mentir, y es valiente, y sabe de la vida, y lentamente ocupa los pilones de piedra legendarios, y refresca a las cabras y al cabrero, al perro y la paloma, y que luego se pierde por un cauce entre juncos, por un surco entre olivos, como humilde afluente hacia mayores ríos...
la pena y la impotencia me atragantan
el alma, el dolor me atenaza.
Qué desgracia, tanta Estepa lejana, sufrir el día a día en tierra extraña, y además ser feliz, y tirar para adelante con dos... canterones.
¿Y a mí me llamas maestro?
En tu verso la pureza brilla como luna llena en la veleta de Santa María,
como en el blanco del azahar en la Vitoria.
Tienes la esencia, lo que no se aprende.
Tus palabras son verdades. Tu palabras y Estepa son la misma cosa.
Yo no sé si al leerte estoy leyendo o paseando por las calles de nuestro amado pueblo.
De estepeño a estepeño,
y ya por último,
permíteme decirte:
gracias.
Y entregarte estos versos
que con todo cariño te regalo.