lunes, 25 de julio de 2022

UN REGALO PARA TI, TOCAYO

 De tocayo a tocayo, 

de paisano a paisano,

de compañero amigo 

en este extraño arte 

del hilvanar palabras, 

del tricotar renglones, 

del zurcir con las notas

que ciertos raros vientos 

de cuando en cuando otorgan

curiosas sinfonías 

por lo común románticas,

por lo normal nostálgicas,

en general tristonas. 

Del caprichoso oficio 

-que no conoce ley, 

regla o doctrina-

que no atiende a más jefe ni más rey,

sino a esas delincuentes

por lo común salvajes,

por lo normal indómitas,

en general ladronas

denominadas musas,


de tocayo a tocayo, como digo,

de paisano a paisano,

si pudiera, mi amigo,

si tuviera el poder de devolverte

todo aquello que te robó la vida,

tanto olor a canela y almazara,

los almendros en flor del Becerrero,

tantas Cruces de Guía,

tanta Octava, las Ferias, 

tanta Romería.


Te lo digo, tocayo mío,

porque cuando me asomo

a tus poemas, a esa nostalgia tuya

que no tiene artificios, natural, transparente,

idéntica a ese agua de los caños de Roya

que no sabe mentir, y es valiente, y sabe de la vida, y lentamente ocupa los pilones de piedra legendarios, y refresca a las cabras y al cabrero, al perro y la paloma, y que luego se pierde por un cauce entre juncos, por un surco entre olivos, como humilde afluente hacia mayores ríos...


la pena y la impotencia me atragantan

el alma, el dolor me atenaza.


Qué desgracia, tanta Estepa lejana, sufrir el día a día en tierra extraña, y además ser feliz, y tirar para adelante con dos... canterones. 


¿Y a mí me llamas maestro?


En tu verso la pureza brilla como luna llena en la veleta de Santa María,

como en el blanco del azahar en la Vitoria.

Tienes la esencia, lo que no se aprende.


Tus palabras son verdades. Tu palabras y Estepa son la misma cosa.

Yo no sé si al leerte estoy leyendo o paseando por las calles de nuestro amado pueblo.


De estepeño a estepeño,

y ya por último, 

permíteme decirte:

gracias.


Y entregarte estos versos

que con todo cariño te regalo.

sábado, 16 de julio de 2022

 LAURA


De qué aceite de monte tu piel se nutre,

de qué flor estival tus ojos aprendieron

a derretir la nieve,

de qué estrella su brillo.


De qué harina tus manos a copos sobre las cosas se posan.

De qué insecto tu maga risa volandera

aletea en mis sienes.


Das tu olor a la rosa temprana y tu color al cielo tras la lluvia.

Eres baño de perseidas en río transparente.


Laura de pan y de miel.

De trino y trigo.


Contigo mayo, el verso limpio.

Caño de fuente serrana, jazmín, ejido.


La noche escancia estrellas

en el brocal de mi pozo

cuando me miras.

miércoles, 6 de julio de 2022

 Haría de mi piel una pancarta;

de sus manchas un himno.


No habría mejor forma de expresarme,

mayor bandera o canto


ante esa realidad que nos oprime.


Me refiero en mi caso

a débiles conscientes.


Me refiero en mi caso 

a cierta inteligencia.


Que la piedra por piedra

es más feliz que el hombre,

la yerba por ser yerba,

las galaxias ignotas y distantes.


Me refiero en mi caso

al ángel que me habita en cada ocaso.


Ya no existen mis padres ni sus huesos.

No existe camposanto en que rezarles.


Existen ligamentos invisibles

que me atan al pasado,

al olor del pescado en la plaza de abastos, tinajas de aceitunas para el año. Mi madre en delantal fregando platos. Mi padre y su mandil y su flor de madera exhalando en sus manos.


No debí de existir.

No me lo preguntaron.


Yo no vivo, me engaño con poemas.

No camino, me arrastro.


No debe de ser sangre lo que surca mis venas, sino extraña sustancia.


Un líquido sin nombre

nacido en las montañas del fracaso.


Una tórtola arrulla en yo no sé qué árbol vecindario. Me entretiene su canto. Le divido el compás en tres por cuatro. 


Si me apuran podré reconvertirlo en gregoriano. 


Y así voy por las trochas de mi vida,

buscador incansable de algo extraordinario,

de aquello que me eleve hacia los cielos magnos,

al instante sutil de los relámpagos,

bandadas de palomas,

un charco en la mañana tras la noche lluviosa,

una pella de barro entre mis manos,

y moldear figuras a mi antojo

donde nadie me vea,

lejos, muy lejos,

en una cueva huraña,

reservado del viento y las tormentas

de esta sociedad pestilente y macabra.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...