martes, 27 de abril de 2021

 De todos los fenómenos atmosféricos que el cuerpo humano es capaz de percibir, yo me quedo con el de la lluvia. 


Quizás mi elección se deba en parte a esa particular característica que tiene la lluvia de poder ser (aparte de olida, vista u oída) tocada. Incluso gustada, o degustada: alguna vez abrí mi boca bajo la lluvia, directa desde el cielo, no desde las canales, pues éstas le dan un sabor a cerámica, a verdín o a metal que no me gusta. Abrir mi boca y saborear la lluvia tal cual, y luego imaginar que lo que moja mi lengua, húmeda de por sí, son lágrimas de ángeles o sudor de dioses obreros construyéndonos sin parar, a pesar de los pesares, ese mundo de ensueño que por amor a nosotros llevan siglos y milenios intentándolo.


Al frío también puedes tocarlo, pero no verlo. Puedes ver la nieve o la escarcha sobre diferentes objetos, pero no el frío en sí, pues no tiene cuerpo. De igual modo le ocurre al calor, derritiendo la nieve o la escarcha o elevando el nivel del mercurio en el termómetro, pero jamás podrás ver su figura propiamente, porque no la tiene. Tampoco el viento, por más que zarandee las ramas de los árboles y arranque sus hojas marchitas en otoño, ondee esos trapos de colores y símbolos a modo de banderas en épocas de guerra y patriotismo, el cabello del enamorado, la petunia en primavera, o la espiga del sembrado en el verano.


En cambio la lluvia sí es palpable. La lluvia tiene cuerpo. Es así. ¿O no? Hay que estar muy ciego para no tocar la lluvia, por muy ciego que estés.


Aunque lo que más me gusta de la lluvia tal vez es otra cosa; algo que en sí no tiene que ver con lo físico. Me refiero a su olvido o inconsciencia voluntarios.


Ella sigue, insiste, persiste en seguir mojando el mundo. Ella pone de su parte todo lo que está en su poder. Poderes muchos y diversos hubo sobre el mundo. Pero aún dependemos del milagro del trigo, del centeno, de la avena, del maíz, del pan que nos otorga día a día. Del necesario pan diario. Pan nacido de la tierra, mojado por la lluvia.


Por igual cae la lluvia sobre todos nosotros. Para todos por tanto y por igual ha de servirnos la lluvia. Inconsciente lluvia, olvidadiza lluvia. Amada y hermosa lluvia. Tu corazón es más grande que esta maldita tierra que todavía fecundas, de esta tierra habitada por hombres que no escarmientan, a pesar del dolor, a pesar de la sangre, del odio que a nada bueno conduce. Y tú ahí, en la nube todavía o ya en el charco, igual de pura como al inicio. Siempre dispuesta a amarnos.


Bendita lluvia, a la calle me voy, necesito tocarte. Vuelve el hombre a perder sus papeles en la tierra, si alguna vez los tuvo. Lluvia sanadora, te preciso, lo mismo que a su madre un niño. Empápame y camufla mis lágrimas en las tuyas.

martes, 20 de abril de 2021

 Porque sé de tus labios

no temo a la sed del día,


porque tu nombre aún retumba en los barrancos,

porque tu pelo, porque tus manos,


porque estelas dejaste en el viento

así como alimento hincado en las floridas pitas

puedo atravesar los desiertos todavía.


Pero es horrible la noche.


En la noche no hay veredas.


La noche es una gruta de antorchas extinguidas.


Memorias tiene la noche, déjame que te diga,

que son como alimañas de afiladas uñas.

jueves, 15 de abril de 2021

 En la casa abandonada

el silencio y los espejos comparten secretos

que esconden y callan.

Estira la gravedad roídas cortinas desdibujadas sobre baldosas quebradas.

Esparce sus desiertos el polvo por rincones, anaqueles, muebles, cachivaches, cuadros con estampas.

Como un salmón avanza mi memoria al revés de la corriente.

El tiempo de repente es un funambulista

sobre una cuerda panda.

Apenas me atrevo a tocar. Piso como volátil, ingrávido, cosmonauta.

Más allá de la cocina, detrás de los pestillos de la puerta que descorrer no quiero, salvaje, pura, en el patio, sobre la tierra firme aún estará la parra, un cielo olvidadizo, espesas yerbas en selva, peñuelas pardas.

En la casa abandonada ya no huele a sahumerio. En la casa abandonada la despensa es una cueva tenebrosa, onda, fría, callada. Qué habrá sido del bidón lleno de aceite. Y en la azoeta mohosos tendederos, sin pinzas, prendas, nada. 

El futuro del pasado no era más que un espejo, un horizonte baldío, una cordillera rala, un finisterre para el alma.

Pueblan mi corazón viejas coplas por mi madre entonadas.

En la casa abandonada ya nadie ríe, llora, juega, canta.

En la casa abandonada, sobre el polvo, bajo lámparas sin brillo cubiertas de telarañas, entre un silencio opresor aún pervive un dulzor, antídoto de nostalgias.

Tras los cristales del balcón, rauda y silenciosa, una golondrina pasa.

Dicen que es primavera, sus alas.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...