domingo, 27 de febrero de 2022

 También soy consumista. 

Devoro cuanto encuentro día a día.

Renovada ilusión que me mantiene vivo

en cada acequia clara, cada nube o aurora.


Y me olvido a bocados de ingenua fantasía

la sombra que me sigue pordiosera.

Y me siento volar en el vientre del aire, insomne, ingravido,

mas como enredadera ignorando raíces

que le atan a la piedra. 


A veces me contengo, me freno y reflexiono,

y miro con los ojos de mi espalda,

y contemplo los huesos desechados,

la senda solitaria del camino a la escuela,

monasterios, molinos, higueras y chumberas, tapias viejas,

las huellas de mi vida y de mi tierra.


Y entonces surge en mí cierto odio al reloj,

al calendario,

a la flor del almendro y del durazno, 

a la esperanza puesta

en la nueva cosecha cereal,

de rosas, mariposas, madreselvas.


Y me aíslo en nostalgias.

Y en el dolor falaz de lo pasado -lo irretornable-

me encuentro con aquello -lo innombrable- capaz de conseguirme lo que busco:


mirar en la distancia

las pieles que pelé,

las cáscaras vacías, y ya medio podridas,

que de modo inconsciente

lancé por mi camino.

 SONETO SIN REGLAS, MAS CON AMOR Y ESTRAMBOTE


Me enseñaste a decir mama, papa, pan; 

me ayudaste a caminar, a comer, a escribir y a leer.

A reír más que a llorar, a levantarme al tropezar.

A cantar, a jugar, a no embalarme con la bicicleta.


Calurosos los dos, contábamos estrellas

sobre el mismo colchón en la azotea.

Madre, si soy poeta, eres tú la culpable.

Tú, y tus macetas; sólo tú, ellas, y tu misteriosa tristeza.


Jamás sabré ponerle nombre a tu actitud frente al mundo.

Yo nunca alcanzaré en profundidad de qué se trata.

Si he de llamarla primavera constante o alegría, sombra o desdicha.


Madre, yo sé que tu visión del mundo siempre es media por desgracia.

Tal vez por ello así soy yo, medio humano feliz, medio poeta triste.


Madre, ¡me enseñaste tantas cosas!

Pero nunca este silencio que despierta al rendido,

y escucha atento por saber si aún respiras.

lunes, 14 de febrero de 2022

 Igual que presa o dique,

con su ángulo agudo tan perfecto,

como embalse de ramas que fabrica el castor.


Aguantando la fuerza de las aguas,

el empuje constante al hormigón.


Y por más que lo intento, y por más que soporto,

imposible es que a veces se abren grietas,


y por ellas el agua cuela en versos, 

en no sé qué relámpagos de amor,

no sé qué transparencias,

profunda lucidez, alto fulgor.


Y me abro inconsciente en amplitud de lluvia,

de par en par rasgado, y al demonio el aguante, como cielo empapando 

a trombas los desiertos,

como padre esperando en el zaguán

-tras demasiado tiempo-

donde ha de aparecer su amada hija.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...