También soy consumista.
Devoro cuanto encuentro día a día.
Renovada ilusión que me mantiene vivo
en cada acequia clara, cada nube o aurora.
Y me olvido a bocados de ingenua fantasía
la sombra que me sigue pordiosera.
Y me siento volar en el vientre del aire, insomne, ingravido,
mas como enredadera ignorando raíces
que le atan a la piedra.
A veces me contengo, me freno y reflexiono,
y miro con los ojos de mi espalda,
y contemplo los huesos desechados,
la senda solitaria del camino a la escuela,
monasterios, molinos, higueras y chumberas, tapias viejas,
las huellas de mi vida y de mi tierra.
Y entonces surge en mí cierto odio al reloj,
al calendario,
a la flor del almendro y del durazno,
a la esperanza puesta
en la nueva cosecha cereal,
de rosas, mariposas, madreselvas.
Y me aíslo en nostalgias.
Y en el dolor falaz de lo pasado -lo irretornable-
me encuentro con aquello -lo innombrable- capaz de conseguirme lo que busco:
mirar en la distancia
las pieles que pelé,
las cáscaras vacías, y ya medio podridas,
que de modo inconsciente
lancé por mi camino.