viernes, 24 de junio de 2022

 Cuando todo a mi alrededor se me detiene

mi cabeza es como un circo obligado al silencio dentro de mí mismo; como una planta con avidez de cielo que debe crecer hacia adentro. Si una tórtola escuchara entonces, me comunico con ella a través de extraños signos en otra realidad distinta.


Yo soy el viajero de la sola mochila cargada de preguntas sin respuestas. Yo soy el viajero que halla su descanso justo en los puentes.


Mariposas pasan. Nadan los peces. El sol es un cereal escapado del campo, allá en lo alto. Grillos chillan entre el fragor brillante

de estrellas lejanísimas. Pero puedo dormir tranquilo sobre el infinito tálamo aromático de la dama de noche. Ya no sé si soy humano o molusco sobre el asiento del tren. Blancas ovejas pastando entre un huerto gris solar detrás de la ventanilla. Gentes que no veré más se apean en cada estación. Nunca faltan nuevas gentes ni paradas del tren.


Ya no sé si soy humano o pájaro avizor en su atalaya vigilando el ciclo de los campos.

Nuevos trigos. El mismo trigo. Dentro mío hay un afán de pintor, de músico. Una muchacha a lo lejos caminaba por un sendero. Era en mitad del tiempo, no sé si primavera. Tal vez fuera primavera. Los campos eran verdes. Entre los campos verdes, a lo lejos, caminaba una muchacha,

por un sendero. Quizás entre Arahal y Marchena. En Bellavista, otra vez, pude leer el nombre de una calle con el tren detenido: Pamplona. En el número 55 tuve allí un amigo en tiempos de la milicia. Su padre trabajaba en FASA-Renault. Mi amigo era atleta. Su madre una tarde nos preparó croquetas. Mi amigo tenía un hermano, era rubio, más joven, y con el pelo largo. La calle Pamplona de Bellavista recuerdo que era muy recta, ya no sé si muy larga.


Este espíritu fantasma es el que me habita cuando en el presente estoy en Sevilla. Algo noto que falta. Algo que ya nada puede devolverme. Como fantasma asisto a la facultad. Mi memoria es el almacén de una antigua imprenta cerrada o el de una fábrica de cartones abandonada. Hay volúmenes sin peso y demasiado peso a veces sin volumen. Pero aún me asalta la humedad del vergel recién regado del parque de María Luisa. Noto su notificación hacia mí, mientras en piedra Bécquer, sombreado por el sauce llorón, mantiene vivas sus musas con un canto profundo y silencioso, más allá de este mundo, lejano, muy aparte de los cronómetros en los semáforos. Y el café con leche que me sirve la camarera de trencitas, sin tener que ya pedírselo. Y el trasiego de turistas. Y el tintineo caballar. Y las sirenas de la policía. La ciudad estática en verdad es un río que fluye, no es materia recia, sino líquida. Me quejo sin derecho alguno, pues he visto raíces aéreas de árboles exóticos décadas de años mayores que yo, inamovibles en su acera, firmes ahí, idénticas como en treinta, cuarenta, cien años atrás. La catedral es antiquísima, pero es más antigua su piedra. Y sigue siendo enigma quién la creó, con qué materia hija de la nada.


Materias hijas de la nada que un día fuisteis flores, labios, sauces, música, mañana seréis polvo, viento, sueño, frágiles melodías voladas del instrumento, peregrinas del sendero sin retorno en las brisas del tiempo hacia los pórticos sin gloria de las criptas del olvido.

martes, 21 de junio de 2022

 Aventar: lanzar mieses al aire, en una era, en día ventoso, separando así el grano de lo inservible, de lo que no produce harina en el molino.


Y así a veces nos ocurre que de todo lo escuchado apenas nos queda en el recuerdo un humilde puñado de palabras, que no harán un gran pan, pero que pan serán, aunque pequeño.


Y así yo me sustento con escuetas frases, lanzadas con cariño: "ya no hay edad para prisas", por ejemplo. Y doy órdenes al mulo que haga girar las grandes moles de granito, tamizo, amaso, agua, algo de sal, fermento, dedos húmedos, y enciendo el horno, y poso mi culo sobre el taburete antiguo de madera de olivo, y espero, medito.


Y como luego el pan preciso, mientras el mundo altera, tras la ventana, nubes, nieves, viste de nuevas mudas las ramas del árbol de la sabiduría.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...