miércoles, 30 de mayo de 2018

Ellas, las ideas

Y estarán ahí, a saber dónde, fieles y puntuales
como cada tarde, igual que nubes preñadas de agua
ansiosas por parir hacia la tierra.

Pero hoy la tierra está cubierta no sé por qué paraguas. No quiere lluvia. No quiere sol. No quiere germinar nada.

Sólo quiere que llegue la noche, cerrar los ojos, descansar por unas horas del duro oficio de ser tierra.

Mas ella no descansa nunca. Hay quien escucha el crujir de los tallos creciendo en la madrugada, mínimas explosiones de flores al abrirse, el mortal golpe apagado de un ave pequeña al caer del nido.

Y qué decir del incesante beso del río en sus labios de la orilla, el incansable escarbar del topo o el hozar del jabalí, la risa macabra de una hiena asesina extremeciendo hasta las raíces en ella hincadas en vísperas del alba.

No. Ella nunca descansa.

No es de extrañar que a veces
en noches estrelladas
se queda mirando hacia la Luna, callada, pensativa, como diciendo: tú sí que estás tranquila.

Qué pensará entonces la Luna desde
allá arriba.

viernes, 25 de mayo de 2018

Os lo aseguro: están ahí, escondidas, a veces bajo el polvo negro de un negro pensamiento; otras veces un remolino de desesperanza es quien las oculta. También un exceso de júbilo les hace retroceder asustadas a su concha igual que las caracolas.

Y pasas sobre ellas, y no ves nada, nada sientes, como cuando cruzas por un lugar que antes fue camposanto o campo de batalla; o mísera casita ya extinta donde se besaba el mendrugo de pan duro con la almohada de paja, áspera y cálida.

Son tantas, y tan diversas. Tan antiguas unas, otras tan nuevas. Las hay malsonantes, dulces, lastimeras. También las hay falsas, tremendamente falsas. O están, pero a medio hacer, como el espermatozoide y el óvulo; como una carta por escribir a los reyes magos; como el beso anhelado de un amor que no te corresponde...

Os lo aseguro, repito: siempre están. Abre tus ojos y tu corazón. Obsérvalas; escúchalas. Son las palabras, las que cuentan historias, las que enseñan, son la almohada, un paño para las lágrimas, un armario de sueños, para mí mi amigo más íntimo, y en ellas me desdoblo, sueño que alcanzo, y lo alcanzo, sueño que vuelo y vuelo, caigo y sueño que vuelo, lloro y sueño besarte, duermo y estoy bailando, hace un calor insoportable en mi desierto donde de pronto han crecido palmeras que dan sombra, no tengo un duro y me quedan dos cigarros, sueño con volcanes que echan humo...

Todo está ahí, cada tarde, esperándome, en mi papel en blanco.

Y en el tuyo también.

jueves, 24 de mayo de 2018

Como lobo en acecho en ocasiones escucho su inquietante jadeo
detrás de mí, siempre guardando la misma
distancia, persiguiéndome oculto entre la niebla que invade
mi espalda.

Yo me autoengaño y pienso en soles y estrellas, en océanos y barcos, en amores, en músicas, en cometas, en musarañas. A veces consigo así no sentir escalofríos.

Pero yo sé que sigue ahí. Siempre está ahí. Basta con bajar un poco el volumen de la música, obviar el canto de los pájaros y del mar y del viento. Cerrar los ojos. Estar atento.

No es preciso girarme a comprobarlo.
Sigue ahí.
Esto es un diálogo íntimo y vegetal
entre ese árbol y yo.
Aléjense -lo más lejos posible-
curiosos lenguaraces
que no saben entender el idioma de los árboles.
Mi trabajo me costó entenderlo.
No soy ningún lumbreras.

La primera regla, la más difícil,
para poder dialogar con ellos es estar en silencio,
pero no un silencio cualquiera,
con estruendosas inhalaciones y exhalaciones de aire al respirar, o el golpeteo atronador del corazón
como tam-tam africano
latiendo sin ton ni son.

Más silencioso aún,
todo lo que puedas
y debas estar callado.

La segunda regla es la quietud.
Quietud de mármol, quietud de momia,
quietud de pirámide egipcia,
quietud de aire enamorado tras un beso,
ser la viva quietud de la misma muerte.
Y si la pose te cansa, que sea el viento y sólo él quien te mueva.

La tercera es aprender a desechar colores.
Esta regla me gusta mucho. Porque con ella de paso aprendes verdaderamente el significado de varias palabras: necesidad, avaricia, importancia, opulencia, justicia...
Han de bastarte un par de tonos de marrón, ótro de verdes, un naranja, un amarillo, dos o tres rojos... Los azules son para el cielo y el mar, para las banderas de las playas, y para ojos escandinavos; del blanco al negro pasando por todos los grises son para las nubes y la noche.
Los demás se reparten justamente entre el resto de cosas que pueblan las tierras y las galaxias, salvo un rosa, que es para tus labios.

Con estas tres reglas básicas podrás comenzar a entenderte con los árboles.
Con estas tres reglas podrás sentir lo que es depender de la tierra.
Y de ti.
Y de la lluvia.
Y de mí. Y del sol.
Y de los dos.
Y de todo.
Y de todos.

Con estas tres reglas, si no eres muy torpe, podrás entender que para dialogar de tú a tú con los árboles
sobran las palabras.


Si el otro día hablaba de anacronismos, anacrónico resulta ya también escuchar esta canción y que me siga gustando. Canción basada en un famoso poema de Antonio Machado, adaptada a los nuevos tiempos. Los malo es que esos nuevos tiempos ya no son ésos, sino aquéllos. Porque hoy ya no hay sólo dos cadenas televisivas de las que deba guardarse el españolito, ahora hay infinidad, con lo cual al telespañolito le han vuelto loco y con tan escaso bolsillo a ver de dónde saca tanto parné con que alimentar tanto mastín que guarde tanta puerta, tanta ventana, tanto agujero por donde se cuelan los diabólicos duendecillos charlatanes que le siguen sorbiendo el tarro, antes con milagrosos crucifijos redentores, ahora con milagrosas pócimas antiedad pero en el fondo y en la esencia para seguir sacándole los cuartos.

Pero todo esto que he escrito en realidad me importa un pito. Yo venía hoy aquí un poco como de otra manera, un poquito Paco Umbral. Para hablar de otra cosa. Lo malo es que esa cosa es cosa de valientes, y yo tengo de valiente tanto como de terrateniente. Soy tonto elevado a la enésima potencia menos uno. Y en ese uno ya no soy tan tonto. Y me digo: Jesulín, ten cuidadín. Los lebreles te acorralan, huye, salta, lánzate al río, sumérgete en él, despístales tu pista. Sé más barroco, retuerce el asunto, encúbrelo, ornaméntalo con premeditación, alevosía, y cierta inocente mala leche.

Así que mañana no os extrañe leer por estos lares un retorcido poema infumable en el que aparezcan inquietantes versos pero que en el fondo intenten suscitar en quien los lea un profundo afán de conocimiento por saber qué hay detrás de determinadas sonrisas provenientes de alguien con quien nunca has cruzado jamás una sola palabra, pero te sigue sonriendo cada vez que os cruzáis.

Veo que también tengo de valiente como de terrateniente como de barroco. ¡Visca el Betis fútbol club de Barcelona!

En las ciudades proliferan los anacronismos. Hay quien no acepta las lecturas de su espejo. ¡Rompe tu espejo!, se dirá un heavy que vi ayer. Chupa de cuero, chinchetas plateadas, camiseta negra, gafas oscuras, botas de media caña, gastado pantalón vaquero... una calva que te cagas, más arrugas que un higo y  restos arqueológicos colgando a orillas de la calva que en tiempos fueron melena al viento sobre su Harley (que era una Yamaha Special por lo común.)

Más adelante, veo asomar por una bocacalle a una altura entre el metro y medio y los dos metros algo así como un cuerno, de pelo, negro, brilloso, muy brilloso. El cuerno avanzaba en su salida de la bocacalle. Ya mediría medio metro. Y continuaba. Al rato apareció la persona o unicornio que lo portaba en su frente. Era un rocabilly. Éstos sí que están en grave peligro de extinción. Pero sus vacileos al andar no se extinguen. El bamboleo de sus hombros, siempre alternados con ligeros quiebros de cadera. Cazadora vaquera, cuellos erguidos, Ray-ban negras, cigarrillo rubio americano en los labios, que no se toca salvo sólo dos veces: al sacarlo del paquete, y al lanzar, lejos, su colilla. Expectante estaba por verle el trasero. No, no es eso que piensas. Sólo quería ver el peine asomando en el bolsillo. Y en efecto, allí asomaba. Éste es auténtico, me dije. Irá a coger o vendrá de aparcar su buga. En tiempos, los bugas de los rocabillys rurales de por aquí o eran un pandita o un cuatro latas, nada que ver con los cochazos de 6 ó 7 metros de eslora que salían en las películas americanas. Alguno llevaba un R5, con lo cual era expulsado del reino rocabillesco inmediatamente convirtiéndose en un paria en el reino de los pijos.

Éstos sí que no cambian. Polo Lacoste o camisa Ralph-Lauren, Levi's 501, jersey anudado al pecho colgado en sus hombros, y pulcros zapatitos castellanos. Añádase perfiladas patillas de hacha si el especimen es andaluz. Y mirándoles bien ha de vérsele en alguna parte un detalle rojigualda: una pulserita, el llavero, banderita con ave negra en la correa del reloj... No, ciertamente no debería haberlos incluido en esta relación. Éstos no se desfasan.

Pero bueno, todo está bien, muy pintoresco y tal. Algún suspirillo eché al verles. Discoteca No sé, Estepa. Finales de los ochenta, principios de los noventa. En altas horas de la madrugada. Cantando con mi coleguita por Duncan Dhu en algún lugar de una gran país olvidaron construir un hogar donde no queme el sol y al nacer no haya que morir.
En tiempos me enamoraba a cada instante de cada muchacha que pasaba en bicicleta por cualquier calle tuya. Entonces también me sabían superiores las porciones de tarta vegetal en tu patio de San Eloy. Entonces era sublime aquel amarillo encubridor de la luz de tus farolas, lo salado de tus altramuces, y no tuvo nunca jamás mejor punto el mojo picón de tus churrascos, oh sí, ahora al recordarte estoy en ti, aquel yo en aquella Sevilla, y no cuando pisaba tus calles, hace unas horas.
Por último algunas cosillas más sobre mi viaje de hoy a Sevilla.

Camino de vuelta encontré abierta la iglesia de la Magdalena. Enorme, más vistosa que esmerada en su interior. Hago mención de ella por un papel escrito a máquina sobre la reja de la capilla de San Antonio. Ampliando la imagen puede leerse no sin cierta dificultad. Más de lo mismo de mi primera entrada de hoy.

Añado la grata sorpresa que me he llevado al pasar por calle Sierpes y descubrir que han reabierto la gigantesca librería instalada en el antiguo teatro. Le han cambiado el nombre. Hablé con uno de sus empleados y me dijo que reabrieron hace seis meses. Casi todos son los antiguos trabajadores de la librería anterior. A primer golpe de vista creo que hoy hay menos volúmenes expuestos. Pregunté por uno: Sonetos de la Zubia, de Antonio Gala; está descatalogado, me dijeron. Estuve por comprar una antología de Luis Alberto de Cuenca, demasiado caro para mi bolsillo. Tengo ganas de que pasen al menos dos meses. Tengo ganas de que acabe este maldito mayo. Con los ánimos tan bajos hoy no vengo con buen sabor de Sevilla. Casi no tendría que haber ido. Me pondré a leer Onofre Rojano. Lo necesito.
En una ocasión ya escribí algo sobre cierta dificultad mía a la hora de separar literatura y realidad en determinadas ocasiones. De tan reales a veces, me cuesta creer ciertas verdades, que mi mente, de tan crudas, casi se niega a aceptar.

El Callejón de la Inquisición no es un decorado de cartonpiedra: hoy lo he visto con mis propios ojos. Es una calle como cualquier otra, en el sentido literal que todos entendemos por calle: pavimentada,  entre paredes encaladas, estrecha, recta, escalonada, con un arco de ladrillo en el lado del río Guadalquivir y otro arco con cancela hacia la calle Castilla la cual cierran de noche.

No sé si habré estado un minuto como mucho observando esa calle. Pero en ese minuto infinidad de visiones me surcaban la mente; visiones terribles.

Por el Callejón de la Inquisición los reos eran conducidos al Castillo de San Jorge, hoy desaparecido. En su lugar hoy se halla el mercado de abastos de Triana.

Esta noche al dormirme seguramente me asaltarán de nuevo esas visiones.

¿Hemos de dar por muerto hoy en día al Santo Oficio?, ¿o sigue vivo aún, reconvertido, transformado, adaptado pero mimetizado en la sociedad actual? ¿Te has sentido tú alguna vez inquisidor/a? ¿Me he sentido yo? Inquisitorialmente atacado sí me he sentido alguna vez.

viernes, 18 de mayo de 2018

No es tiempo de andar
poniendo faltas ni sobras
a cada atardecer.

No es tiempo de esperar
un récord en vistosidad y colorido
en cada ocaso
ni que el viejo sol
nos deleite con una pirueta mortal
con doble tirabuzón invertido
al tiempo que nos recita
los quinientos y ocho versos
que componen
la fábula de Píramo y Tisbe
antes de esconderse, como cada día,
un poco más allá de Aguadulce,
provincia de Sevilla.
(Un amigo mío de Chile
dice que el sol allí
se pone un poco más allá de
Las Torres del Paine.
Será otro sol.
El mío se pone por Aguadulce.)

Este sol de hoy
que hace ya rato que se fue a dormir
es el mismo sol que se escondió
y por el mismo lugar
el día que yo nací.
Y que cuando nació mi padre.
Y que cuando el suyo, mi abuelo.
Y vete a saber para atrás
hasta cuándo.

Dejémonos de exigencias.
Nuestra vida es un suspiro
y el sol debe de andar aburrido
de tontos caprichos.

lunes, 14 de mayo de 2018

Tarareando Gamoneda que tararea Nazim

Tengo doctor desde hace días una bella
canción sonando en mi cabeza.
Llevo doctor hoy todo el día buscando
en las páginas amarillas un exorcista o
un doctor que me saque esa bella canción
de la cabeza.
No conlleva un trasfondo el tema doctor o eso creo.
Simplemente que es demasiado bella esa canción, demasiado arte pesa en mi cabeza.
Pero si me dejara doctor solamente con la insoportable opacidad del silencio o con el horrendo estupor diario de las palabras necias déjelo doctor
yo quiero seguir con esta canción en mi cabeza.

A veces pierdo el norte:
no sé quién soy, qué soy:
si el invocador,
si lo invocado.
Justo ahora soy varias cosas:
soy este aire agradabilísimo que cuela por la ventana, yo mi propio bálsamo;
soy también mañana, lunes, y su andar hacia mí sigiloso, yo mi propia presa, yo mi mismo tiempo.
Y sobre todo,
justamente ahora
-escucho lejano el motor de una motocicleta; algún vecino manejaba un taladro hace un instante; arriba suena un secador de pelo-
soy la serena quietud
de un cuerpo abandonado por la duda.

Más tarde ya no sé.

domingo, 13 de mayo de 2018

Ya huele el campo al perfume de la siega.
Primera y verde siega, la de los henos,
la de la avena, la alfalfa, y algún que otro trigo malaventurado.

Por mi proximidad al campo, participo involuntariamente en la fiesta. Siendo sincero me siento aparte del espectáculo. Ni tengo campo, ni ya tengo animales a los que alimentar con heno. Y continuando con la sinceridad tampoco los echo de menos. Pero siempre es atrayente ese perfume, engatusa. En verdad es el perfume de la muerte, pero uno es tan bucólico que se deja arrastrar por el olor y casi me vuelvo vaca, yegua o cabra (mejor lo expreso en femenino que tener que escribir toro, caballo, o...) abriéndoseme de par en par los portones del apetito junto con cierto poético entusiasmo.

Vigilo cada día las distintas etapas de la siega; ya digo que mi proximidad al campo y mi paso diario por su lado así me lo permiten.

El primer aviso es el del sonido del tractor. Todo lo escucho desde mi taller, donde aunque nunca deja de sonar Radio Clásica, siempre la mantengo a un volumen discreto. Es algo parecido a cuando llegan las golondrinas que anidan en mi taller después de pasar su africano invierno. Me asomo y veo al tractor segando. Una enorme guadaña va cortando a rape los tallos granados de avena de la finca aneja a mi taller. Me gusta asomarme, más que por la visión, por el olor tan penetrante del corte de los tallos; cosas así de sencillas que no están en venta en los supermercados: o te asomas y lo hueles o se perderá en el aire hasta el próximo año.

Los tallos cortados los dejan varios días de oreo tal cual quedan tumbados en la tierra tras la siega. Pasados esos días al tractor le han cambiado la enorme guadaña motorizada por una especie de ruedas como de recios alambres que van volteando las mieses a fin de que todas se oreen por igual. Pasan otros cuantos días. Ahora al tractor le han colocado la alpacadora. Esto es muy curioso de ver. La alpacadora es como un cajón mágico, como cinematográfico: entran los forrajes por un lado y salen por otro convertidos en grandes prismas rectangulares fuertemente atados con varias cuerdas, que van cayendo a la tierra. Sinceramente me encantaría ver un día el interior de esa máquina; más me inquieta ese misterio que el del Triángulo de las Bermudas o el de los agujeros negros del espacio.

Las alpacas sí que no las dejan mucho tiempo en la finca; es un visto y no visto el que alguien venga pertrechado de algún vehículo con remolque y en un santiamén, entre varios muchachos u hombres bien organizados y en perfecto equipo lo dejan todo recogido.

Al día siguiente lo más normal es ver sobre el rastrojo una piara de cabras u ovejas apurando los suculentos restos, o un mulo o un caballo amarrado y que amarrado permanecerá, pobre de él, durante buena parte del tórrido verano de estos parajes sin más tejado ni sombra que el mismo cielo.
Sombra de mi cuerpo
que a gusto el sol
sobre la tierra derrama.

Reflejo de mi cuerpo en el espejo
que vuelve a mí,
indiferente a veces,
extraño ótras,
con nostalgia de antigua fotografía.

Negras bóvedas del alma mía:
qué sol os hará sombra
si en sombra siempre estáis;

qué espejo ofrecerá el reflejo
oscuro vuestro

hacia qué luz,
qué día.

Enmarcar los sentimientos
como quien pinta cuadros.
Dónde queda el mal olor.
Qué color será aquél
que plasme
fielmente
la exacta realidad; qué trazo
será capaz de concentrar
el todo.

Simulacros,
torpes remedos,
vanas invenciones
imitando aquel ayer.
La triste hormiga
de Ángel González
yendo y viniendo
sobre la misma rama
del árbol
en la que se ha perdido.

Pero tu recuerdo
no es etéreo, aún palpita
en mis viejos libros,
complicados,
que tú
sin saberlo
estando en mí
me explicabas
y yo fácil comprendía,
los vivía,
como escritos para mí,
gracias a ti,
antorcha en mi caverna,
de la que niego a salirme
ya sin ti.
En mi cabeza u olla de grillos
a veces hay palabras que se juntan
como enamoradamente
produciendo un sonido dulce
y un olor como a hierbabuena.
Es entonces cuando los grillos callan
y se sientan en corro.
Es breve el espectáculo; hay que estar bien atento.
Suenan frases como:
olas llenando huecos de acantilados, recientemente;
a descubrir mis ojos perdidos en la nieve, hace mucho más tiempo;
te beberé el cabello y cerraré los ojos. Tú seguirás manando tu cabello turbio de besos, que no es mío.
Mas todo es fugaz como estrella de Bagdad, o eterno, dependiendo de la atención que se le preste.
Aunque lo más normal es que los grillos tras el mínimo espectáculo vuelvan a sus típicos quehaceres y se alborotan y de nuevo se ponen a gritar y a demandar su tomate.
Con plan preconcebido,
insurgente de mi propio yo,
a hurtadillas de mi mismo orden establecido y
amparado entre ciertas sombras y neblinas
escapo reiteradamente cada noche entre mis huesos
buscando un poco de aire puro,
alguna luz, una música de ensueño con que paliar las duras leyes de mi propio presidio.

Mas no pido derrocarme;
ni siquiera un mínimo cambio político.

¿Ser libre a cambio
de la incomparable pureza de este aire, de esta luz, de este sonido?

Callad.
Ya me lo dijo mi madre cuando niño:
Hijo mío,
no hay quien te entienda,
¡joío!

sábado, 12 de mayo de 2018

Entre el mundo y yo siempre habrá una frontera irreductible.
Lo sé cada vez que vuelvo a mí
desde la muchedumbre.
Ser, entre los demás, tiene tintes de teatro, de interpretación, de falsa personalidad.
Me siento electrón farsante orbitando elípticamente alrededor de un núcleo que en realidad no me atrae.
Pero ante la soledad de la caverna a veces opto por esa posibilidad, por entrar por esa puerta que se me ofrece y en esos vuelos elípticos me distraigo viendo orbitar a otros electrones, les escucho hablar. Hablan entre ellos con las palabras de su normalidad, una normalidad fácil que no me cuesta trabajo entender. De hecho me crié y me educaron entre ellos.
Pero llega un momento en que me canso, me aburro, y regreso a mí, a ese lugar que hay dentro de la figura que ven los demás electrones y que ninguno conoce como yo mismo.
Ahí descanso de ser electrón. Me vuelvo polilla, obcecada en otro núcleo o luz que desconozco su nombre pero hacia la cual me siento gloriosamente atraído, como aquel espino amarillo debajo de la piedra que la oscuridad privó del verde pero el aire a través de las fisuras de la roca y la tierra y la lluvia le dieron vida, y mis ojos al levantar la piedra.
Contemplé la Piedad de Murillo
y la Asunción de Valdés Leal
hasta que la obra ya estaba en mí.
Pero un deseo innombrable ansiaba
traspasar mis límites:
yo, río, queriendo llegar, penetrar, morir
en otro río o en el mar.

La obra en mis aguas quería inundar
otras aguas.

La obra en mis aguas 
queriendo morir
en otras aguas
para seguir creciendo,
seguir realizándose.

Entonces comprendí
que yo no era su fin,
sino parte de su camino.
Este desconcierto del clima
desconcerta al espíritu. 

Nítido como el recuerdo
de un primer beso,
imperaba el azul del cielo
en las alturas esta mañana,
repoblando con su belleza
de cándido entusiasmo y colorido
los más recónditos antros del alma,
donde,
en días tristes y nublados,
traman sus truculentos trapicheos
el desánimo y sus compinches.

La primera parte de la tarde
siguió en su estela a la mañana:
el sol brillante y el cielo limpio se hicieron hegemónicos en su mandato.
Pensando en los interesantes,
artesanalmente atrayentes,
económicamente simpáticos últimos
encargos
templadas y apacibles
discurrieron las horas;
y mi sangre.

Todo pareció cambiar de pronto
justo cuando un viento (agradable y tibio durante todo el día) comenzó a encabritarse. Lejanos nubarrones (negros corceles, veloces y agresivos como el recuerdo de un desengaño) al son del trueno
conquistaron la sierra en un santiamén.

Y llovió. Martilleaban los goterones
sobre el tejado.
Bandadas de aves
huían hacia el cobijo de nidos y aleros;
fluía el agua por el camino.
Y todo era ruido: el aleteo de los pájaros,
su piar desorientados,
las gotas de lluvia sobre las chapas,
mi perra asustada ladrando...

Curvada maravilla luego
la del arcoiris sobre los olivos
cual emblema o bandera multicolor de paz
sobre la tierra tras la batalla...

El variopinto día toca a su fin.
Leo a Ángel González.
Escucho Chopin.
Por la ventana entra un airecillo
algo frío,
pero agradable.
Todo está bien,
todo está en su justo orden.
Soy feliz.
Escribo.
Estoy vivo.

La memoria de los espejos

ENSERES DOMÉSTICOS EN UNA CUBA

Todo vale nada y nada vale todo. Lo que hoy es materia prima de la satisfacción, de la comodidad, del bienestar, de la felicidad en suma, en un mañana lo será del desprecio, de la inutilidad, del olvido resumiendo.

Yace en la cuba y entre escombros la cama que un día fuera nido procreativo; a su lado el colchón es un mapamundi ajado y con sus lamparones y cierta imaginación puede construirse un universo de planetas y soles, los mismos que en noches de insomnio aparecieran fantasmalmente sobre el techo de la alcoba cuando cierta esperanza repentina retara a muerte (de manera ilusoria en el común de los casos) a la diaria rutina.

Ya no volverá a gemir la mecedora, hoy torcida y apolillada, en el sopor de una noche de estío. Quebrado, el espejo multiplica, distorsiona, agranda o mengua todo lo que hoy en él osa asomarse. Almacén de volátiles fotografías de ese presente continuado que llamamos vida, sólo él se merece un larguísimo poema; la memoria de los espejos, podría ser un buen título.

Mesas, baúles, cuadros, sillas, jarrones, todo aquello que calladamente siempre estuvo ahí (¿realmente somos conscientes del valor real de cada objeto?) hoy comparten una misma muerte. El inquietante tic-tac todo lo puede, con todo acaba. Nuestras muertes no son una y sola muerte. Seamos conscientes de su entrega por capítulos.

Nota.- Este escrito no me ha venido a la mente porque hoy yo haya visto todo esto en realidad. Me han dado más de treinta libros que iban a tirar a la basura. Entre ellos hay una edición del Quijote de 1966. Otro y muy curioso se titula Respuestas; este tipo de libros siempre me han resultado simpatiquísimos. Hojeándolo y ojeándolo vi en él desde cómo arreglar una pieza de porcelana rota hasta cómo ser un buen ahorrador. Muchas novelas, manuales de bricolaje y un atlas que al abrirlo todo está bocabajo, tal como lo digo. Grave error de encuadernación. Yo lo he encontrado gracioso, y he recordado a un viejecete muy entrañable de mi infancia que no sabiendo leer se sentó a la puerta de su casa periódico en mano; alguien que pasaba le dijo: tiene usted el periódico bocabajo, a lo que él contestó: no importa, el que sabe leer lo mismo lee "pabajo" que "parriba".

viernes, 11 de mayo de 2018

QUÉ COSAS

La amiga de la novia
que se casa este sábado
me ha pedido que le escriba
algo bonito para ella leerlo en el estrado.
Madre mía. Qué cosas. Sé que hay una película, creo que ambientada en un país sudamericano,
no sé si basada en una novela
de García Márquez (¿El amor en los tiempos del cólera?, a lo mejor es ótra que nada tiene que ver, así que no me hagan caso).
El caso es que
en ella un escribano
se situa en la plaza del pueblo con su silla, su mesa, su pluma, su tintero y un taco de papeles en blanco
esperando los más
variopintos encargos.
Tendré que buscar cuál es esa película porque cada vez me llegan
detalles más claros.
Un analfabeto
requetenamorado
le pide que escriba versos
al susodicho escribano
con los que conquistar
el corazonzuelo de su pichón endiablado.

Creo que la novia de la película acaba por enamorarse del escribano.
Jajaja... Dios me libre.
Pondré los pies en los claros,
o la pluma mejor dicho
en este caso.

domingo, 6 de mayo de 2018

A SOLAS Y A SECAS

Cuando más te necesito,
caprichosa ola,
te vas,
te alejas mar adentro,
dejándome a solas y a secas sobre la arena cálida,
respirando la fría
humedad de tu ausencia,
temblequeante bajo un áspero cielo,
oscuro y mudo,
plagado de interrogantes sin respuesta,
una vez más.

Es difícil quererte así,
aguantando año tras año tus inesperadas huidas,
siempre inoportunas;
o regresando Dios sabe de dónde
en la alta madrugada,
cuando desarmado de papel y lápiz
he de prenderte torpemente
con el lacio alfiler
que blande mi insomnio.

Así es difícil,
ya digo. 

Tal vez nuestra dependencia no sea recíproca. O acaso sois pocas
en la empresa
y no dais a basto en vuestro mundo oceánico
de aplacar
tanta sed de sentido a la existencia;
tanta hambre de espuma
y de luz
sobre el curvado lomo
de vuestros cuerpos
de viento y agua;
esta necesidad de tu embestida
sobre la dura roca
de ciertos acantilados
del alma que,
en tu ausencia,
se me agigantan
impidiéndome
ver a las gaviotas.
LA HORA AZUL

Calzar mis pies con barro
en cada amanecida;
escalar resbalando a cada hora
los ásperos peldaños del día,
hasta llegar aquí, hora infinita,
-aquella aurora gris es ya una loba
que aúlla lejanísima-
donde el dolor se ablanda,
se amortigua,
casi se olvida,
ya es casi alegre ola,
casi risa.

Al borde de la hora azul
danzan las mariposas
al son de la siempreviva.

Al filo de la hora azul,
ya casi ocaso, acaso ya casi noche,
por los aliviaderos del corazón
luciérnagas fugaces destellean con la brisa.

Y ya eres sueño otra vez,
ya casi polvo,
casi ya viento de nuevo.
Como si polvo en el viento.
Como si ya casi brizna.

sábado, 5 de mayo de 2018

Si me acompañaras en mi galería verías altos árboles frondosos.
Oirías piar pájaros exóticos;
plantas aromáticas flanquean los caminos que suben a la cima
o el que baja a la playa virgen.
Allí los albatros se enamoran de las gaviotas y las palmeras se inclinan sobre las olas ofreciéndoles su fruto.

Siempre hay luz en esa galería.
Es de una antorcha que llaman amor.

Pero si la luz se apaga (desgraciadamente es una luz frágil) entonces verías la realidad de esa galería:
es una caverna
negra,
fría y húmeda.
Como la misma muerte.
En tal estado
nada es feo
nada es defectuoso
el almendro torcido no resta
favorece
verde está el espacio donde hubo un incendio
cantan los pájaros ajenos a los periódicos
y el sol
cálido y luminoso
ahí como si nada

maltrago la verdad de cuando
no tenga sentido no tener sentidos
pero hoy
ahora
todo es azul y bello
huele bien
suena suave, dulce

perfectamente encajado
como olas llenando huecos de acantilados.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...