domingo, 21 de abril de 2024

 Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina:

-Frótate una de tus últimas patitas por entre la última de tus entrepatas, que yo me voy. ¡Y ahí te quedas, asesina!

sábado, 20 de abril de 2024

De niño siempre tuve perros.


Años más tarde dos hijas.

Abandoné a mis perros.


Mis hijas ya tienen novio,

y yo he vuelto con mis perros.


Pero ahora me miran con recelo,

desconfían.

Tal vez teman la llegada de los nietos.

Me digo que soy feliz

pero en mi pueblo no recuerdo la última maceta adornando en un balcón. 

(Posiblemente haya alguna todavía. No lo sé.)

Yo podría también colocar una maceta en mi balcón, pero sería una impostura 

como pintarme el pelo para esconder las canas o comenzar a asistir a algún tipo de gimnasia para las articulaciones.

jueves, 18 de abril de 2024

 Algunos a estas horas ya habrán nacido.

Algunos a estas horas ya habrán muerto.

Algunos a estas horas ya habrán ganado un buen dinero.

Algunos a estas horas ya se habrán arruinado. 

Algunos a estas horas ya se habrán enamorado.  

Algunos a estas horas ya se habrán reconciliado.

Algunos a estas horas habrán comenzado a odiar, o llevan ya un buen rato haciéndolo.

Algunos a estas horas estarán pintando un cuadro, otros robando, incluso alguno habrá que no encuentra un pozo con agua para su camello. Alguno que acaba de pisar la cima del Everest, otro perdido a saber en qué desierto.

Alguno a estas horas ya tendrá su cocina pulcra, otros no sabrán aún qué comerán.

Yo a estas horas creo saber algo de muchos que no conozco. Yo a estas horas conozco cierta verdad en el mundo, no demostrable por mi parte.

Posible es también que alguno o alguna esté pensando en mí a estas horas, aunque no sé por qué ni para qué.

Alguno a estas horas comienza a hacérsele el día largo, y es poco más de mediodía. Un día cualquiera, jueves dice el calendario, y primavera los campos y los patios.

Alguno habrá que quiera cerrar su poema en este punto.

 Piezas para construir un poema:


• Hemos cerrado nuestro taller de reparación de alas rotas de mariposa.

• Pero muchos clientes siguen llamando a las puertas del taller, sobre todo al atardecer, y más ahora que es primavera.

• Ya no atendemos. No. No nos pidáis ni presupuesto, les decimos por la ventana. Estamos jubilados. O: ahora estamos en otra cosa.

• No se lo creen. Insisten. Golpean la puerta con más ahínco, y eso que son alas de mariposa, y además rotas. 

• Y así una tarde y otra. Y sobre todo ahora que es primavera.

• Nos dan lástima. ¿Qué hacemos? Nos preguntamos.

• Pesan los golpes, no en el oído, porque si bien se escucha no se oye nada. Pesan en el fondo del alma, y con carácter retroactivo. Pero nunca firmamos un contrato con la más mínima garantía; tendrían que haberlo leído antes.

• Libro de leyes mercantiles: cómo diluir una sociedad. Dependiendo de si es anónima o limitada... Ahí no dice nada si surgió natural. En realidad nunca fue tal sociedad, mercantilmente hablando. Fue otra cosa. Volvíamos, tú y yo, el mismo aire papel, y luego con él jugábamos a la papiroflexia. Yo ahora a solas me entretengo en dibujar sonrisas sobre la superficie de los charcos. Duran lo que duran.


Esto es lo que tengo ahora mismo para construir el poema. Poco, pero hay otra cosa peor: que olvidé el oficio. 


Quizás me volví ala rota de mariposa. Quizás soy yo únicamente quien golpea por fuera en la puerta. Y más ahora que es primavera. Muy primavera. 


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Me gusta el ingenio. Por ejemplo las chispas luminosísimas en las películas de José Luis Cuerda. En "Así en el cielo como en la Tierra", cuando Fernán Gómez, que hace de Dios, sabiendo que todo se irá al garete tras el apocalipsis, dice al contemplar el firmamento desde su ventana: "no sé qué vamos a hacer con todo esto, vendérselo a alguien, no sé". O cuando en "Total", Agustín González haciendo de pastor, señala hacia su pueblucho castellano y dice: "Londres"; luego señala hacia una de sus ovejas y dice: "oveja". O en un poema de Karmelo C. Iribarren, cuando dice: "Qué hago mirando la lluvia, si no llueve". O en ese otro poema de Ángel González que empieza así: "Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió, se puso casi lunes". Todos estos ejemplos son para mí de una genialidad fuera de lo común. Algo de esa chispa ingeniosa voy persiguiendo a diario. A diario necesito escribir. No es cuestión de comprenderlo o no. Simplemente es así.

domingo, 14 de abril de 2024

 Tu rostro no se me disuelve nunca, 

aunque sea como el azúcar. 


Otras cosas sí, y de manera fácil, 

quizás por demasiado duras, 

o muy seguras, no sé. 

En todo caso 

suelen ser las cosas 

que nada me importan, 

ya sea Nietzsche el fútbol o los telediarios.


En cambio tu rostro 

siempre está intacto en mi memoria, 

blando, 

amoldable, 

jamás se quiebra. 

Parece de la misma materia 

de las yemas de mis dedos 

o la de mis labios.


Tu rostro es el deseo 

de la flor de los cerezos.


En tu rostro (todavía lo sé) 

hay música. 

Y un lecho como de lana 

donde dormir muy tranquilo.

jueves, 11 de abril de 2024

Duerme la madera fría 

sobre el suelo del taller.


Espera, Dios sabrá qué.


¿Encimera de cocina?

¿Ropero para mis ropas de ayer?


Recubriéndola de espinas,

la muerte extiende un mantel.


Rosalía, rosalán, rosalés.


De fresno y de pino es.

No de ciprés.


Carpintor de la melancolía,

volví mi escoplo pincel.


Vive y perdura, resina.

No te tallaré.


Marzos, ramas, hojas, ríos,

brisa y nidos 

sobre ti pintaré.

miércoles, 10 de abril de 2024

 Cuando mi boca

se vuelve puré de almendras dulces. 

Cuando te imagino. 

Cuando medra el destino 

con su horizonte aparentemente sereno.

Ahora que no hay viento, 

ahora que no llueve,

pero tengo miedo.


Ahora que el silencio 

disfraza de inocente el porvenir.

Ahora que te recuerdo, 

ahora que te menciono

porque he visto una bisbita bebiendo en mi patio solitario,

ahora que te pienso 

como piensa en la nube 

el agua prendida 

en la onda del charco.


Ahora que hace sol, y no te tengo.

Cuando aún me suspendes en el aire

porque frágil me vuelves como brizna de hierba, si te anhelo,

retal del más preciado sueño,

ascua en la hoguera de inagotable invierno.


Ahora que te preciso, aunque todo parezca tranquilo. 


Ahora que por edad 

la experiencia me dicta 

que tal paz será siempre un engaño.

Embustera es la vida 

por más que se decore 

envuelta una vez más en primaveras. 


Si me sigues faltando, 

absténganse madroños y duraznos

en madurar sus frutos. 

Quédense en nieve las altas cumbres, 

pues para qué tanto río. 

Para qué el agua fresca 

que refresque mis pies,

mis pies ya no cansados, 

porque ya no caminan. 

Y si lo hacen, son patas de cangrejo 

hacia un pasado de brisa y de amapola 

y vino dulce y risa 

que ya sólo perdura en mi memoria 

junto a algún que otro juguete de la infancia. 


Ahora que veo tan claro lo plena que me has sido. 

Cuando llena me llenas aún de calma y de blancura, mes a mes, al simular la Luna tu sonrisa. 

martes, 26 de marzo de 2024

 Atrás truenos, tempestades,

pedestales de la euforia.


Que mi ola más gigante 

apenas pase de onda.


En esa quietud sonora

proclamaré mi misterio.


Abisal y laberíntico.

Negro como el pozo negro.


Denso, hondo, escueto, frío.

Acariciando el silencio.

 Callaron las voces.

Helaron sus dedos.


Primavera acuosa.

Atenuados cielos.


Umbrales de abril,

estériles vuelos.


Por donde los cardos

y donde los cuervos.


Donde el camposanto.

Candil de recuerdos.

miércoles, 13 de marzo de 2024

 Árbol yo, podré dar muchas flores, pero pocas manzanas; se perdió la abejita que las polinizaba. Barco yo, llegaré a muchos mares, pero a poquitas playas; extravié el astrolabio que me orientaba. Explorador, sediento, orador yo: cruzaré muchas selvas, beberé en muchas aguas, podré decir mil cosas con muy pocas palabras. Pero: ¿quién calmará mi sed de fondo, quién de las fieras frías será mi ángel custodio? ¿Y hasta cuándo mi viaje? ¿Seré cual ser inane, bogando día tras día, mes a mes, año tras año, implorando al pasado eternamente un poco de alimento almacenado? Porque eso hago, satisfago tal carencia con recuerdos: tus manos en mis manos eran dulces y tibias como el pétalo de orquídea y la sandía crujía de colores y aroma entre tu boca y mi boca como en un bodegón de pintura flamenca. Es así: millones de partículas ionizadas -cual diminutos soles-, orbitan en el siempre entre una pertinaz lluvia de lágrimas. Y en la noche infinita, mi salmódico llanto prolongado: Ofelia sólo duerme, sólo duerme, duerme...

Las estrellas parece que se apagan. ¿Algo escuchó mis súplicas? Parece que se anuncia un nuevo alba. Las cosas reorganizan su antiguo organigrama: el pez vuelve a ser pez en amplias aguas; la liebre, el regaliz, la tórtola y la esquila, el trigo y la lavanda, la delicia melódica del casco del caballo entre la grava... El todo gira hacia su ser lentamente, a su única sustancia. Tras la noche lluviosa, mi alma se asemeja a la amapola en cálida mañana: yérguese, prístina de sangre, y con la renovada brisa danza. Has regresado.

jueves, 8 de febrero de 2024

 Como no es mía, y hace ya tiempo que no la tengo,

ni decirme puedo: déjala que se vaya.


Maldita y caprichosa poesía,

que haces de mí tu puta favorita.


Tanto que te odio cuando te fugas.

Mas si vuelves, sin quejas ni preguntas

me abro como las granadas por noviembre.

domingo, 21 de enero de 2024

 Dónde está lo que aparta

entre mi ser y mi tierra;

si es mi amor esto de aquí, o simplemente el verdor

de esta yerba, de aquella sierra.


En el estar, en el manifestar:

bajo la piel y la piedra nos fluye una corriente invisible, idéntica.


De algarrobo y romero tengo mis pestañas llenas. Late mi corazón entre arrullos de tórtolas. Me despista algún jilguero,¿acaso ya está aquí la primavera?


Me alejo de la campana para sentirte a ti, sola, solamente. Para sentirme a mí, contigo, sin más voz que el balido de la oveja.


Para adormilarme en ti, sentidamente conmigo. Serenamente al sol, otro domingo cualquiera.

martes, 16 de enero de 2024

 Puede que ya alcancé (tal vez sobrepasé)

lo que yo más seré. Tal madura granada, 

tiempo viene a ser ya de degustar mi propia 

dulzura, como así degusta todavía 

el río en estuario las mieles de sus aguas.

Sólo el viento me basta. Este viento de ahora, 

por ejemplo, que esconde sinfonías, retira 

o trae la lluvia, viene, sacude los cristales 

de las ventanas, luego pasa, y no se oye nada.

Mas la ausencia de Eolo ha despertado a Cronos, 

le sacó de su alcoba de madera, silente.

Prodigio de tictac. Es el reloj. El viento

vuelve. Yo vuelvo a mí. Vuelve otra cena, vino 

de pasas, ensalada. Y la cama. ¿Y mañana? 

Pero esta noche aún es moscatel, almíbar. 

Que ya no es cosa mía la palabra mañana. 

Vuelve el tictac, de fondo. Y hay música en mi alma

-el viento me adormece con gusto a mermelada.

miércoles, 10 de enero de 2024

 Tejo un mantel con palabras, un manto.

Lo agarro en los extremos con mis manos.

Salto, y la tela se ambomba igual que un paracaídas. Mi distancia hasta el fin sigue siendo la misma. Mi objetivo: mesurar mi paso por el recorrido, aún ofertado; entretener mi visión mientras tanto a ritmo más pausado. Nada me salva, ni hay peros admisibles. Tan solo lentifico mi consumo inexorable. No describo, porque no veo, sino siento. Ni color ni paisajes. He cerrado los ojos. Parece que es invierno, y la madera cruje con su grito de siempre: apenas perceptible a mis oídos. ¿Es totémico el sonido? No lo sé. Lo supongo. Lo imagino. Puedo estar junto a mi madre, hace mil años, o mil océanos, o entre mil vientos de incertidumbres. Sin embargo, en mi estómago, la vida continúa. Siento hambre. Olvido este inútil empeño ¿en qué? Me atengo a lo único y veraz: lo primitivo: tengo hambre. 

Ya no es pasión, ahora, lo que me impulsa, sino lo viejo, de donde vengo, lo que sí soy, el artefacto tangible y definido, con lo que verdaderamente existo: animal, con hambre. Y en todo caso: animal hambriento gastando (¿malgastando?) su tiempo tras no sé qué luz.

martes, 9 de enero de 2024

 La primavera se extiende por la pared de los meses como dolor sin olvido, como el peor de los daños que hayas cometido. Ya no hay nieve que borre tus huellas en el camino. La chimenea bosteza mostrando su negra boca. La manta es artículo inútil. Qué mérito tendrá abril, cuál mayo. Maldigo al buen poeta y sus plegarias de eternas primaveras. Depreco yo, mediano rimador, más llorón que poeta, por todo lo contrario: necesito un invierno. Un invierno que ofrezca algún sentido a este discurrir continuo, sin alternancias, monótono, cálido, sí, y florido. Tanto como aburrido. Que no es vida esto, si lo analizo. Un invierno. Un invierno a lo antiguo, de escarcha en las cunetas, de vaho en los cristales, de aroma a sahumerio bajo el religioso manto de las nagüillas. De lirios blancos, violetas, amarillos; del anhelo del almendro y del romero allá en la sierra, por ser flor sencilla. De la traviesa aventura al regresar de la escuela dibujando, saltando, universos de órbitas concéntricas, líquidas, expansivas. De botitas de paño, luego, al amparo del ascua, secándose en la tarima.


(Este poema comencé a escribirlo hace ya varios días, cuando enero sólo era enero en el almanaque. Parece que mi ruego, quizás por ser tan sincero, no necesitó ser mostrado para surtir efecto por quién sabe qué misteriosos agentes. Hoy, que lo hago público, enero sí tiene pinta de enero en la calle, en el cielo, en el aire y en los campos, incluso en mi propio espíritu. Otras cosas sé de sobra que ni los mismos dioses podrán devolverme.)

sábado, 6 de enero de 2024

 Me siento entrando en una nueva preadolescencia, a la par que voy entrando en mi preobsolescencia, si es que no estoy allí ya.


Lo malo es que antes, si fallabas, no importaba: había futuro donde remendar, retractar, corregir. Y ahora ya no.


El tiempo excluye hasta lo peor: la capacidad, la oferta, la oportunidad de remendar, retractar, corregir.


Ya no hay ni un por qué, un para qué. 


Y en ese punto, digamos, mi preobsolescencia es igual a mi preadolescencia. Se actúa sin más; se actúa sin pensar en consecuencias. Es así.


Tengo absoluta certeza solamente de una cosa: voy a morirme. Lo demás qué importa, como en la adolescencia.


Canto, lloro. Leo poemas. Escribo poemas. Sí, voy a morirme. 


Cada vez más cerca. Cada vez me cuesta menos percibir su olor.


Me voy desnudando de lo absurdo ante ello. Es cuestión de peso. ¿Qué obligación pesa más ahora aquí que mi propia ceniza luego?


Canto, lloro. Escucho música. Veo películas.


Miro el fuego, relleno mi copa, pienso.


Ah, pero mi nueva perra joven, como la manifestación corpórea de las antiguas primaveras. Viene hacia mí, con sus ojos brillosos y su pelo áspero y a la vez tan dulce en mis dedos. Sus grandes manos, su gran fuerza. Y no más: ahí está el punto de mi dicha ahora. Como cuando yo también joven. Como cuando la leña, recién cortada, tardaba tanto en quemarse en la chimenea. Y cuánto calentaba.


Preadolescencia.

Preobsolescencia.

Ahora, es así, las veo idénticas.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...