viernes, 17 de noviembre de 2017

Cuenta la historia

Cuenta la historia que hubo una estrella que lloraba por querer ser estrella, que ya lo era, pero de mar, que no lo era. Y no por capricho, sino por pura pena y angustia.

Dicen los científicos, y habrá que creerlos, que si una estrella de mar pierde uno de sus brazos, le vuelve a salir. Por ello lloraba nuestra estrella, porque un día, y sin saber cómo ni por qué, algo en su cuerpo brilloso notó que le faltaba. Una de sus puntas, si por falta de calcio, si de alguna vitamina, le había desaparecido.

Reíanse de ella las otras estrellas, que es cosa muy común el mofarse del defecto ajeno. Eso es así en el cielo como en la tierra, como dijera Cuerda. Y ella lloraaaba y lloraba. Y lloraaaba y lloraba...

Pero la historia es larga, y con esquinas. Que es en los vértices del tiempo donde la diosa fortuna hinca sus uñas o roza con sus plumas.

Rodó y rodó y rodó la punta errante de la estrella entre planetas y cielos. Y volaaaba y volaba, y volaaaba y volaba, y allá un cometa, y allí un lucero. Y ahí un planeta, donde de pico fue a estamparse contra los riscos de un cerro. Y se hizo añicos. Rutilantes añicos de punta de estrella tan blanquitos y tan bonitos quedaron derramados en la ladera a merced del tiempo en aquel paraje extraño.

Después de siglos y siglos de solano y más solano y otros mágicos fenómenos, fueron moldeando caprichosamente aquellos trocitos de estrella, convirtiéndolos poco a poco en diversas figuras y formas. Los más grandes ya se asemejaban un poco uno a una torre gallarda, otro a un torreón, otro muy amplio a un convento, otro a un palacio, varios parecían como iglesias, y los más chiquititos casitas de pueblo.

Una tribu errante que andaba por los caminos divisó esto de lejos, y se acercaron a verlo. Al entrar allí y ver que estaba deshabitado, decidieron ocuparlo pero con la condición de que si un día llegaban los verdaderos dueños de aquello, se irían sin más contemplación.

Y allí se asentaron y fueron felices. Luego vinieron otras tribus. Unas eran buenas, otras no tanto. Y de la mezcla de todo nació la tribu que habita ese mismo lugar hoy en día.

En un momento dado de la historia del lugar, a una mujer del pueblo le dio un día por hacer una vieja receta de dulces, que estaban muy buenos. Aquello tuvo su éxito y cada vez más gente de allí se puso con las manos en el lebrillo a fabricar tan rico dulce, ya no tanto para el consumo personal, sino por vendérselo a los forasteros y ganar un dinerillo con el que criar a sus hijos.

Por otro lado estaban unas bolitas de cierto árbol que cosechaban y luego machacaban con unas enormes piedras de granito, de lo cual surgía un líquido espeso y amarillo que usaban para la elaboración de sus comidas dándoles un sabor tan sabroso y natural como exquisito. Y entre los dulces tan ricos y aquel líquido amarillo el pueblecito prosperó de lo lindo.

 ¿Pero... qué pasó con nuestra amiga la estrella? Dicen que desistió en su empeño de ser estrella de mar. Pero que de tanto mirar y mirar por ver si encontraba su punta extraviada desarrolló una enorme capacidad de visión. Tanto es así que un día mirando no se sabe bien adónde, si por algún instinto extraño que tengan las estrellas como le ocurre a las madres, tuvo la certeza de que aquello que brillaba allí abajo tan bonito era su punta perdida. Esto no calmó su pena por completo, pero la consoló bastante.

Le gustaba por ejemplo mirar hacia allí en primavera. Porque no sólo había afinado la vista, sino también el oído. Y con mucha atención escuchaba algo así como tambores, tambores y trompetas. Y de noche se apagaba todo pero unas figurillas con gorro blanco y vestido negro hasta los tobillos y con una especie de velas encendidas en las manos circulaban por la cima de aquel cerro, y detrás iba una figura subida en una mesa muy grande a la que parece que no le habían tratado muy bien. Otras veces, por mayo, se encendían unas luces más brillantes que el resto en un lado del pueblo y también otras diminutas que subían y se abrían con estruendo y eran de muchos colores. Esto mismo ocurría también en julio, pero en el otro lado. No está mal, dijo la estrella. Al menos divertido parece el sitio, y su gente no se ve mala.

Y bueno, pues ésta es un poco la historia de este lugar bendito, tan brillante y tan blanquito, donde unas veces hace calor, y otras fresquito.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Ese simpático nombre de perrita rusa


Desde lo alto de la copa del álamo negro se precipita el piar de un mirlo. Un ligero viento, ya levemente frío en los primeros días de noviembre, hace chirriar en lentos vaivenes el cubo de cinc colgado de un gancho. Alrededor del brocal del pozo da vueltas sin sentido una araña.

Trepa la humedad del patio igual que
enredadera por los pies descalzos de Natalia. Una carta por abrir tiene en su mano, y la mirada absorta en los insectos voladores del anochecer.

El aria primera de Las Variaciones es como un rumor de arroyo nacido en el interior de la vivienda. Rumor que inútilmente acaricia los oídos de la joven, abstraída ahora en una luna semioculta entre brumas pardas, las ramas de su higuera.

El tronido de un petardo proveniente de la calle le hace despertar de su embeleso y en un fugaz y sonoro aleteo huyen todos los pájaros del huerto, ajenos por completo a las fiestas que se anuncian.

De pronto el viento se encabrita, a la par que automáticamente hay un cambio de disco. Y suena Prokofiev, Obsession diabolique, en torrente, en cascadas, anegando toda la casa, el patio, saltando las tapias, sobrevolando la sierra, llegando hasta el mismo cielo, cielo donde esa luna está ahora oculta detrás de una enorme nube negra. Cállase el mirlo. Se balancea el cubo con más ahínco. Un torbellino de hojas secas y papeles rotos se eleva en mitad del patio, ya desierto.

Cerrada es ya la noche, y fría, tremenda, insoportablemente fría. Tan fría como una mala noticia del frente de Leningrado. O de Teruel. O como el resultado positivo de un análisis clínico. O como la notificación de un desahucio.

Alrededor del brocal del pozo continúa dando vueltas una araña, indecisa entre la luz y el abismo.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Tris es bis y otra vez


Tres cosas imprescindibles que hay que saber: no, no y no.
Aunque se pueden resumir en una sólo: azul.

Luis contempla desde la ventana de su dormitorio el arbolito del parque.
"Cuando alcance la altura de esos cables problemas tendremos. Chispazos, cortocircuitos, fuego, milagro sea que no haya que lamentar víctimas."
En su radio suena el "Hallelujah" de Cohen.

En esto que por la calle pasa Dorotea, montada en su bici nueva, que es blanca y naranja, de vuelta de la biblioteca. Poco le queda para terminar su tesis sobre "Simbología del enanismo en el siglo de oro". Su gato ha muerto.

Y mueren las hormigas de Francisca, una a una, diez a diez, cinco a cuatro. El último método del espray invisible e inodoro es infalible. Algo de mezquindad tiene la mirada de Francisca.

Por el contrario la Luna allá arriba como si nada fuera con ella, como si siempre...

Se desvanecen los dioses en su olimpo. Crece la ortiga.
Y hay gritos en el cielo y actos en la tierra.


  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...