viernes, 27 de diciembre de 2019

El negro engaña, el negro encubre y miente.
No, no intento remedar al Guillén
del Sóngoro cosongo.
Me refiero al color del cielo por la noche,
al de su gabardina decorada
de estrellas rutilantes -en los mejores casos-
tomándonos por tontos,
como si no supiéramos qué esconde.
Pero aun así le seguimos el juego,
y preparamos sopa o intentamos poemas,
o acaso tienes suerte porque tu calendario
indica que hoy es viernes,
y te vistes de viernes y sales a la calle
cuando de sobra sabes que no vas a encontrarte
con el mar de tus sueños pues vives tierra adentro
de mares y de sueños hace ya muchos años.
Si acaso una evasiva caminata entre bares
en los que venden ron
donde tal vez te creas navegar
con un parche en el ojo como bravo corsario,
la puerta el horizonte, gaviotas son la música,
la bruma las volutas del cigarro 
donde hiendes la vista esperanzada
en que asome una isla o esa princesa amada
cuyo nombre es la equis en tus mapas.
Pero en verdad ya saben: el retorno a la casa
recalentando sopa o intentando poemas,
quitándote el zapato que te aprieta
la puntera de tu pata de palo,
mirando a las estrellas -en los mejores casos-
a través del cristal del camarote
que no da, por asomo, a los mares del sur,
sino a un patio donde madura, lánguido,
un mandarino triste y desolado
entre el negro embustero de la noche.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Escasamente miras el espejo
y te ves tal cual eres en tu fondo.
Y es curioso el asunto cuando ocurre.
Pues te quieres tan sumamente íntegro
como aquello certeramente tuyo,
al modo de la concha con el nácar,
violentamente juntos.
Y galopan cargados unicornios
con serones al lomo de recuerdos
por la elíptica órbita del mundo,
tan blando y apacible, como una orilla en calma.
Y toda la verdad está en la sombra
de una nube sobre el cauce de un río,
fluyendo entre los álamos.

lunes, 23 de diciembre de 2019

En tu cara de nube no hay cambio de estaciones.

Numantinas las hojas no caen de tus párpados.

Tu boca es la batalla
donde el mar se defiende de la nieve.

En tu cara de nube hay un reflejo
que devuelve a la tierra océanos de espigas.

Golondrinas las horas se aferran a tus párpados. 

Te pienso y soy cometa ajeno a lo que ocurre:
el giro del planeta, la vida en su corriente,
mi sombra en las aceras, diciembre entre los parques.

viernes, 20 de diciembre de 2019

PEQUEÑO DIÁLOGO ENTRE LA NIEVE Y UN ÁLAMO

Aunque blanco te apellidas,
no eres blanco como yo.
Le dijo la nieve al álamo.

Son cosas de los botánicos,
le contestó. Y dice a continuación:

Dime nieve: tú que has sido
nube, río, ola, lago,
¿a qué huelen los océanos?
¿a qué saben los cielos?
¿a qué suenan los acantilados?
¿cómo es la piel de la foca?
¿cómo se ve la tierra allá en lo alto?

La nieve cierra los ojos, pensando.

En ti están las respuestas, dijo la nieve al rato.

¿En mí?, preguntó estupefacto.
¡Si yo no viajo,
si vivo anclado a la tierra
en mitad de un páramo!
Unas veces con hojas,
y otras sin pájaros.
Envidia le tengo al tren,
que aparece, llega, y pasa,
que viene de donde no sé,
que va qué sé yo a qué parte;
a los ánsares migrantes
que cruzan por las alturas del aire;
a la abeja que liba las flores;
a las piaras de cabras y ovejas
que pastan en las dehesas
y luego a mi sombra
rumian echadas,
al pastor que cuida de su rebaño;
al dúo de enamorados
que se abrazan y se besan
y me pintan corazones
atravesados con flechas
en la corteza a navaja;
al río que tú ahora tapas
que me cuenta las leyendas
de las lejanas montañas.

En ti estaban las respuestas,
ya lo ves.
Envidia te tengo a ti,
que eres ser vivo y poeta,
que sientes lates y expresas.
A ti que naces y mueres.
Tú que disfrutas o penas.
A ti que posees las prendas
más preciadas del planeta:
el sentimiento y la letra.
Y yo no soy más que agua,
a veces nube,
otras río, y otras helada.
Pero siempre agua,
materia inerte
que no siente nada.
Noviembre de sombra y siembra.
Duerme la salamanquesa.

Por la frente del lagarto
van lentos barcos de vela.

Diciembre de frío y niebla.
Rueda el cierzo en la dehesa.

La nieve lleva zapatos
con suelas de blanda tela.

En los sótanos de enero
se escuchan canciones viejas.

Margaritas en la hoguera
tiemblan con luz de luciérnagas.

Febrero tiene un regalo
envuelto en papel de seda.

Alrededor de la llama,
abejas alegres vuelan.

Por los zaguanes de marzo
se asoma la primavera.

Y en el corazón despierta
el canto de la cigüeña.
Amenazado durazno
por afiladas,
grises lanzas.

Si lloviese,
caerían
almíbares en lágrimas.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Y ya otra nueva noche, como página en blanco,
ofreciendo sus párrafos velados en la sombra.
Tal vez la misma noche, como la invocación
de un dios elemental que invita a repetirme.

Siento en la sangre ansias correr de hacerse piedra.
Siento en la carne afán de hacerse de corteza.
Pero mi dios es blando, su perfección es líquida.
No hay olvido en sus tuétanos durmientes. No hay olvido.

Mi casa es el gran templo de los cinco pilares.
Y la papiroflexia me ofrece margaritas
para que digan sí en la oreja del pozo.
¿Alguien siente llorar las almas del desierto?

Es la vida que sopla su trompeta imprecisa
-como dios, como imán, como pulso latente-
por mis dunas de olor a anhelo y sacrificio.
Arriban los deseos al puerto de la noche.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Alguien lo vio una noche disfrazado de beso.
De su ombligo nacían Dylan Thomas y otros héroes
como brotes de cólera y sarmientos de furia.
Con ellos fustigaba las piedras de sus muros,
su Yin con Yang perfecto de espaldas hacia el mundo.
La voz tenía apagada, apenas se le oía:
"La luz es sola y una; yo soy la luz del mundo.
Mi escala es invisible a los ojos del necio.
Labios quedan atrás, ya no piso su suelo.
Ni más flor que se abre para morirse luego."
Decíase llamarse el guardián de lo eterno.
Vivía en oscura casa de libros por ventana.

martes, 26 de noviembre de 2019

Transmutando roles y época, defecto visual con personaje, creando una cosa rara, yo sería el lazarillo ciego de José Luis Sampedro. Él me guiaría, me llevaría, me alumbraría. Yo sería sólo oídos. Y mis ojos comenzarían a ver de nuevo, a ver distinto, desde la luz de sus enseñanzas.

En lo que es narrativa no conozco escritor más grande, y en lírica también hay muchos poetas de renombre que no le llegan ni a la altura de la suela de su prosa.
I
Un sol, una ventana y un corazón,
fueron a la casa del alma olvidada.
Llamaron a la puerta.
Nadie contestaba.

En su sillón,
a solas y abandonada,
dormida, que no muerta,
parecía que estaba.

II
Aunque erguida me veáis,
tendida estoy como la tierra,
muda y seca,
aguardando la lluvia.

Y si algún ruido escucháis,
no serán mis suspiros,
sino el viento
cruzando estas rüinas.

III
De todas las muertes que sepáis,
sabed que no hay peor
que la del alma.

Porque un alma muere
inapreciable, como a trocitos.

Ni el vecino corazón se entera.

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Aquí hace menos frío que en la calle, dice Pedro Guerra. Luego viene lo de "hay leña para un fuego, no mucha, pero bueno, un poco de calor no viene mal." No hay leña aquí, ninguna, sino un calefactor eléctrico. Lo que sí hay es algunas mimbres todavía para hacer con ellas un canastito que pintaré de color, a ser posible lila, como mi cactus. Hay que seguir andando, pensando, escribiendo. Hay que seguir dándole calor y color a la cosa. Hay que seguir.

Brindo hoy por la libertad del arte, por no ponerle puertas. Si se quemaran ahora mismo todos los museos, todos los libros sobre arte; si todos los profesores de arte no existieran, las cuevas de Altamira se derrumbaran, todas las catedrales, en fin, si todo lo que hoy tenga que ver con el arte dejara de existir, mientras quede un humano que se embobe por el simple hecho de ver una bandada de pájaros cruzar, y note en su interior algo así parecido a plumas y a altura y a vuelo, y se le cambie la voz, o quizás mejor, se quede callado un tiempo, meditando, saboreando ese no sabemos qué placer... continuará el arte.

Al arte no le importa que lo expresen o no, creo yo. En todo caso le importará al artista, por crear un diálogo, un mensaje con otro sujeto, una enseñanza, o cierta vanidad también. Pero el arte en sí no precisa ser expresado. Se siente dentro. Luego se siente ese otro impulso de sacarlo afuera para compartirlo. Y en ése por qué expresarlo y compartirlo intervienen muchos factores o causas. Desde la llana, pura y loable confraternidad, hasta la estúpida vanidad de mostrarles a los demás lo guay que se es pintando o esculpiendo por ejemplo.
Como ya comenté, ahora mi ventana no da al aire, sino a un vacío, que no es lo mismo. Mi ventana nueva es oscura o clara, no tiene más matices. Desde aquí no veo nubes, campo ni tejados. Por ella no entra aire, ni de ninguna temperatura ni fuerza alguna. No entra nada. Sólo luz, y según qué hora. Pero no todo ha de ser ventanas en esta vida. No es lo interesante quizás lo que a través de ellas pueda verse, sino lo que está en el interior de quien por ellas mira. El mundo hace al hombre pero también el hombre hace al mundo. Sin campos lejanos, sin tejados cercanos, sin aire ni nubes, hace un momento me he sentido campo y tejado, aire y nube. Suena Telemann en el Spotify del móvil, al compás del silencio. Mi hermosa lámpara de sobremesa, de base de cerámica calada comprada en La Rambla (Córdoba), alumbra cálida y acogedora. Y ahora tengo un compañero: un cactus diminuto de color lila que compré esta mañana. Mis rarezas le han puesto un nombre. Se llama Pancho. Pancho es fuerte, pero muy delicado. Y yo que soy profano en este tipo de seres vivos, me cargué por torpe manipulación uno de sus tallos, tallo que he introducido un poco en la misma tierra y junto a Pancho por ver si es capaz de agarrar, de echar raíces, de no morir por culpa de mi torpeza. ¿Tendrán las plantas sentimientos? Chi lo sa. El caso es que esta mañana entré a una tienda de animales a comprar pienso para mis gallinas, y allí estaba él, junto a otros dos ejemplares de distinta especie, solitarios ya. Mi inevitable literaturarización de las cosas hizo que me pareciese un cachorrillo de mirada lastimosa buscando hogar. Y aquí está. Mirándome agradecido. O no sé si mira a la pared, porque yo no sé dónde tienen los cactus sus ojos. Yo creo que me mira. He estado investigando sobre los cuidados de los cactus. Poca agua, y sol. Agua cuando note seca su tierra. Un pequeño riego o dos al mes. Cuatro horas diarias de luz solar al menos. Leí que esta especie es de muy lento crecimiento. Eso me ha gustado. ¿A quién no le gustaría que sus cachorros no crecieran? A saber la de cosas que Pancho me contará en nuestros ratitos de encuentro. Lo miro. Es raro. Pero es bonito.

Y es bonito todo con ventanas también que ahora dan al vacío. Con Telemann y el silencio me siento pasear por el Parque de María Luisa, por ejemplo. Uno está en las cosas, y las cosas están en uno. Así que veo altos árboles, serenos de luz nocturna y de otoño, y huelo a tierra mojada, y no muy lejos presiento un río, que pasa lento, brilloso, por debajo de algún puente. Como por mis venas ya transita mi sangre, con mansa furia de mano artista sobre el blanco lienzo de la nada.
Una de mis pasiones es la música. Creo que hace ya muchísimos años en los que habrá sido raro un día en el que no la haya escuchado aunque sea un poco, siempre a través de algún tipo de aparato. Pero nada es comparable a escucharla en directo.

A un pequeño concierto de música clásica he asistido esta tarde noche. Ni una hora habrá durado, entre otras cosas por no haber comparecido uno de los músicos, el guitarrista en concreto, así que el par de obras que debía interpretar no ha sido posible oírlas.

Comenzó el concierto un grupo instrumental de músicos jovencísimos tocando seis pequeñas piezas. A continuación un trío de adultos tocó una obra de Bach, compuesto por flauta travesera, violonchelo y clave. Es la segunda vez en mi vida que tengo la oportunidad de escuchar un clave en directo, instrumento antecesor del piano moderno. Pero el violonchelo es cautivador. Y más en un lugar así, una iglesia, donde la altura y profundidad del templo concentra a la vez que da libertad al sonido de las cuerdas, quedando francamente bonito y agradable el sonido. Después el mismo trío, dado que tuvieron que saltar el par de obras que tenía que tocar el guitarrista ausente, tocaron una pieza de Mozart, aunque esta vez con diferente intérprete al clave. A continuación, a las instrumentistas de la flauta travesera y violonchelo se les unieron dos músicos, uno a la trompeta y otro al oboe para tocar cuatro piezas más, de las cuales dos de John Dowlan me gustaron mucho. Para terminar un coro de niños acompañado del cuarteto anterior interpretaron "Hoy comamos y bebamos", de Juan del Encina. Maravillosas voces infantiles, bien acompasadas, elevando y bajando el tono al mandato de la batuta, y que obedientes y en orden fueron de fila en fila abandonando el escenario al terminar el acto. Un acto repleto de público al máximo, cosa que me agradó mucho. Avidez de actos culturales como por ejemplo éste tengo. Ansias de arte en directo. Es la cruz de vivir en un pueblo.
La geología es para mí como una niña que desde chico siempre me gustó, con la que jugué, pero nunca me atreví a pedirle salir, a intentar con ella algo más en serio. Sé que de ser mujer, no me hubiese importado casarme con ella. Me gusta mucho y yo a ella creo que siempre le gusté, será porque somos muy parecidos, por lo callados y tímidos, por lo herméticos, pero guardando cosas que no están a la vista de una mirada simple.

Todavía hoy, si salgo al campo, si viajo y miro a través de la ventanilla me embobo ante la forma de cierta montaña, ante el color de alguna tierra que cambia de repente a un color distinto pasada cierta linde; o si estoy en la playa, que es todo un paraíso para mí de piedras y chinas con tantos y variados colores, texturas, formas, tamaños; hasta cuando fui jornalero aquellos años de la crisis más dura me entretenía en la hora del bocadillo mirando al suelo por una piedra que viese con brillos, capas, fósiles incrustados, que incluso los compañeros si encontraban alguna extraña me la lanzaban para que yo la mirase. Recuerdo unas bolas en cierto olivar que el encargado decía que eran trozos de meteorito, y que luego investigué en internet por mi cuenta y resultaron ser balas de cañón de las guerras napoleónicas. Las vendían en eBay por 20 euros la pieza. Cuando al otro día se lo dije al encargado me dijo que dejáramos de coger aceitunas y nos pusiéramos a buscar bolas de aquellas, de cachondeo, claro.

Esas bellezas tan cargadas de misterio aún me siguen provocando entusiasmo. Siempre preguntándome un porqué, de dónde procede tanta materia, qué la creó, con qué, desde dónde, desde cuándo, por qué lo que no tiene vida vive.

No me hubiese importado, al revés, me hace ilusión haber sido geólogo, en un trabajo donde ganase para vivir dignamente pero con el tiempo suficiente para dedicarme tranquilo y con pasión a mi oficio de investigar terrenos y piedras. Se me dio muy bien esa asignatura en el instituto, sin embargo mucho y variado hay en mi librería menos libros de geología.

Otra niña callada y bonita muy parecida a la anterior y que siempre me hizo tilín es la arqueología, pero no se pueden tener tantas novias, y más entre amores no correspondidos, porque ya se tiene una edad, puede que insignificante en comparación con la del basalto o una moneda romana, aunque no para mí, para emprender ahora determinadas vocaciones tardíamente planteadas así.

También uno a veces piensa que quizás lo bonito de los misterios está en no resolverlos, dejarlos así, en su cautivador hermetismo sugerente, como aquellos amores de niño o menos niño que sólo fueron ilusión, que nunca llegaron a nada, pues también es bonito vivir con ese misterio de lo que pudo haber sido todo si todo hubiese sido de otra manera. Ese tipo de ilusiones suelen ser positivas, nunca malas ni feas, y uno vive feliz, ilusionadamente feliz con ellas.

lunes, 21 de octubre de 2019

MI NUEVA VENTANA

Ciertos cambios en una casa son pequeñas revoluciones en tu vida. Lo que en tiempos fue cuarto de juegos, luego lugar para mis libros, a partir de hoy es dormitorio, y el que era dormitorio es ahora mi biblioteca, a la que he sumado una mesa amplia, un ordenador viejo sin conexión a internet, una lámpara de sobremesa, y un mueble que hice una vez en un arrebato de inspiración, moderno, de ese estilo que llaman industrial, que tiene un vasar para botellas donde he colocado una mochila, pero que tiene cajones, que es lo que yo iba buscando para guardar mis papeles. Le tengo mucho cariño a ese mueble. Por fin le doy utilidad. Pero como decía al principio, por aquello de las pequeñas revoluciones, es que en el trasiego de muebles para un sitio y cacharros para otro, ha aparecido una foto de mí de hace... 2019 menos 1985... 34 años. Hace mucho que se me perdió esa foto, y me he llevado mucha alegría al encontrarla. Aquí sentado, mientras escribo, de cuando en cuando miro hacia la foto colocada sobre libros en la estantería. Es como mirar un espejo que me transporta en el tiempo. También miro a mi ventana, mi nueva ventana, que no da a los patios vecinales ni a los campos lejanos ni al cielo ni al aire como la anterior, donde tanto escribí, sino que da a un ojo de patio y enfrente sólo veo una pared. Quizás este nuevo lugar para mis escritos me haga profundizar más en mi interior. Lo digo para consolarme creo. No, pero este nuevo sitio es muy bueno para mis cosas, como mi casa dentro de mi casa. Escucho Mark Knopfler, bajito. La luz de la lamparita me gusta mucho. Hay miles de frases de buena literatura frente a mí en la librería, me siento como bien abrigado, y bien acompañado. He colocado en mi librería también antiguos juguetes míos de cuando niño, una máquina retroexcavadora en miniatura que me compraron mis padres en la feria cuando ésta era todavía en el cerro, un juego de dados, un par de juegos magnéticos, un puzzle de un coche de fórmula uno, y mi foto, un día de verano en el cerro, montado en bicicleta, la bicicleta que me compró mi padre un año antes. Esa foto me la hizo una prima hermana mía. En el reverso, y escrito a boli, pone: "Esto es una foto bien hecha... Emi. Verano 1985". Mi prima nació en Barcelona. Hoy vive en Sevilla. Una vez vino al pueblo y entró a una papelería buscando un libro de Pablo Neruda. Yo era muy chico pero me acuerdo muy bien de aquello. Nos contó que la miraron con cara extraña en la papelería después de preguntar por ese libro.  Yo entonces tampoco conocía a Pablo Neruda.

viernes, 18 de octubre de 2019

EN TALES CASOS

Hay momentos
en que las palabras
se cubren de invierno
y aparecen deslizantes
como peces
en la mano.

O acaso es al revés:
cuajado y frío, es el papel
lo que resbala.

Es entonces cuando ellas,
las palabras,
se atan equis y uves dobles
en sus pies
a modo de crampones,
e igual que alpinistas,
van desplazándose con cuidado
de renglón en renglón,
de asterisco en paréntesis,
de duda en devaneo,
procurando llegar sin lastimarse
en su descenso
a la cumbre.

O quizás no son ellas ni el papel
(siempre tan empinado en tales casos)
sino el asunto, el motivo, el porqué
que las llevó a tal hazaña
lo helado,
lo resbaladizo,
lo escabroso.

Lo más aconsejable entonces
tal vez sería acallarlas,
esconderlas, adormilarlas,
como osos que hibernan en su osera,
y esperar qué dirá
la primavera.

martes, 15 de octubre de 2019

Hasta hoy que no me llega inspiración para escribir, sólo por el simple hecho de pensar que habrá un día en que dejaré de hacerlo para siempre, nada más que por eso tengo que escribir, hoy que todavía puedo.

Así que tengo que espabilarme, y mirar por ejemplo la noche. Ya la miré ayer.

Por cierta duda de haber dejado por descuido la luz de la azotea encendida, subí a comprobarlo. La luz estaba apagada. Pero la eléctrica, porque aquella luz que yo veía resplandecer, como lluvia luminosa cayendo muda por el hueco de la escalera, era la de la Luna.

A veces siento un gran pesar de no haber sido pintor de cuadros. Ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Lo que anoche contemplé en mi azotea era digno de pintarlo. Incluso aquel silencio merecía ser pintado, no sólo los colores, la gran gama de colores oscuros, como parientes misteriosos de esos mismos colores durante el día; o las nubes borrascosas, que desde mi azotea no sé si por determinada mayor proximidad, o por la amplitud panorámica, por el vértigo entre aquel espacio, me parecieron tan enormes, imponiendo miedo, como grandes fieras de melenas de algodón grisáceo rodeando a la Luna no sé si para custodiarla, o zampársela de un momento a otro.

Pero allí toda tensión provenía de mi interior. Porque todo era suave, templado: nubes, Luna, colores, temperatura, viento, y aquella luz tenue derramada por paredes y tejados como alargando el día, como no queriendo dejar huir al mundo a su guarida del sueño profundo, sino dejarlo colgante en duermevela, entre dos orillas, en un punto intermedio entre la nada y el todo, vivo apagado, muerto consciente.
En la casa abandonada
hay una estrella encerrada
en cada habitación.

Por la ventana blanca
del cuarto malva
entra un rayo de sol.

El polvo baila en él
y parece oro en polvo
volador.

Una estrella chiquitita
lo contempla
doblada sobre un rincón.

Pero en el solar abandonado
de la casa por hacer
un loco lo lleva peor.

Tiene pilares enanos
y suelo de hormigón.

Y ya no hay más.

Sólo el loco
jugando al aro
zigzagueando entre los pilares
como si fuesen conos
en una pista de ensayos
de conducción.

Y ya no hay más.

La zona verde con senderos de albero,
altos árboles,
y mucha sombra
sólo a continuación.
Una frase muy sabia que acabo de descubrir. Es de Juan Marsé, y dice así: "arrepentirse de algo es modificar el pasado". Y ya están mis neuronas haciendo de las suyas. Porque a fin de cuentas qué es el pasado. El pasado es su recuerdo hoy, aquello que existió y hoy sólo está presente en la memoria. Si en esa memoria hay algún tipo de modificación, automáticamente alteramos el presente de aquel pasado, alteramos el pasado en cierto modo. Pero todo esto supongo yo que será como cosa abstracta, porque aunque hoy pueda arrepentirme de haber pedido un préstamo porque las letras me comen, mi arrepentimiento no impedirá que cada mes me siga llegando el aviso de pago. Pero bueno, es tan bonita la frase que no debería estropearla con cavilaciones tan pragmáticas. Arrepentirse de no haber dado un beso a alguien en su momento, creo que será mejor ejemplo. O arrepentirse de haber insultado o peleado con alguien. Pues sí, eso modifica aquel pasado en el sentido de liberarte de un extraño pesar que tenías en tu interior y a lo mejor no sabías muy bien a qué era debido, has vencido al odio y al orgullo, y si ahora recuerdas a esa persona que insultaste o con la que te peleaste, tu visión hacia ella y hacia lo que ocurrió ha cambiado radicalmente, has cambiado el pasado. Supongo que es eso lo que quiere decir la frase.

Cambio de tema. No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, como diría Benedetti. No sé si alguna vez un libro se les ha atravesado en la vida como tarama en un caño impidiéndoles seguir leyendo más libros. Así estoy yo ahora con El club de la buena estrella, de Amy Tam, una escritora estadounidense de origen chino. Así llevo con él ya no sé cuánto tiempo. Qué trabajito me está costando acabarlo. El libro es bueno, pero no engancha, no me engancha, voy leyéndolo como a rastras. Y es muy fácil decir: mira libro, ahí te quedas en la librería que ya me tienes negro, bombo estoy de ti, no congeniamos tú y yo, qué le vamos a hacer, búscate otro lector que yo tengo que seguir mi camino buscando lo que mejor concuerde conmigo. Pero no, soy tan absurdo en eso que hacerlo sería como admitir que el libro ha podido conmigo, y ya no sé si es cuestión de orgullo, de pura cabezonería, que soy capaz de estar el resto de mi vida leyéndolo aunque sea a trancas y barrancas que dar la batalla por perdida y entregarlo al olvido a medio leer. Aunque tengo precedentes de haber claudicado con alguno. Intentaré recordar ciertos casos. Moby Dick, por ejemplo, o Historia de dos ciudades, otro. No digas que fue un sueño, de Terenci Moix, por no hablar de varias novelas de Vargas Llosa. Y seguramente habrá más. Todos esos libros mencionados están aparcados después de haberme agotado por completo la paciencia, porque se llega a un punto en que ya es verdadero odio el que se les coge, y lo siento por Moix, que me parecía un tipo genial, ya no tanto por Melville o Dickens, y muchísimo menos por Vargas Llosa, que no me cae nada bien. Como ocurre en las relaciones de pareja, no a todo el mundo debe gustarle todo el mundo por igual, ha de haber características que nos unan a unos y nos separen de otros. Pues con los libros creo que pasa igual. Ay señor, qué jartito estoy de chinos, pero bueno, intentaré acabarlo.
"Ayer fui al Primark, menudo infierno". Así comienza un simpático soneto de Luis Ramiro. Se lo tomo prestado para comenzar yo mi escrito. Porque al igual que Luis, también yo Ayer fui al Primark. Ya lo de infierno sería entrar en detalles. Y si esos detalles se disipan casi por completo de un día para otro, entonces no puedo hablar de que aquello supusiese para mí un infierno. Un manicomio tal vez, aunque tampoco.

Desde una de las barandillas de las pasarelas de la planta alta, observaba la muchedumbre moverse abajo. La verdad es que me impactaba. De noche y ya en mi casa pensaba en ello, pero no me apetecía escribir. Hoy lo hago aunque creo que es más bien por matar el tiempo que porque en realidad ya me importe mucho todo aquello.

Así que desde esta sinceridad me dispongo a contar que anoche, meditando sobre el centro comercial, sobre esas muchedumbres de clientes que allí vi, pensé en el título de un libro de Ortega y Gasset, muy famoso, La rebelión de las masas. De ahí ya me expandí pensando en diversos temas: esto es la nueva iglesia, los líderes visibles murieron, el rostro humano líder como un Che o un Fidel o un Papa o un Luther King ya no funciona, sino que a las masas las mueve otro tipo de ente, de un ente oculto y sin rostro, inteligentísimo, aunque humano también; que hoy en día esas masas se rebelen es absurdo, allí nadie estaba triste, al menos aparentemente, ni los camareros de los bares, ni las dependientas de las tiendas, ni los guardias de seguridad, ni mucho menos los clientes. Pero me impactaba, me impactaba la capacidad que tienen ciertos y pocos individuos para mover tanta masa de gente, para hipnotizarla, atraerla, cazarla, y estrujarla, sin largos discursos desde ningún estrado, sin explicaciones ni intentos de convencimiento, sin ningún método persuasivo en el sentido que hasta no hace mucho tiempo se tenía sobre el concepto de persuadir, instar, arengar, exaltar, mover a las masas, sino con nuevos métodos, nuevas triquiñuelas nacidas desde seguramente el polo opuesto a cualquier interés filantrópico o religioso.

De ahí me surgió otro tema, pues creo que ese sistema tiene muy presente que una de las grandes normas que no debe permitir saltarse es estrujar a la masa hasta dejarla seca, sino dejarle un resto de caudal económico que la mantenga todavía feliz después de haberla estrujado, que aunque con apuros pueda seguir viviendo y trabajando para conseguir llenar otra vez las alforjas de su economía doméstica y poder volver a la ilusión de otra compra nueva porque la de la anterior ya se les disipó.

En el instituto, y de esto hace ya muchos años, en un tema de la asignatura de ciencias sociales nos hablaron sobre "Hacia una sociedad del ocio". El acto de comprar hoy en día es un ocio en su mayor parte, y en la mayor parte de la población entre sociedades medianamente desarrolladas. Una cosa es tener necesidad de ropa, tanto por vergüenza como por exigencias del clima, y otra es tener cien abrigos, por exagerar un poco la explicación para que se me entienda. En ese culto a la abundancia que te hace sentirte en cierta forma como de más alto nivel, y en que es barato, y en que a todos o casi todos nos gusta estrenar algo, y en la facilidad del pago que te ofrecen, y en... yo qué sé, en infinidad de cosas, la compra hoy en día tiene creo más parte de acto lúdico, de ocio, que de necesidad. Y en eso creo que están basados todos esos grandes centros comerciales: ir a comprar es una diversión, la diversión da placer, el placer se busca, porque es agradable, y te lo ofrecen allí, a tu alcance, cómodo y rápido. Luego está la parte negra del asunto. Unas zapatillas a seis euros, por ejemplo. Y ya se pone uno a pensar en los nuevos esclavos del mundo, normalmente asiáticos, machacados trabajando en condiciones más que precarias a cambio de un plato de arroz para que aquí, en el mundo desarrollado seamos felices, sintamos placer al comprar por seis euros unas zapatillas, y además presumir de ello, presumir de tu ganga como si te hubiese tocado la lotería.

Pero en eso el azar pinta poco. Todo está bien pensado, aquí no hay dioses ni rezos ni dados de la suerte. Todo eso está más que estudiado entre los de arriba, no en los cielos, sino entre aquellos cuantos que también pisan la misma tierra que todos pisamos pero que son los dueños de nuestras vidas, los que han diseñado el mundo en dos partes, subdesarrollado y desarrollado, pero sacándoles el mayor provecho a las dos. Esclavos unos, pero también esclavos los otros, de los pocos de arriba, esos cuantos dominadores reales con más poder que todos los dioses inventados.

sábado, 12 de octubre de 2019

A UNA SIRENA VARADA (para cuando llore otra vez)

Alas son mis palabras, ensoñadoras alas.
Y el folio es un océano aún por descubrir,
un mar con cuatro orillas a rellenar de peces,
de islas y palmeras, ignorado en los mapas.
Paridora de estrellas, duerme la noche blanca.
La luna temblorosa se ha vestido de malva.
Desde el fondo del alma sube un rumor de agua.
Desde el ruido del agua, baja un dolor al alma.
Mis glóbulos pilotan mil veleros lejanos
que asoman diamantinos de sol en el velamen.
Venid aquí ligeros, jinetes de los vientos.
Ya está la caracola presumiendo de nácar.
La esponja y el coral juegan al veo veo
entre pompas, burbujas, anclas viejas, tinajas.
Desde los jondos tablaos, moradas de las algas,
al vaivén de las ondas, bailarinas descalzas,
repican castañuelas un coro de bivalvas.
Y un tren dice trin trin, es un son de guitarras:
una hilera de perlas, chocándose entusiastas,
inyectan su fervor del fondo a las arenas
de una isla escondida, de una inhóspita playa,
donde llora perdida la sirena varada.
Venid aquí ligeros, jinetes de los vientos.
Besándola y mimándola, la abrazan y rescatan.
Palabras son mis alas. Y el folio no era nada.

martes, 8 de octubre de 2019

ATARDECIENDO

Alta era la sierra.
Larga era su sombra.
Abrazadora lengua lenta.

Alto estaba el pájaro.
Fuerte viento, fuerte.
Alto y quieto, el pájaro.

Entre la tierra y el cielo,
un corazón que se abre.

Alta era la sierra.
Alto estaba el pájaro.

Y ya no sé qué era más grande,
si la sierra y su sombra,
si el pájaro o el viento,
si mi alma en aquel valle
expandida
ante tanta grandeza.

domingo, 6 de octubre de 2019

COMO BUENA MADRE

La soledad es
como una buena madre.
Nunca se enfada
si la dejas sola.
Siempre te espera.
Callada y dispuesta a abrazarte
jamás pregunta el porqué
otra vez de tu regreso.
Comprensiva, tolerante,
eternamente paciente,
siempre tendrá para ti
un platito de sopa
de sueños, cajitas 
de masturbaciones
para el mal de sexo,
detergente para lavarte la ropa
manchada de miedo,
de desilusión, de fracaso,
de desesperanza,
incluso de soledad,
como mora que limpia
la mancha de otra mora.
Ella nunca te desilusionará.
Tú a ella tampoco.

SE VENDE

Sobre la vieja pared, la farola
apuntala la historia con sosiego,
con trato bondadoso se diría,
como dejándose engañar tal vez.

La insultante juventud de su luz,
parece como querer refrenarse,
como menguarse en su caudal brilloso,
transformándose su empuje en caricia.

Y la anciana pared se lo agradece.
Su cal se vuelve nata en un pastel
de piedra, y en caramelo, los hierros
oxidados de la ventana antigua.

La ventana es un ojo cuyos párpados,
aun en vida, alguien se los cerró.
No sé si está pensando, si dormida.
De fantasmal silencio está cubierta.

Yo sé de esas paredes y ventanas.
Yo sé de aquella casa, cuando niño,
en la espaciosa habitación,
en recibir a Cristo me educaban.

Pero más que la carne consagrada,
agria y seca, recuerdo con dulzura
un sabor a regaliz, y un amor
abriéndose a la mano del obsequio.

Delicadezas que se contrastaban
frente a las rudas formas de mi barrio.
Sutilezas que marcaban distancias,
mas nunca las sentí como un agravio.

Todo era amplio, alto y luminoso
dentro de aquella casa. La escalera
me ascendía no sé a qué dulce cielo.
Su cara era clara, como las nubes.

La calle está desierta. Es de noche.
La farola ilumina delicada.
Frente al tiempo, se yergue la pared.
Tras la pared, lento, se tiende el tiempo.


sábado, 5 de octubre de 2019

QUÉ SERÁ

Bajo la tierra dura, tenaz es la semilla.
Es tan fuerte tu oro, tan de oro tus alas.
No existe el cielo, no, pero le estoy tocando,
y no hallo nada. Nada. ¿Qué será lo que toco?
Contigo estoy muy alto. Pero es todo fugaz.
La tierra gira abajo, distante y solitaria.
Cuerpo leve, flotante, en un valle de sombras.
Qué será lo que toco con pieles de vapor.
Abajo fluyen ríos como venas de sangre.
Aquí es cercano el canto de los astros sin nombre.
Hago pan con el polvo de estrellas y cometas.
A pan sabe la noche sostenido en tus alas.
Qué será lo que toco ¿caballos en la niebla?
Cabellos galopantes, hebras de luz de sol,
tentáculos o zarpas me elevan y me arrastran.
Hemos llegado al núcleo, y más allá la nada.
Todo es redondo y alto. No hay grietas ni ventanas.
Un grito luminoso resplandece callado.
No existe el tiempo, no, pero le estoy tocando,
y no hallo nada. Nada. ¿Qué será lo que toco?
Sobre campos maduros, de espigas como plumas,
desfallece el instante exprimido de magia.
Es tan fuerte tu oro. Tan oro son tus alas.

lunes, 23 de septiembre de 2019

COMO UN RELÁMPAGO

Lanzo mi mano al aire,
ágil como un relámpago,
como si fuese a atrapar en su vuelo
un insecto alado y rapidísimo.

Preso el instante en mi mano,
la cierro, la aprieto,
la dejo suspendida ante mis ojos por un tiempo (pesado como un puño
apretado de rabia, de furia. También de triunfo).

¿Triunfo?

La abro.
No hallo nada.

El instante ya es recuerdo,
el eco disminuido de un dolor,
la foto en blanco y negro de una luz,
un bit en el electrocardiograma
del corazón.

Sólo queda ese sueño luego
(torpe, cojo, tuerto),
de pretender eternizarlo
en las arenas movedizas
del papel.

Y tener la osadía
de llamarle poesía.

domingo, 22 de septiembre de 2019

ASTRO Y COMETA

Hace una noche
para que fuese eterna.

Todo es calma. Con nada
nada está en guerra.

Refresca el aire.
Se encarna la quimera.

Esparce septiembre
semen de primaveras.

En el fondo del alma,
tú sempiterna.

Luna cercana.
Suenan canciones viejas.

Serena Irene
al corazón del poeta.

Semillita en la noche.
Vuela, vuela, vuela.

Barquito a vapor,
barquito de vela.

En el fondo del alma,
tú sempiterna.

Yo seré tu puerto,
yo seré tu tierra.

Flor
y abeja.

Astro
y cometa.

Vienes,
llegas.

En el fondo del alma,
tú sempiterna.

WILLY (3/2013-20/9/2019)

I.- La noche

Es triste la lluvia sobre un perro,
pero es más triste aún
cuando llueve sobre su cadáver.

El cadáver de un perro
mojado por la lluvia
es algo muy triste.

Por sus ojos abiertos,
las gotas parecen
lágrimas que resbalan.

Llueve, en este momento
llueve tristemente
sobre el cadáver de un perro,
y sobre todas las tristezas del mundo. 

Chorros de lealtad,
se van hundiendo en la tierra.

II.- La mañana

No sé qué quieres decirme
con tu mirada, si acaso
contarme qué hay allí.

Intuyo que algo frío.
Intuyo que algo peor que lo de aquí.

Temo que la tierra te irrite los ojos,
pero no encuentro
el valor para cerrártelos.

Todo está preparado.

Me cuesta dar el paso
en esta mañana nublada y fría
de entregarte perpetuo a la oscuridad.

Pero tú vivirás ya
no sé entre qué silencios
de luz y sonido.

Serás bajo el moral
otra forma de vida
más larga.

De nobles moras
saciaré mi paladar
en primavera.

III.- La tarde

Tu ausencia es más grande que tú,
ocupa todo el patio,
ladradora silenciosa y otoñal.

Y me mira, me está mirando,
echada junto a mí.

Extiendo mi mano
acostumbrada,
y no hallo pelo.

«Ausencia, ausencia,
ausencia en todo veo»

miércoles, 11 de septiembre de 2019

COMO RÍO SECO

Tú, mar de la alegría,
dime por qué te adentras
en este río de tristeza.

¿Quizás como el castor con su presa
amorosamente frenas, prolongas
mi existencia?

Jamás atravesé Praga,
Budapest ni Salamanca;
en mí nunca se miró Triana;
no surcaron mis aguas
canoas yanomamis
ni falúas comerciantes
llevé a lomos entre arenas y pirámides;
en mis orillas no se fundó
Roma alguna
ni que dividirme tuve
por respetar Notre Dame.

Bien es cierto que
por este río que tú imaginas río
una vez pasó un río, endeble,
pero de los de verdad, fresco y alegre,
andaluz, serrano, muy sencillo,

que hoy sólo muestra fósiles,
sequedad, «pitas agrias»,
y muy húmeda añoranza.

Añoranza que tú empapas dulcemente
de delicadas palabras,
palabras como olas,
olas que son palabras.

martes, 10 de septiembre de 2019

¿Y si me arrancase los ojos y en sus cuencas (acostumbradas a no ver, a no acertar, a ir a tientas casi como un ciego) colocase los de un rico, los de un poderoso, los de un rey, los de un obispo, los de un político?

Oh pobres cuencas mías portadoras de unos ojos que no son míos. Compadecería vuestra misión de ilegítimas transmisoras de una maldad que no nos compete, de una falsedad programada en los más pérfidos laboratorios de la ignominia, de quienes se acostumbran a masticar, tragar y digerir sapos crudos en el desayuno, por Dios, por la patria, por la bandera, por el escudo (palabras todas sinónimas, pero anónimas, política y religiosamente correctas de euro).
Obligaríais quizás bailar a los pies en fiestas de postín y caramelizada langosta, a hacerle entender de vinos al paladar peleón, a desentumecer los músculos atrofiados con vistosos y coloridos paisajes con envidiables viajes patagónicos o indonesios, lugares muy iluminados y azules por lo común en todos los escaparates de agencias de viaje, cuando duermen el koshkil y el monzón.

Tanta luz me cegaría. Tanto acertar me haría sentir equivocado. Tanta altura daría vértigo a mis ojos de ciego caminante a ras de tierra abonada con estiércol de puro animal, es decir con pura mierda, pero limpia.

Mejor seguir errando, igual que cada día, medio ciego, medio pobre, medio tonto, medio a oscuras,

pero con mis ojos, los míos, mi bastón y mi perro lazarillo.

Quiero dar un paseo esta noche (de noche es cuando más veo), a ver si veo un suspiro. No me cuesta. Suelo verlos a menudo. Así. Medio tonto. Medio a ciegas. Medio a oscuras. Virando a pobre. Hacia una muerte digna.

domingo, 8 de septiembre de 2019

A ESTA HORA

Precisamente, ahora, podría pasarme esta noche entera
escribiéndote poemas imprecisos.
Fingir que soy feliz, que hay un eclipse, que tarde comprendí que no fui el más bobo de mi clase.
Ahora, en este ya, confirmo ser amigo de la Luna, si tú me estás pensando. Con qué facilidad vuelo entre estrellas. Apenas veo mi silla.
Y todo confín depende de cuando tú le quieras poner fin, así de fácil.
Tal vez me miras a años luz, y así de cerca.
Tan Neptúnicos como telúricos. Así somos a esta hora.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Es triste el campo cuando atardece.
Sus caminos se oscurecen
y parecen indicar
la senda hacia la muerte.
Callan los pájaros, chillan murciélagos.
El olivar, solitario, languidece.

Ante tal espectáculo,
como si un mal augurio fuese,
la sangre se estremece.

Así que ven, amor, con tu luz de aurora
y tu calor de tahona.
Enciende rápido esta noche
matrona del miedo
y haz pan tierno con mi alma.
Venceremos lágrimas, desdichas.
A la mañana se llega por donde tú mires,
hacia donde tú ilumines.

Ahítos de pan caliente y dulce calma
tórtolas seremos,
beso entre plumas y vuelos,
color y mediodía.

martes, 27 de agosto de 2019

SOLDADAS AL ALMA

Las alegrías de la infancia,
como semilla en granero
que de nuevo estar en la espiga pretende,
como agua en el charco que
a ser nube otra vez aspira,
lampan por repetirse.

Soldadas al alma,
no conocen erosión ni olvido.

Viajan con nosotros
por las vías de los años,
humildes, sencillas, calladas.
Pero acechantes
como estrellas tapadas
en noche de invierno.

Y así cuando a veces
no sé qué vientos cálidos
limpian y aclaran
los cielos mancillados
de nuestro vivir maduro,
ellas aparecen,
humildes,
sencillas,
mas con revuelo de bicis y balones,
de ferias y recreos,
y en la boca
algo así como con dulce sabor
a caramelo,
a mano de madre,
a salvación contra el miedo.

NOCHE DE TORMENTA ENTRE VOCALES

 La u y la i son pobres,
las pobres de la familia.

Siempre a las otras unidas.
Sólo suenan si se atildan.

-Qué redondez de la o,
añora la flaca i,
tan famélica y escuálida.

-Cuánto bello hay en la e,
llora la u malnutrida.
Quiere volverse crisálida.

-Oh gran reino de la a,
amada hada de nata.

En todo hay repartición,
buena suerte, y otra mala.

-Por poco no soy la o,
dice la u a la i.

-Pues mírame yo,
fideo entre e y o.

-Y hay quien dice que ni somos,
familia de las vocales.

-¿Pues qué leche entonces somos?
-Leí semiconsonantes.

-Menos que poco y na.
-Ni chicha ni limoná.

-Mas entre pobres con pobres
también diferencias haylas,
dijo la u repentina.

-No sé por quién lo dirás,
responde i sorprendida.

-Pues bien que lo sabes tú,
cuando vamos tú y yo unidas.

sábado, 24 de agosto de 2019

TRANSFUSIÓN DE SANGRES

Yo esperaba a que el mar me hablase de sí mismo para fotografiar con mis palabras
lo que me dijera.

No hacía más que mirarlo, su inmensidad, su incesante empuje, la espuma de sus olas, sus algas; su contenida exhibición de fuerza, como mastín que gruñe sin llegar a ladrar, pero intimida.

Aunque no sé. Quizás él no intentaba espantarme, quizás yo le gustaba, como él a mí, en una equilibrada danza de sumisiones y dominios.

No sé quién de los dos fue el primero, o fue ninguno.

El caso es que dentro de mí algo habló de pronto, y lo hablado no fue sobre el mar, ni sobre la tierra, sino de un cierto espacio exterior:

"Mi sangre está limitada dentro de mi cuerpo, gira constantemente dentro suyo,
se gasta pero se renueva al pasar por mi corazón, aunque retorna al circuito."

Todo eso y más me vino de pronto allí, entre la espuma, las algas y las olas del mar.

"Pero si agarro su mano mi sangre se vuelve cosmonauta en nave espacial que se acopla
a otra nave, y herméticamente acopladas ambas manos, se hace posible sin ningún peligro cierta transfusión de sangres, de modo que la mía se libera dentro de su cuerpo, duplica su espacio disponible,
y qué agradable es notarla surcar por sus venas como si fuesen las mismas por las que normalmente circula, sin extrañezas,
sin tropiezos, libre y fluida, como amada o tal vez esperada en ese otro territorio, tal en mí la suya".

sábado, 17 de agosto de 2019

Dicen que el corazón tiene ojos, manos, oídos, boca. Algunos además de pies tienen alas, y vuelan casi sin esfuerzo. Su olfato es intuitivo, jamás se equivocan, y esa exactitud también suelen utilizarla para precisar el tiempo: la contabilidad de las horas y de los años; la de las hojas de los árboles cuando el otoño aún no es ni un espejismo en las tórridas jornadas del verano, o la de las yemas tiernas que ni son todavía deseo en la rama durante los gélidos días del invierno.
Yo me pregunto cómo un ser tan privado de luz y de conocimiento exterior, puede saber tanto. Quizás como nosotros sus dueños, cuando apagamos la lámpara y nos quedamos en silencio en la cama mirando hacia ese todo que es esa nada colgada del techo, y comenzamos a pensar en nuestros asuntos, y se nos van aclarando las ideas de manera inversamente proporcional a la luminosidad del cuarto: el error cometido cómo se va transformando en arrepentimiento y éste en ganas de pedir perdón, o al revés, cuando uno es ofendido y a esa ofensa se le pulen las aristas y eres tú quien desea dar ese perdón. Cuando al orgullo se le desinflan las agallas y comienza a respirar por los pulmones, por esos mismos pulmones que todos tenemos; cuando lloras a escondidas por multitud de historias; cuando ríes y te ríes de ti mismo y piensas pero qué tonto he sido. Cuando la verdad en suma te llega sigilosa como un fantasma en la noche y con su dedo índice te muestra claramente cuál era y es el camino... es ahí, en ese preciso instante cuando sientes un sonido extraño, acompasado, misterioso, hondo. El de tu corazón latiendo bajo tu pecho, esa mágica linterna que no precisa bombilla y sin embargo... hay que ver lo que alumbra.

lunes, 12 de agosto de 2019

En el patio de mi taller estoy, sentado en el sillón de mimbre, con una cervecita y el tabaco sobre un taburete muy rústico que hice hace ya unos cuantos de años, y mi librito de Machado abierto bocabajo apoyado sobre mi muslo derecho. Aún me dura en la boca el sabor del tomate que me comí hace un rato, recién cogido de la mata, pelado, partido en dos, un poquito de sal en cada trozo, y si alguien me hubiese visto comerlo seguramente me compararía con ese niño que come melón en el cuadro de Murillo, porque el caldo tan abundante era difícil de contenerlo entre los labios sin que se escapase.

Leo, dejo de leer, bebo un traguito, enciendo un cigarro, miro al cielo, al campo. Está todo casi en silencio. No hace ningún calor para ser agosto ni se mueve una gota de aire. Leo el libro como si bebiese un jarabe, o más bien un dulce veneno. Apenas termino de leer un poema, a veces medio, a veces un par de versos solamente, y se ve que hoy Machado me sabe volver a abrir muy bien por dentro esa herida que nunca cicatriza en mí, tal vez porque yo mismo lo impido, porque ese extraño dolor interior me hace ver las cosas como yo quiero mirarlas, con una visión parecida a la melancolía y a la tristeza, aunque en el fondo no lo sea. Si la lágrima ya amenaza con resbalar detengo la lectura, y coloco otra vez el libro sobre mi muslo. Entonces me calmo, y es una calma superior a cualquier otra calma. Y las cosas, tanto las externas como las interiores, se ven distintas, se ablandan, se vuelven dulces, y si de un alimento se tratara, diría que son más digeribles. Todo recobra otro sentido, más vivo quizás, más presente. Las cosas me dicen que están, y yo lo compruebo. Es así.

Al fondo veo Puente Genil. Desde esta distancia, con los colores que la tarde a punto de vencer ofrece a la vista, parece una laguna de nieve entre un campo enorme de lavandas. Allí vine a la luz del mundo por primera vez, aunque era de noche. Creo que esa circunstancia marcó mi vida, porque siempre ando como buscando una luz verdadera.

martes, 6 de agosto de 2019

DE TIEMPO Y AGUA

Como en los labios,
con palabras transparentes, dulces, frescas,
se manifiesta un alma enamorada;
como en los pétalos,
con su fragante arrullo,
confiesa el jazmín
sus más profundos secretos;
como el lucero del alba,
infalible vigía,
nos anuncia otro nuevo amanecer,
así tú, fuente de tiempo y agua,
junto al frescor musical de tus caños,
junto al terso verdín de tu piedra,
me hablas de amor con palabras claras;
me devuelves, en secreto,
con tu alegre chapoteo
y ondas como sonrisas,
a aquel olor
de mi perdida infancia.

Observo mi reflejo en tu luna embalsada.

Sobre la cristalina quietud,
es la vida lo que pasa.
La escritura es esa casa que siempre me tiene sus puertas abiertas. A veces la desprecio, por motivos varios. Luego quizás me avergüence, aunque poco, porque en realidad la escritura no es nada, no es un ser vivo al que se le haga daño si la tomas o la dejas, aunque sí puedes hacer daño con ella, tanto a los demás como a uno mismo. Hoy la preciso, como tantas veces, y aunque creo que ya conozco todas sus habitaciones, sus escaleras, sus desvanes y sus sótanos, es mi escritura, algo así como mi casa, mi refugio, el lugar donde mejor descanso e intento protegerme de "muchas y variadas inclemencias meteorológicas".

A grandes luces descubiertas, mayores sombras las circundan. A mayor duda resuelta, multitudes de dudas nuevas surgen de ella. Con lo cual ya está la trampa funcionando. Si te estancas no creces, si creces a veces te trabas, si te destrabas te aburres, si te aburres te estancas, y buscas nuevas dudas que dilucidar, y así siempre, siempre en constante movimiento donde te sientes crecer, aunque tanto lo del tamaño como lo del movimiento parece ser que siempre es relativo.

¿El pensamiento te condena o te libera? Puede que las dos cosas. Puede también que ninguna. Llevo bastante tiempo con una frase de una canción de Manolo García en mi cabeza. Es ésta: "Ojalá pudiésemos fluir, como cadenas de eslabones de lógica". "Ojalá", es un deseo, si lo deseas es porque no lo tienes; "pudiésemos", el verbo está en condicional, que casa muy bien con ese deseo, pues lo que deseas está sujeto a unas condiciones que no dependen de ti; "fluir", es decir, moverte sin tropiezos, fácil, y sin interrupciones; "como cadenas de eslabones", que cada pensamiento vaya sujeto al anterior y al siguiente, que haya una correlación entre ellos, que se cree un campo de pensamiento, una especie de cota de malla con la que estar siempre protegido de la terrible duda, y tampoco es crear dogmas universales que sirvan por igual para todos, sino individualmente tratar de alcanzar tu luz, de cortar las cadenas que aprisionan tu mente cuando no entiendes algo; y por último "de lógica", la gran enemiga de la duda, su antítesis, la resolución todopoderosa, la verdad indiscutible...  Pero este final te hace volver al principio, pues toda la frase está sujeta a la expresión de un deseo condicionado. Con lo cual entramos en el campo de lo utópico, pues lo que verdaderamente expresa esa frase bajo mi opinión es que somos limitados, no sé si para bien o para mal, no somos dioses, y dudo de que aquella persona más inteligente de la tierra, sea plenamente feliz. La felicidad y la tristeza las comparo con las copas y las raíces de los árboles, independientemente de su tamaño, si unas están a la vista, las otras están escondidas. Lo que veo me dice que existe esa otra parte que la completa, es decir la que no veo, pero escarba, escarba, y verás como existe.
Creo que cuando escribo algo, lo hago con la sensación de no saber si al terminarlo volveré a escribir.

Escribir, en sabiendo escribir, es decir, literalmente, tal y como nos enseñaron en la escuela, es fácil. Esto por ejemplo de ahora, pienso en algo y lo plasmo por escrito.

Es complicado lo que trato de explicar, pero lo intentaré.

Yo no sé si hay por ahí mil sonetos fraguando su llegada a mí para que los escriba, o hay cero. Entonces vivo en esa incertidumbre. Porque no se trata de voluntad de escribir tal o cual cosa, sino de ser invocado por ella, de ser usado, utilizado. Por ella o vete a saber por el qué.

Ésa es la escritura que yo quiero, la que no domino, la que no se deja apresar, la que viene no sé de dónde. La que siempre ando esperando a que me llegue. La que a veces llega, me usa, y desaparece de nuevo a su misteriosa cueva hasta cuando le plazca volver. Si es que vuelve.

sábado, 3 de agosto de 2019

ASHIA

Ashia fuera de chocolate y menta.
Ojillos de café, rizos de selva.
Colina donde el sol naciese un día.
El eco del tam-tam en la pradera.

Ashia espantaría todas las fieras,
las tretas del espíritu maligno.
Maestra del caldero y el ungüento.
Ligera en la danza como gacela.

Pulcra la piel de arena del desierto.
La alegría en un canasto de juncos.
Vegetal caminando por la tierra.
Su corazón de la mejor arcilla.

Susurro al raso de brisa y de fuego,
así sería su voz, la de la noche.
De ideas claras, limpias, alumbradas,
igual que las estrellas en el cielo.

La luz para el hogar cuando el ocaso.
La que prolongaría larga estirpe.
La sangre de su sangre por el tiempo.
Su bastón, la mano del primer nieto.

Ashia no conoció el amanecer.
No supo de la luna ni del viento.
No alcanzó la doble cima del pecho.
No supo del abrazo, ni del beso.

Víctima del horror y el sinsentido
en las profundidades del Estrecho.

jueves, 1 de agosto de 2019

QUE VAYAS A ABRIR LA PUERTA, CANTABA HOY EL DE TRIANA

Para recorrer los últimos cien metros antes de llegar al convento tuve que echar mano de mi mejor pericia como conductor. El fuerte viento me inclinó el coche de tal manera que tuve que conducir sobre las dos ruedas laterales de la izquierda. Yo desde dentro intentaba hacer contrapeso levantándome lo que podía del asiento e inclinando mi cuerpo hacia la derecha, y dando así como empujones, tirones al volante, haciendo con la cabeza así, así, así, sí, así, como si tuviera un tic, como si fuese hijo de la crucera, aquella que lavaba los pañitos de San Sebastián, y con la lengua fuera, pisándomela con los dientes y medio asomada.

Pude llegar. Logré aparcar tras el parapeto de los sillones de piedra, y con un último empujón, el coche volvió al suelo sobre sus cuatro ruedas.

Pero ay después cuando dije a salir. Por temor a que la puerta al abrirla saliera aleteando metí mi pie izquierdo sobre la agarradera de la puerta, y mis dos manos. Me trabé de tal forma que ahora no podía sacar una mano para darle a la maneta de abrir la puerta. Por fin pude sacarla, y abrí. El viento me sacó del coche y caí al suelo con un pie y una mano metidas todavía en la agarradera y la otra mano haciéndome la señal de la cruz en la frente.

Como pude saqué mi pie y mi mano, me puse a cuatro patas. Sacando fuerzas de donde no las tenía cerré la puerta y entré al convento reptando, igual que un marine en Vietnam.

Cuál fue mi sorpresa al entrar. Bajo los aleros del patio del compás pude ver apiñados un cuadrillón de albañiles abrazados entre sí; los paguitas tambien estaban allí refugiados, que son ese grupo de hombres que están todo el día y todos los días dando paseos por el cerro, que o bien son jubilados o enfermos o están cobrando el paro, son los paguitas, claro. También había un montón de aves, gorriones, tórtolas, palomas, y la mujer esa de la Vicaría que tiene un montón de perros, pues allí estaba también, ella y todos sus perros.

Al verme un albañil me lanzó una cuerda. Un extremo sujeto por varios forzudos albañiles y atado además a una de las columnas de piedra centenarias. El otro extremo me lo até fuerte a la cintura. Ellos tiraban y tiraban, yo me aferraba a la cuerda mientras entonaba desesperado las lamentaciones de Jeremías.

Me abrazaron con lágrimas en los ojos, la mujer de la Vicaría también, y sus catorce galgos y diecisiete raterillos me lamían los esollones.

Me dirigí entonces hacia el portón de entrada al convento propiamente dicho pegado a la pared como camina el curvitas por las aceras. Llamé. Me abrió una monja. El aire que le levanta el hábito, yo como el que no quiere mirar, pero viendo, y vi. Unas piernas tipo Macario, luengas lianas de pelo colgantes. Pero ay cuando miré un poco más arriba. Yo me creí que aquello era un nido de mirlos. Como las clarisas derivan de la orden franciscana, digo nada, su afán de protección animal las lleva a lo más disparatado. Pero no, aquello era lo que era, es decir eso, sí, eso. Por Dios, cuánta frondosidad, qué exuberancia, qué Amazonía. Tal vez eran aves exóticas lo que sonaba graznando desde aquel centro tan negro como el carbón. Y eso que la mayor parte estaba oculto bajo la ropa interior. Pero que viendo los reorsitos, digo qué no habrá ahí debajo!

Y bueno, poco más. Entré. La monja sonrojada cerró la puerta diciendo huyuyuyuí. Hice mi trabajo. Cobré, y me salí del convento con mi dinero y una caja de pollitos de lavar como regalo.

El aire se había calmado.

FIN

martes, 23 de julio de 2019

RAZÓN DE AMOR

A veces las palabras no nos sirven.
A veces las palabras quedan cortas.

Ese árbol se mueve con el viento.
Nada dice ni nombra. Tal vez llora.

Tan hondo es su sentir. Se calma y dobla.
A veces las palabras son traidoras.

El humo se desliza hacia la puerta.
Siendo humo ¿por qué el aire le adora?

A veces las palabras nos traicionan.
¿Qué somos hoy, qué somos a esta hora?

¿El viento, el humo, o ese árbol que llora?
Medito la gravedad de las cosas.

Somos humo, restos de la razón.
Somos rendido y razonado amor.

Tú el viento quedo que besa mis ramas.
Yo el árbol silencioso que se dobla.

miércoles, 17 de julio de 2019

OTRA NOCHE MÁS

Vienes, has llegado.

Subimos sin esfuerzo hacia
la cámara alta de nuestra torre.

Miro por la ventana
y todo lo que daña
se ve abajo diminuto,
como matojos de zarzas,
como una maraña pequeña
de plantas que desde aquí
ya no espinan.

Estamos tan cerca del cielo
que confundo tu piel con las nubes.

Me miras con mirar de luna.

¿Lo ves?
Está brillando allá al fondo.
Es el mar,
inmenso,
ilimitado,
tan lleno de secretos que encontrar
como son
nuestros corazones a esta hora.

Y ahí arriba ¿las ves también?
Están manando constelaciones.
Dame tu mano,
en ella te pondré alguna.

Nuestro entendimiento en esta cámara
es tan limpio como ese río de estrellas,
y brillante como aquel océano.
Es suave como una nube;
sin puertas;
desnudo y redondo como la Luna.

Vamos cosiendo noches
una tras otra con hebras de oro.

Será nuestro edredón
más preciado y amado.

lunes, 15 de julio de 2019

Muchos aspiran a crecer. Yo a menguar. Quedarme sólo en aquello que de bueno tenga. Sin cáscaras que me disfracen ni protejan. Durar lo que dure. Pero íntegro y verdadero. Quiero ser semilla aventada separada de la paja, sin importarme el molino que aguarda. Ser un instante firme.
Una chispita real apenas perceptible.
Qué serenidad se respira a esta hora.
Hay un trajín de aves en el cielo y un silencio en la calle quebrado solamente por el coche de algún repartidor de pan. No sé si desde fuera se oirá mi corazón, que hoy está de muy jazmín. Luego todo será distinto. Habrá muchos ruidos. Muchos serán sin sentido.
Hoy nuestro pueblo amanece amputado, le falta un miembro, de los entrañables, de los muy queridos. La parca nos lo ha cortado.

Apenas le conocí, apenas le traté, pero algo tenía este hombre de claridad en su mirada, en su voz, en sus gestos de ser persona de indudable y ejemplar bondad. Embajador de nuestro aceite y demás productos, siempre con la amabilidad por bandera.

Repartidor de sabores, amigo de todos, trabajador incansable. Su Calvario, su cerro, sus campanas, su sonrisa. Tan emblemático aquí como la Victoria, como los caños de Roya, o los jazmines del Pilar de la Coracha.

Que allá en el cielo, bueno entre los buenos, sigas repartiendo migas, salmorejo, alegría y vida.

Se nos van los mejores. Así de asquerosa es esta vida a veces, así de traidora.

A Emilio Rodríguez Borrego. In memoriam

viernes, 12 de julio de 2019

La nieve en las paredes del sur
se bate en duelo con el anochecer veraniego.

Murciélagos oscuros cruzan raudos
como diminutas centellas de leche y chocolate.

Lejos, lentamente, el olivar se adormece.

Tiende el día al silencio y al reposo.
Sereno, ante mi ventana, me refresco
en mi recuerdo.

Aquel fragante olor de otros veranos,
de otros duelos:
la dama de noche, batiéndose coqueta
frente al gallardo jazmín.

Eran otros los tiempos.
Y otros los patios.

Otra la edad,
otra la visión,
y otra la ilusión.

Cuántas cosas me está contando esa nieve perpetua en las paredes del sur.

De una expedición sofocante en bicicleta buscando la orilla virgen de unos ojos bonitos;
de un balón de reglamento perdido para siempre en el confín de mi azotea;
de un niño que le hablaba a las estrellas;
de un padre frescando en su sillón.

NO ERAN OROS

Igual que mata, aniquila y hunde,
también la mar a veces sana, salva, reflota.

Allá donde el hombre vaya,
con él irá su sombra y su problema,
su duda y su pregunta.

No eran oros ni noticias
de nuevos reinos conquistados
lo que hoy te traía,
serena balsa de turquesas
derretidas.
Ni historias de triunfantes periplos novelescos,
ni ecos de tanta ilusión
vertida en gloria.

Y aunque en él latían por bramar,
quien calla otorga.
Y te habló con palabras de silencio
como se hablan
la brújula y el norte.

Y te orientó,
no hacia aquel cielo
hoy plomizo y aplastante,
sino hacia sus fondos más profundos,
hacia allí, hacia donde habita
aquello que no se ve ni se sabe,
como en secretas cuevas
también a veces
nuestro propio corazón
nos sorprende
en noches de tormenta y deriva,
cascado el casco y el velamen,
en dos partidos alma y timón.

Y amor volviste a gritar,
amor.
Dichosa salvación,
isla infalible.

Y todo se volvió armonía.
Secaste lágrimas.
Ya disfrutabas con los rayitos de sol
filtrados entre el esparto
como en la cuadra de Platero
llovían claras monedas de fuego.
Lindo era escuchar lejanas gaviotas.
Un buque tal vez militar
rompía la línea del horizonte.
Alguien remaba, sutil,
como sin esfuerzo,
sobre aquel tierno tapiz de acero y plata. Algún niño gritaba al salpicarle la orilla.
Triunfaba en todo la templanza
y a verdecer volvieron
en tu vientre margaritas.

¡Ganamos, oh aliado mar!

Atardecía y, cual Cid campeador librada nueva batalla,
volviste la cabeza al irte
y un último espectáculo
apuntilló tu tristeza:
algo así
como una fiesta de estrellas
brincando sobre el agua.

miércoles, 10 de julio de 2019

HOLA, OLA AZUL

Una palabra sola,
una palabra a solas

es un objeto extraño,
frío, mate, inanimado.

Dices Hola, Ola, o Azul.
Pero nada sin Luz es Azul,

nada sin Viento la Ola,
nada es un Hola sin un Llegas Tú.

Por eso apenas sé de mi Nombre
mientras no sepa del Tuyo,

Viento que Mueve mi Ola,
Ola que Pintas de Azul,

Soledad que me Destierras,
si Apareces con tu Luz.
Hay personas que a la par que envejecen, más hablan, más demuestran su sabiduría adquirida con los años. Yo en cambio cuanto más veo y más envejezco cada vez hablo menos.

Creo que me estoy volviendo viejo, mudo, y estúpido.

martes, 9 de julio de 2019

Un acebuche en sombra permanente es delgado, alto y recto. Su corteza es lisa, y el color de sus hojas es más oscuro que el de sus parientes: los otros acebuches, los que están salvo de noche en permanente luz solar, gruesos, achaparrados, retorcidos, de rugosa y áspera corteza, de hojas pálidas.

El acebuche en permanente sombra vive en constante afán de subida. Tiene una exagerada avidez de luz. Su extremada protección entre los pinos agudiza su interés por las alturas, por los huecos, por las ventanas que le den cielo, calor, color, imágenes del mundo. 

El acebuche en permanente sombra es tan bello como débil, parece una mariposa falta de alas. Lo miro y su figura se me antoja como la congelación de una danza, de un canto mudo.

En cambio yo lo veo bailar, y escucho su canto fino, afilado, rasgando un silencio apenas perturbado por el piar de algunos pájaros en esta fresca mañana de julio.

miércoles, 3 de julio de 2019

EL VIAJE

El hombre no sabe,
no comprende,
siempre tierno esqueje
ávido de tutor al que asirse.
Porque el hombre es frágil
como ala de hormiga alúa.
El hombre teme al precipicio,
a ese pozo sin fondo final
de cualquier pensamiento.
El hombre que piensa largo
como carretera en un largo país
sabe lo que se dice,
porque se sabe hombre, carne, río,
agua que no volverá a la acequia.
Y tiene miedo, frío.
Y busca al dios vivo que habita
en un beso, en un abrazo,
en la sabia constelación
sin nombre de unos ojos que cobijan
y alumbran enamorados
entre un solar de agapantos.
Y así guiarse en su viaje.

martes, 2 de julio de 2019

Girasolitos de miel,
dejamos por el camino.

Ahora cuando lo cruzo,
la grava, dulce, brilla.

Y un pajarito en el alma,
me pía y pía.



lunes, 1 de julio de 2019

Hay personas que son como una especie de píldora. Alguna palabra suya, algún gesto suyo hacia ti, te hace abrir la boca y antes de que te des cuenta ya te la has tragado, ya la tienes dentro, y poco después ya está digerida y corriendo por tu organismo como si se hubiese criado en él, tu sangre parecía predispuesta a encontrarla. Sus efectos no se hacen esperar y no habrá antídoto en el mundo que te las elimine pues tu propio cuerpo creará mecanismos de defensa para conservarlas. Es así. Son como una pildorita, como una pastillita que cambiará tu vida para siempre. No sé en qué laboratorio las fabrican. Igual te hacen sentirte sabio que profano, joven e incluso bello, los colores los verás distintos y ciertas cosas que no tenían color las verás pintadas, todo a tu alrededor te parecerá distinto aunque así era antes también aunque tú no lo vieras. No dejarás nunca de aprender con ellas y el tiempo adquiere también otro valor. Retomarás antiguos hábitos, quizás te rescates a ti mismo tan olvidado que te tenías. Creo que estarán hechas con cualquier tipo de ADN de los dioses y aunque no hagan milagros sus actos se les parecen bastante. No tienen alas ni largas trenzas hasta los tobillos, no viven en lagos ni en bosques encantados. Están donde tú, son como tú, viven como tú y tienen los mismos problemas que tú. No vuelan ni usan varita, pero algo hay en ellas, créeme, algo hay en ellas, no sé qué es, un don, una gracia, algo que no se estudia igual que las rosas no aprenden a oler a rosa.

domingo, 30 de junio de 2019

NO SON MANDAMIENTOS, PERO LO PARECEN. O CIERTOS INTENTOS DE CONDUCTA PARA ATRAVESAR UN FIN DE SEMANA.

Ralentizar el tiempo.
Aletargar el pensamiento.
Darle vacaciones al sentimiento,
descanso al cuerpo.
Entregarme de lleno a mí pasando de lleno de mí.
Huir de lo especial.
Alimentarme bien de aire.
Como música, los gemidos de fondo de mis nuevos cachorritos y el aire en mi morera. Ver a la madre que ya se levanta y se atreve a abandonarlos para ir a comer y beber agua, cosa que me andaba preocupando.
Leer artículos periodísticos sobre cosas interesantes o sobre gente inteligente pero sin gastarme un duro en periódicos. A veces basta con ser educado y callado con una camarera para que te los regale.
Ver que la hierba seca y abundante en la noche también tiene su encanto, o que Puente Genil a lo lejos y también en la noche parece un pueblo que siempre está de feria.
Estar sin camiseta y notar la alternancia de vientos de diferente temperatura en tu cuerpo.
Observar a la luz del foco el óxido de la malla que me rodea desde hace treinta años. Saber por él que también soy ese óxido, que soy tiempo, pero un tiempo aún en movimiento. Bucear entonces en el pasado. Pero muy poco.
Ducharme varias veces al día.
Dormir mucho y sin horario.
Hibernar por día y medio con muchos grados en la calle.
Hablar callado.
Sentirme yo.
Y aún vivo.
Llorar lo mínimo.
Esperar al lunes como si nada.
Mi meta: conseguir decirlo todo dejando este papel así, en blanco.
Mi camino a ella bien se ve que no va por buen camino, pues continúo escribiendo, continúo diciendo, continúo inventando, continúo disfrazándome, alardeando no sé de qué, construyendo una falsedad, materializando un anhelo que jamás se materializa. Continúo manchando lo inmaculado perdido en más de un mundo.

Escritor: embaucador.

Mi escritura como un oso de peluche... así comenzaba un poema mío de hace ya tiempo. Y digo -enzaba y no -ienza porque ese poema ya no existe. Como dejarán de existir todos los demás algún día, igual que dejaré de existir yo, y conmigo a la vez esta maldita cárcel de tratar de entenderlo todo.

miércoles, 26 de junio de 2019

Cuando yo digo que escribo por necesidad, en pocas de las otras muchas cosas que diga llevaré tanta razón como en ésa. Es como buscar algodones. Algo así.

Últimamente me dan las tantas trabajando. Que no deja de ser al fin y al cabo, sea por exigencias de dicho trabajo en cuestión o por capricho, una forma más de gastar el preciado tiempo.

No voy a extenderme en más reflexiones sobre eso, así que aparcado queda. Bastante caro me sale como para emplear mi ratito de libertad en ello también. Que eso sí que no tiene precio.

A lo que voy. En un entreacto hace un rato en mi trabajo, mientras el calor hacia también su trabajo sobre el barniz recién dado, yo me senté un ratito en el patio de mi taller a contemplar las cosas. Con una cervecita, el tabaco, y un bote de alcaparrones aliñados.

No debo de quejarme si he de estar tan tarde trabajando. Porque veía bandadas de todo tipo de pájaros imagino que de regreso a sus nidos, a sus hogares, después también de su jornada. De una jornada repetitiva, donde no hay domingos ni lunes, tal vez sólo las estaciones climáticas, que ésas sí que condicionarán notablemente su existencia.

Eso era lo que veía por el cielo. También veía los olivos, el mar de olivos de estas tierras. También una humareda negra lejana algo inquietante porque parecía salir del lugar adonde va dirigido el trabajo que estoy haciendo. Cosas de mis pensares. Y coches por la autovía, camiones, motos. Lo que hoy no vi fue ningún avión volando.

Pero sí vi, y éste es el motivo de mi escritura hoy, es a mi perra mastina pariendo allí en mitad del patio.

Era su segunda cría la que estaba dando a luz, una hembra. La anterior, macho, la tuvo mientras yo daba el barniz antes mencionado. Oí unos gemidos. Vi al padre correr hacia la madre, que no es esposa, inquietado como yo por ese sonido. Lo vi llegar a ella, lo vi cómo veía lo que había. Lo olió. Y se fue.

Esto también da para mucho que pensar desde mi faceta y rol de humano. Pero tampoco me da la gana plasmar lo que pienso sobre ello.

viernes, 21 de junio de 2019

Hay un silencio hondo.
Así sonaría el mundo
tras dispararle a Lorca.

Hay un silencio
a lago desecado,
a niño huérfano,
a rumbo ignoto.

El día es noche para los sueños.
No vuela una sola mariposa.
El aire pesa, apresa.
Y tu alma yerra a la espera
por un laberinto silencioso,
oscuro, sin fondo.

Ladra un perro.
Al todo.
A la nada.

Mas todo sigue estando en ti,
dentro, callado,
como pintura en la cueva
de un reptil remoto,
como señales de aceite
en una cántara antigua,
como música en la caja
de un violín roto.

Y sólo sabes
tenderte sobre el tiempo,
esperando la noche
donde abrirte o guarecerte,
como una Flor de Luna,
como un caribú perseguido.
Lobo de ti mismo,
de ti mismo temeroso.

Es como para coger lupa, y observar el fino filo que separa una capa de otra. Podría decir en vez: que separa una de otra capa, y hacerlo así como más barroco, como regocijándome en lo guay que soy... al escribir. Porque es así. El que escribe alardea, miente, se disfraza con el traje que ha ido tejiendo para tapar con él sus taras, sus impotencias, su eso que no es. Y se pierde en un maremágnum de libros, de historias, de uras. Porque es extraño, pero quien tanto clama libertad, es fanático de otras junglas, de otras telas de araña diría más absurdas porque no son naturales, sino inventadas. Es complicado todo. Seguramente esté equivocado (así que ven, léeme, contradíceme, golpéame con tu palabra, líbrame de mi idea que tanto me esclaviza, del eco de mi voz en la caverna y dame de beber de tu agua limpia). Hoy no tengo ganas de escribir. Que el brillo de un sol hoy tras las nubes me arrastre a tus ojos o que me deje a oscuras evocando algún recuerdo. Hoy no quiero parecer. Hoy sólo quiero ser y estar, aunque sea poco, pero de verdad. Ciertos días abomino toda literatura, la creatividad, la inventiva, ese autoanalgésico, esa autoestafa.

viernes, 14 de junio de 2019

Hoy tuve amago de tristeza. Pero logré dominarla. Aunque sentí también tristeza por mi tristeza y la dejé salir un poco libre a sus llantos.

Pero quiso más, y yo confiado en las suelas de mis zapatos nuevos recién comprados para tal fin, no pude evitar resbalar. Y fue el desmadre padre. 

Aunque supe luego de la infinidad de capas que nos cubren. Yo ya estoy desnudo. Falso. Debajo hay más que mostrar, más de lo que avergonzarte o enorgullecerte. Pero debajo hay todavía más, y ya no sentirás nada porque ciertas nociones se pierden como cabras en la niebla. Y ya no sabes más sino seguir buceando adentro de lo adentro. Hudiéndote. Sólo por amor, sólo por el amor. Palabra última. Único estado y último. En lo más hondo. Y luego eso, la nada. 

Pero luego tu te quiero. 
Y todo otra vez de nuevo. 
Todo y yo en el todo arriba, como nuevo, como si nada. Ya despuntan los higos de mi higuera. Brilla el sol como nunca. Oh dichosa y larga y nueva primavera.

Y adiós tristeza, adiós. 

Hasta mañana.

jueves, 13 de junio de 2019

COMO EL JAZMÍN

Nadie discute al jazmín
su olor de noche a diario.

Huéleme, o déjame
prendido de luna en un rayo.

Como el jazmín, también
silencio soy,
entre un soplo enamorado.

miércoles, 12 de junio de 2019

A vueltas otra vez con lo mismo

Sigo dándole vueltas al cuento de Cortázar. En realidad ahora pienso que es todo mentira. No hay ningún plano, todo es lo mismo, como el que inventa o sueña puertas encerrado en un espacio de hormigón sin ventanas ni puertas, como el que escribe un poema, como el que hace una foto. Un libro es mentira, una foto es mentira, cualquier interpretación de la realidad de la mano del hombre no es cierta, no es la realidad. No sé. Pienso demasiado. Me gustaría haber conocido a Cortázar en persona para conversar con él.

Entra un fresquito a esta hora por mi ventana que me alimenta. Leo a Miguel Hernández mientras pienso en muchas cosas. Una de ellas ha sido el propio libro, éste en concreto de Hernández, que son dos libros en uno, El hombre acecha, y Cancionero y romancero de ausencias. Las últimas páginas no existen ni la contraportada, se las comió por un despiste mío una cabra que tuve. Además se mojó un día no me acuerdo cómo y están las páginas acartonadas. En este punto yo también puedo ser un Cortázar e inventar planos distintos que se mezclan y confunden a partir de aquí. Por un lado las poesías de Hernández, bellísimas, sobre todo para mí las del Cancionero. Por otro esas páginas que faltan y su porqué, que dan pie a un cuento de una cabra que se comió un cacho de libro de poemas y en lugar de berrear recitaba. Y por otro el libro físico en sí, el sonido crujiente de sus páginas al pasarlas, que para mí son pura musicalidad.

Me gustaría un día que leyeses este libro mío, que escucharas ese sonido de sus hojas, y que vieras la gamberrada inconsciente (¿o no era inconsciente?) de mi cabra. Era negra, bajita y muy graciosa.

Comentario del cuento Continuidad de los parques

El cuento es una maravilla, muy original por el enfoque que Cortázar le da a la trama. Literatura y realidad se unen y se confunden. Digamos que hay tres planos en el cuento: el nuestro, desde fuera de todo, leemos al hombre que tiene una historia, vive su propia realidad, pero a la vez lee también, es decir pasamos a un tercer plano, el de la novela que el hombre lee. La magia del cuento y su maravilla es cuando los personajes de la novela pasan al plano del hombre y viceversa, creando una ruptura y mezcla entre realidades, entre planos. No es la historia en sí del cuento lo que aquí importa, sino ese manejo tan bien creado de mezclar diferentes argumentos entre sí, introduciéndose unos en otros, hasta crear confusión porque tal y como lo cuenta se pierde un poco la noción de realidad sencilla y única, sino compuesta de varias, aunque dentro de una misma línea narrativa. Es decir, esas realidades están mezcladas con tal maestría que pueden dar pie a creerlas de manera que forman una única realidad.

Lee tranquila esto que te he escrito y si quieres luego hablamos.

domingo, 9 de junio de 2019

No sé si he jugado a ser noche y desierto.
He visto la vida ofrecérseme fácil.
La gente transitaba con un lenguaje manido en su mirada.
En cambio las palomas hablaban con el agua de la fuente otro idioma.
Y aquel arcángel dorado y brilloso allá en lo alto, ya las calles en sombra, como muecín anunciando el salat al-Magrib, la oración del atardecer.
No sé si he jugado a ser noche y desierto.
A veces es preciso coquetear con distancias, rupturas, desprendimientos; pisar a tope el acelerador por las curvas del silencio y de la nada.
No sé si he jugado a ser muerte,
coqueteando a la ruleta rusa con la realidad.
No sé si ha sido un juego.
Porque en mi boca ya anidaban los pájaros
del miedo.
A veces es preciso jugar con la verdad. Traspasar ciertos umbrales. Ir por la acera como desnudo de todo lo que has sido, casi como otro más, consciente de que vas vestido como los demás, con lenguaje manido en tu mirada.
Jugué tal vez a ser noche y desierto hasta llegar a parecerme a la noche y al desierto, hasta apreciar el aroma de la muerte.
Y ahora vuelvo, me devuelvo a mi cueva, como vuelto a nacer, como devuelto a la vida, sin saber, mi corazón tierra virgen, primitivo, a solas con mi frío (si frotase este lápiz contra el papel como yo pretendo tal vez reinventara el fuego),
tan lleno de nada para que me llenes de todo nuevamente, para que me enseñes otra vez tu idioma de paloma y agua, para que me eleves, ahora en verdadera noche, y en la aurora, yo, en alto sobre las calles todavía en sombra, brilloso como un arcángel dorado, anuncie al pueblo renacidos nuestro fayr, nuestra oración de un nuevo amanecer.
No sé si ha sido juego. Quizás pura necesidad.

viernes, 7 de junio de 2019

Qué te impide huir del carrusel.
La misma inteligencia.

Donde quiera que vaya
el carrusel me espera,
el carrusel me alcanza,
el carrusel me lleva. 

Bajo y subo.
Vuelo y caigo.

Subo y vuelvo a girar, 
como loco, 
como ciego. 
En mi caballo de plástico. 
En mi efímera carrera. 
Vuelta tras vuelta. 
Pálida meta. 

Acerca hacia mí tus brazos 
de meandro. 
Llévame ahora en su río secreto. 

Dame un sorbo de sol.
Apártame el sueño eléctrico. 

Y duérmeme en la caricia 
de tus manos de sauce.

lunes, 3 de junio de 2019

No hacemos guerra.
No hacemos daño.

Estamos aquí en silencio
diciéndonos tantas cosas,
como se hablan la noche
con el mar,
el viento y las estrellas.

Dicen que ya no hay
caminos,
que todo está escrito,
que la vida es mera
repetición.

Es verdad, mi amor,
se dicen muchas cosas.
Y sin embargo...

pídeme esa luna que tú y yo
vemos
y la tendrás en tus manos,
como se tiene en el cielo, 
como se tiene en el lago. 
Vamos a seguirle el rastro 
a la mariposa,
al astro rey
(espiemos, ahora que duerme, 
sus conjeturas para mañana),
a un buey alado. 
Y si amanece, al relente 
nuestras voces 
serán eco del río
y del canto de la alondra. 

Quién sabrá de nuestra
estela 
disuelta en el aire como una
muerte antigua.

Quién sabrá de nosotros
más allá de donde
apuntan los cipreses.

Sin hacer guerras.
Sin hacer daños.

sábado, 1 de junio de 2019

Núcleos de planetas en constante atracción.
Equilibrio de fuerzas, orden del caos.
Oscuridad y luz, inválido viento espacial
que no propaga el aullido
de lo que constante, obstinado
pugna por adherirse.

Si acaso mi voz fuera alta más allá del límite,
en la noche sideral un ciervo errante
pastaría sobre los prados negros,
y el dum dum de mi sangre galopando
por las venas interestelares.

Otro orden sería.
Otro el mapa universal.

Tal vez mi labio entonces
fuera la estrella que brilla en tu boca.

domingo, 26 de mayo de 2019

Como una mariposita
volada hacia mis manos.

Le hice jaula con mis dedos.

Me embriagué de colores,
de puro vuelo. 

Yo no pensaba.
Yo no sabía del tiempo.

Yo existía
por detrás de las jaulas
de mi pensamiento.

Vuela libre, abro mis dedos.
Tú eres del cielo.

miércoles, 22 de mayo de 2019

El verano se prepara.
Se va notando.
Por mi ventana cuela el sonido
de unos chorros de agua.
Son como una llave
que acaba de abrir
una puerta.

Fue en verano.
Desde aquel filo todo era enorme, sobrecogedor.
El sonido del agua del río,
su anchura, su bravura,
su ímpetu al salir
por las compuertas de la presa.
Su color marrón,
lo blanco de las espumas.
La soledad del lugar.

Al dolor lo tenía dominado,
la vieja angustia.
Si quisiera
ahora mismo acababa contigo,
me decía.
Jamás respiré tan total libertad.

Doblando la esquina
de la antigua central eléctrica,
una grandísima bandada de palomas asustadas
salió volando desde los altos tejados.

Aquel aleteo superó al rugido del agua.

Entonces comprendí
de la hermosura de la luz y del aire.
Entonces tal vez supe
el significado correcto
de la palabra compasión,
que es también amor,
quizás no el de perdón.

Me di la vuelta y me fui hacia el coche.

Se han parado los chorros
de esa piscina,
porque ya no se oyen.
En cambio escucho
a Ludovico Einaudi.
Buena música para este silencio.
O seguimos fabricando presentes,
o nos ahogaremos en recuerdos.
Mira que siempre anduve afilando el verso.
Poco me importa ya la poesía,
así te lo digo.
Intentando no caer en lo cursi
a ver cómo termino este escrito.
Creo que está todo dicho.
Lo que cambia una letra.

Octava gamberra

Aquéllas con veinte años en las que juntaba la noche con el día y el día con la noche sin salir del barrio churretero.

Octava gambera

Éstas con casi cincuenta años en las que me paso el día comiendo gambas de ancá Atero sin pisar la calle Roya.
Apenas veo ya la televisión, y las veces que he de verla más me invita a hacerlo todavía menos.

Hoy vi en ella un amago de reyerta entre varias personas. Por un lado un joven portando un cuchillo enorme amenazaba a otros tres,  dos mujeres jóvenes y un hombre también joven, éstos últimos portando palos de escoba. No pasó nada. Grave me refiero. Pero yo me fijo en los detalles, en los movimientos físicos de dichas personas bajo una cruel amenaza, los cuales me hicieron recordar la película francesa En busca del fuego.

En pleno siglo XXI hay detalles que manifiestan aún o ponen en entredicho nuestro moderno y ficticio concepto de evolución.

Podría buscar el vídeo que demuestre con imágenes de lo que hablo, pero sería dar mi brazo a torcer. Yo, como soñador, prefiero hacer mención del caso únicamente con mis palabras, por seguir creyendo en la evolución, por seguir creyendo entre una distinción del mal y el bien, por contradecirme y sin que me pese cuando digo que soy agnóstico y que esta tierra quizás hace ya tiempo que no me interesa.
A SALVADOR "EL COMPADRE", Y A TANTOS OTROS

Como algunos ya sabéis, esta mañana estuve por primera vez en la plaza de abastos después de su reapertura. Como no tengo sueño pero sí tengo siempre ganas de escribir, pues aprovecharé estos momentos previos a planchar la oreja en contar mis impresiones y reflexiones sobre tal visita.

De ciertas cosas de la vida me resulta francamente imposible mantenerme al margen, por más que las detesto. Entre ellas está la política, que no sé por qué me la imagino como aquella caja de Pandora, continente de los peores males de la tierra y que por curiosidad ésta abrió liándola parda por los siglos de los siglos amén.

Pero haré un paréntesis en mis reflexiones para hablar de mis impresiones, y luego sigo.

Bonita de verdad, como nueva, brillante, tanto en belleza como en el mejor significado de ese adjetivo, es decir llena de luz; amplia, espaciosa, de pueblo, de mi pueblo, la plaza de abastos de mi pueblo. Abastos viene de abastecer, de abastecer de alimentos y otros objetos digamos que todos necesarios para la vida a los habitantes de ese pueblo, en este caso el mío, donde vine a la vida, donde vivo, y donde espero decir adiós para siempre.

El recuerdo a veces es un arma de doble filo. Si por un lado inútil, por otro corta como un cuchillo. Sin temor pasé mi mente por el filo inútil de lo ya vivido, inútil porque en verdad de qué te sirve el recuerdo de lo ya no presente. Creo que únicamente te invita a eso, a pasarte al otro filo, al cortante al ver lo que hoy hay en el mismo lugar de lo que hubo.

Y hiere. A mí esas cosas me hieren, me cortan.

Una pescadería, una tienda de artesanía, un bar monísimo en el que entré a desayunar, eran los puestos fijos abiertos. Unas fruteras escoradas en una esquina intentando vender sus productos en la zona digamos para los puestos no fijos, para los que han de montar y desmontar a diario su comercio itinerante. Y pare usted de contar.

Brillantez: qué rápido te volviste tristeza. Aún resuenan en mi interior algunos ecos grabados en el disco duro de mi cerebro que allí escuché esta mañana. "La que tenga tienda que atienda, y si no que la venda", decía una cliente (¿o se dice clienta?) en plan broma a la pescadera que andaba de cháchara con la del puesto de artesanía. Por otro lado una de las dos fruteras pregonaba su género a grito limpio. Grito que se multiplicaba rebotando entre aquel cuadrilátero de arcos de medio punto como quien grita en una cueva, en un amplio espacio semidesértico, vamos, como quien pregona en el desierto, resumiendo y siendo sincero.

Porque a desierto me ha sabido la plaza. Y duele. A mí me duele.

Quien escribe debe ser consecuente entre otras muchas cosas con quien le lee, así que debo ser misericordioso y no hacer de mi visita a dicho lugar un texto infumable.

Así que cierro paréntesis y retorno a mis cavilaciones.

Cavilaciones casi todas terminadas en pregunta.

¿Se promueve la plaza desde el ayuntamiento?

¿Se hizo un estudio previo a la sostenibilidad de un negocio que es un conjunto de negocios, en un casco antiguo obsoleto y asesinado por los propios gobernantes, es decir ellos mismos para acometer una rehabilitación de tal envergadura?

¿Qué facilidades hay para jóvenes emprendedores (jóvenes o menos jóvenes) que quieran trabajar para vivir, es decir para vivir?

¿En qué saco roto meten nuestras ilusiones?

¿Quedan ilusiones?

Dice el refrán: comiendo el gallo, la gallina que escarbe. Y si todos los gallos del corral se han (democráticamente) repartido el pienso, ya ni tenemos gallo que cante en el corral.

No me gustan las discusiones, y cualquiera sabrá de esto más que yo. Perdón de antemano si por falta de conocimiento he metido la pata en mi redacción. Sólo hablo de lo que he visto. Como ciudadano me siento dolido, sinceramente.

Ya para terminar me gustaría que quien me replique ojee previamente y no hace falta que ahonde mucho sobre la ley de la oferta y la demanda.

Buenas noches.

Que vayas a ése a decirle na,
que eso se lía y se lía a charlar
y es un no acabar,
tú un buenos días ligero
y que me voy,
que tengo que comprar,
que me tengo que llegar,
que tengo el pescao en la freidora,
que ya me centrifuga la lavadora,
chiquillo que está pitando la olla,
que tengo que picar cebolla, 
que voy a encargar una bombona,

y siempre en movimiento, siempre,
tú siempre andando,
retirándote de él,
aunque peques de descortés,
chiquillo que yo sé lo que te digo,
que ése en lo del charlar
no sabe parar,

que a mí me trincó una vez...
mira, a mí me pilló una vez
que iba yo... que iba yo pa ónde
padre mío Jesús bendito?
si yo pa mí que ni llegué,
que me tuve que volver,
eso me trincó y mira,
y pin pin, y pin pin,
y yo la cabesa como un tambor,

Y yo chiquillo que tengo que irme,
y él como si na,
mardita la madre que lo parió,
y de to sabe y de to entiende,
y si a to le dices que sí, malo,
y si a to que no, también,

la cosa es trincarte,
ay Dios como te trinque,
como te trinque agárrate.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Vivir pespunteando,
hilvanando instantes,
como cosiendo retales
de presentes brillantes.

Y luego has de alejarte
por despreciar el detalle
minucioso, ese entre líneas
o entre costuras
con su arpía exactitud de la realidad
que tanto hiere,
para mirar la cosa de lejos,
como en los museos,
y dejarte llevar por otras realidades
que simulan verdades,
pero más acordes con tu deseo.

LOS OJOS DE MIS OJOS

Todo es tura, decía Cortázar.
Y todo es imaginería, añado yo. 

Mira ese viento fuerte sobre la hierba:
ya sé que no es más que un viento fuerte 
sobre la hierba. 

En cambio yo lo veo beso
que ondula en tu melena:
labio y pelo, 
fuertes los dos 
como un amor fuerte. 

Porque necesito verlo así, 
necesito ver las cosas así. 

Porque esta vida 
es demasiado simple 
y le tengo mucho miedo a ciertas cosas 
sencillas, 
como ese viento fuerte,
ajeno a los ojos de mi ojos,
intentando ser sólo viento,
soplando a muerte.

domingo, 12 de mayo de 2019

Yo no tengo por qué explicarme,
pues soy también la no respuesta
ante tanta duda.
Pero sí digo que no se engañe
aquel que al mirarme
vea así
como un cielo gris
a punto de derrumbarse
en torrentera lluvia.
Dentro hay prados
de margaritas blancas y amarillas.
Las blancas son buenas
para jugar al me quiere o no,
las amarillas son como más tupidas.
De tanto escuchar
las músicas del campo
quizás sepa mi voz a manzanilla,
y a sol sencillo y a tierra.
También a ventolera
que arrasa lo que pilla.
Aunque siempre quedará algo,
como en cualquier despensa,
por aguda que sea el hambre y la miseria.
Como hablan de las ballenas,
esos mamíferos involucionantes
que en tiempos tuvieron manos con dedos, quizás también mi camino sea involutivo, como si mi ir fuese un retorno
al primigenio origen.
O por manifestar tal vez
cierta esencia
exenta de evoluciones
que todo ser humano conserva
aun sin saberlo.

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