martes, 26 de noviembre de 2019

Como ya comenté, ahora mi ventana no da al aire, sino a un vacío, que no es lo mismo. Mi ventana nueva es oscura o clara, no tiene más matices. Desde aquí no veo nubes, campo ni tejados. Por ella no entra aire, ni de ninguna temperatura ni fuerza alguna. No entra nada. Sólo luz, y según qué hora. Pero no todo ha de ser ventanas en esta vida. No es lo interesante quizás lo que a través de ellas pueda verse, sino lo que está en el interior de quien por ellas mira. El mundo hace al hombre pero también el hombre hace al mundo. Sin campos lejanos, sin tejados cercanos, sin aire ni nubes, hace un momento me he sentido campo y tejado, aire y nube. Suena Telemann en el Spotify del móvil, al compás del silencio. Mi hermosa lámpara de sobremesa, de base de cerámica calada comprada en La Rambla (Córdoba), alumbra cálida y acogedora. Y ahora tengo un compañero: un cactus diminuto de color lila que compré esta mañana. Mis rarezas le han puesto un nombre. Se llama Pancho. Pancho es fuerte, pero muy delicado. Y yo que soy profano en este tipo de seres vivos, me cargué por torpe manipulación uno de sus tallos, tallo que he introducido un poco en la misma tierra y junto a Pancho por ver si es capaz de agarrar, de echar raíces, de no morir por culpa de mi torpeza. ¿Tendrán las plantas sentimientos? Chi lo sa. El caso es que esta mañana entré a una tienda de animales a comprar pienso para mis gallinas, y allí estaba él, junto a otros dos ejemplares de distinta especie, solitarios ya. Mi inevitable literaturarización de las cosas hizo que me pareciese un cachorrillo de mirada lastimosa buscando hogar. Y aquí está. Mirándome agradecido. O no sé si mira a la pared, porque yo no sé dónde tienen los cactus sus ojos. Yo creo que me mira. He estado investigando sobre los cuidados de los cactus. Poca agua, y sol. Agua cuando note seca su tierra. Un pequeño riego o dos al mes. Cuatro horas diarias de luz solar al menos. Leí que esta especie es de muy lento crecimiento. Eso me ha gustado. ¿A quién no le gustaría que sus cachorros no crecieran? A saber la de cosas que Pancho me contará en nuestros ratitos de encuentro. Lo miro. Es raro. Pero es bonito.

Y es bonito todo con ventanas también que ahora dan al vacío. Con Telemann y el silencio me siento pasear por el Parque de María Luisa, por ejemplo. Uno está en las cosas, y las cosas están en uno. Así que veo altos árboles, serenos de luz nocturna y de otoño, y huelo a tierra mojada, y no muy lejos presiento un río, que pasa lento, brilloso, por debajo de algún puente. Como por mis venas ya transita mi sangre, con mansa furia de mano artista sobre el blanco lienzo de la nada.

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