martes, 26 de noviembre de 2019

La geología es para mí como una niña que desde chico siempre me gustó, con la que jugué, pero nunca me atreví a pedirle salir, a intentar con ella algo más en serio. Sé que de ser mujer, no me hubiese importado casarme con ella. Me gusta mucho y yo a ella creo que siempre le gusté, será porque somos muy parecidos, por lo callados y tímidos, por lo herméticos, pero guardando cosas que no están a la vista de una mirada simple.

Todavía hoy, si salgo al campo, si viajo y miro a través de la ventanilla me embobo ante la forma de cierta montaña, ante el color de alguna tierra que cambia de repente a un color distinto pasada cierta linde; o si estoy en la playa, que es todo un paraíso para mí de piedras y chinas con tantos y variados colores, texturas, formas, tamaños; hasta cuando fui jornalero aquellos años de la crisis más dura me entretenía en la hora del bocadillo mirando al suelo por una piedra que viese con brillos, capas, fósiles incrustados, que incluso los compañeros si encontraban alguna extraña me la lanzaban para que yo la mirase. Recuerdo unas bolas en cierto olivar que el encargado decía que eran trozos de meteorito, y que luego investigué en internet por mi cuenta y resultaron ser balas de cañón de las guerras napoleónicas. Las vendían en eBay por 20 euros la pieza. Cuando al otro día se lo dije al encargado me dijo que dejáramos de coger aceitunas y nos pusiéramos a buscar bolas de aquellas, de cachondeo, claro.

Esas bellezas tan cargadas de misterio aún me siguen provocando entusiasmo. Siempre preguntándome un porqué, de dónde procede tanta materia, qué la creó, con qué, desde dónde, desde cuándo, por qué lo que no tiene vida vive.

No me hubiese importado, al revés, me hace ilusión haber sido geólogo, en un trabajo donde ganase para vivir dignamente pero con el tiempo suficiente para dedicarme tranquilo y con pasión a mi oficio de investigar terrenos y piedras. Se me dio muy bien esa asignatura en el instituto, sin embargo mucho y variado hay en mi librería menos libros de geología.

Otra niña callada y bonita muy parecida a la anterior y que siempre me hizo tilín es la arqueología, pero no se pueden tener tantas novias, y más entre amores no correspondidos, porque ya se tiene una edad, puede que insignificante en comparación con la del basalto o una moneda romana, aunque no para mí, para emprender ahora determinadas vocaciones tardíamente planteadas así.

También uno a veces piensa que quizás lo bonito de los misterios está en no resolverlos, dejarlos así, en su cautivador hermetismo sugerente, como aquellos amores de niño o menos niño que sólo fueron ilusión, que nunca llegaron a nada, pues también es bonito vivir con ese misterio de lo que pudo haber sido todo si todo hubiese sido de otra manera. Ese tipo de ilusiones suelen ser positivas, nunca malas ni feas, y uno vive feliz, ilusionadamente feliz con ellas.

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