martes, 26 de noviembre de 2019

Una de mis pasiones es la música. Creo que hace ya muchísimos años en los que habrá sido raro un día en el que no la haya escuchado aunque sea un poco, siempre a través de algún tipo de aparato. Pero nada es comparable a escucharla en directo.

A un pequeño concierto de música clásica he asistido esta tarde noche. Ni una hora habrá durado, entre otras cosas por no haber comparecido uno de los músicos, el guitarrista en concreto, así que el par de obras que debía interpretar no ha sido posible oírlas.

Comenzó el concierto un grupo instrumental de músicos jovencísimos tocando seis pequeñas piezas. A continuación un trío de adultos tocó una obra de Bach, compuesto por flauta travesera, violonchelo y clave. Es la segunda vez en mi vida que tengo la oportunidad de escuchar un clave en directo, instrumento antecesor del piano moderno. Pero el violonchelo es cautivador. Y más en un lugar así, una iglesia, donde la altura y profundidad del templo concentra a la vez que da libertad al sonido de las cuerdas, quedando francamente bonito y agradable el sonido. Después el mismo trío, dado que tuvieron que saltar el par de obras que tenía que tocar el guitarrista ausente, tocaron una pieza de Mozart, aunque esta vez con diferente intérprete al clave. A continuación, a las instrumentistas de la flauta travesera y violonchelo se les unieron dos músicos, uno a la trompeta y otro al oboe para tocar cuatro piezas más, de las cuales dos de John Dowlan me gustaron mucho. Para terminar un coro de niños acompañado del cuarteto anterior interpretaron "Hoy comamos y bebamos", de Juan del Encina. Maravillosas voces infantiles, bien acompasadas, elevando y bajando el tono al mandato de la batuta, y que obedientes y en orden fueron de fila en fila abandonando el escenario al terminar el acto. Un acto repleto de público al máximo, cosa que me agradó mucho. Avidez de actos culturales como por ejemplo éste tengo. Ansias de arte en directo. Es la cruz de vivir en un pueblo.

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