viernes, 27 de diciembre de 2019

El negro engaña, el negro encubre y miente.
No, no intento remedar al Guillén
del Sóngoro cosongo.
Me refiero al color del cielo por la noche,
al de su gabardina decorada
de estrellas rutilantes -en los mejores casos-
tomándonos por tontos,
como si no supiéramos qué esconde.
Pero aun así le seguimos el juego,
y preparamos sopa o intentamos poemas,
o acaso tienes suerte porque tu calendario
indica que hoy es viernes,
y te vistes de viernes y sales a la calle
cuando de sobra sabes que no vas a encontrarte
con el mar de tus sueños pues vives tierra adentro
de mares y de sueños hace ya muchos años.
Si acaso una evasiva caminata entre bares
en los que venden ron
donde tal vez te creas navegar
con un parche en el ojo como bravo corsario,
la puerta el horizonte, gaviotas son la música,
la bruma las volutas del cigarro 
donde hiendes la vista esperanzada
en que asome una isla o esa princesa amada
cuyo nombre es la equis en tus mapas.
Pero en verdad ya saben: el retorno a la casa
recalentando sopa o intentando poemas,
quitándote el zapato que te aprieta
la puntera de tu pata de palo,
mirando a las estrellas -en los mejores casos-
a través del cristal del camarote
que no da, por asomo, a los mares del sur,
sino a un patio donde madura, lánguido,
un mandarino triste y desolado
entre el negro embustero de la noche.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Escasamente miras el espejo
y te ves tal cual eres en tu fondo.
Y es curioso el asunto cuando ocurre.
Pues te quieres tan sumamente íntegro
como aquello certeramente tuyo,
al modo de la concha con el nácar,
violentamente juntos.
Y galopan cargados unicornios
con serones al lomo de recuerdos
por la elíptica órbita del mundo,
tan blando y apacible, como una orilla en calma.
Y toda la verdad está en la sombra
de una nube sobre el cauce de un río,
fluyendo entre los álamos.

lunes, 23 de diciembre de 2019

En tu cara de nube no hay cambio de estaciones.

Numantinas las hojas no caen de tus párpados.

Tu boca es la batalla
donde el mar se defiende de la nieve.

En tu cara de nube hay un reflejo
que devuelve a la tierra océanos de espigas.

Golondrinas las horas se aferran a tus párpados. 

Te pienso y soy cometa ajeno a lo que ocurre:
el giro del planeta, la vida en su corriente,
mi sombra en las aceras, diciembre entre los parques.

viernes, 20 de diciembre de 2019

PEQUEÑO DIÁLOGO ENTRE LA NIEVE Y UN ÁLAMO

Aunque blanco te apellidas,
no eres blanco como yo.
Le dijo la nieve al álamo.

Son cosas de los botánicos,
le contestó. Y dice a continuación:

Dime nieve: tú que has sido
nube, río, ola, lago,
¿a qué huelen los océanos?
¿a qué saben los cielos?
¿a qué suenan los acantilados?
¿cómo es la piel de la foca?
¿cómo se ve la tierra allá en lo alto?

La nieve cierra los ojos, pensando.

En ti están las respuestas, dijo la nieve al rato.

¿En mí?, preguntó estupefacto.
¡Si yo no viajo,
si vivo anclado a la tierra
en mitad de un páramo!
Unas veces con hojas,
y otras sin pájaros.
Envidia le tengo al tren,
que aparece, llega, y pasa,
que viene de donde no sé,
que va qué sé yo a qué parte;
a los ánsares migrantes
que cruzan por las alturas del aire;
a la abeja que liba las flores;
a las piaras de cabras y ovejas
que pastan en las dehesas
y luego a mi sombra
rumian echadas,
al pastor que cuida de su rebaño;
al dúo de enamorados
que se abrazan y se besan
y me pintan corazones
atravesados con flechas
en la corteza a navaja;
al río que tú ahora tapas
que me cuenta las leyendas
de las lejanas montañas.

En ti estaban las respuestas,
ya lo ves.
Envidia te tengo a ti,
que eres ser vivo y poeta,
que sientes lates y expresas.
A ti que naces y mueres.
Tú que disfrutas o penas.
A ti que posees las prendas
más preciadas del planeta:
el sentimiento y la letra.
Y yo no soy más que agua,
a veces nube,
otras río, y otras helada.
Pero siempre agua,
materia inerte
que no siente nada.
Noviembre de sombra y siembra.
Duerme la salamanquesa.

Por la frente del lagarto
van lentos barcos de vela.

Diciembre de frío y niebla.
Rueda el cierzo en la dehesa.

La nieve lleva zapatos
con suelas de blanda tela.

En los sótanos de enero
se escuchan canciones viejas.

Margaritas en la hoguera
tiemblan con luz de luciérnagas.

Febrero tiene un regalo
envuelto en papel de seda.

Alrededor de la llama,
abejas alegres vuelan.

Por los zaguanes de marzo
se asoma la primavera.

Y en el corazón despierta
el canto de la cigüeña.
Amenazado durazno
por afiladas,
grises lanzas.

Si lloviese,
caerían
almíbares en lágrimas.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Y ya otra nueva noche, como página en blanco,
ofreciendo sus párrafos velados en la sombra.
Tal vez la misma noche, como la invocación
de un dios elemental que invita a repetirme.

Siento en la sangre ansias correr de hacerse piedra.
Siento en la carne afán de hacerse de corteza.
Pero mi dios es blando, su perfección es líquida.
No hay olvido en sus tuétanos durmientes. No hay olvido.

Mi casa es el gran templo de los cinco pilares.
Y la papiroflexia me ofrece margaritas
para que digan sí en la oreja del pozo.
¿Alguien siente llorar las almas del desierto?

Es la vida que sopla su trompeta imprecisa
-como dios, como imán, como pulso latente-
por mis dunas de olor a anhelo y sacrificio.
Arriban los deseos al puerto de la noche.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Alguien lo vio una noche disfrazado de beso.
De su ombligo nacían Dylan Thomas y otros héroes
como brotes de cólera y sarmientos de furia.
Con ellos fustigaba las piedras de sus muros,
su Yin con Yang perfecto de espaldas hacia el mundo.
La voz tenía apagada, apenas se le oía:
"La luz es sola y una; yo soy la luz del mundo.
Mi escala es invisible a los ojos del necio.
Labios quedan atrás, ya no piso su suelo.
Ni más flor que se abre para morirse luego."
Decíase llamarse el guardián de lo eterno.
Vivía en oscura casa de libros por ventana.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...