PEQUEÑO DIÁLOGO ENTRE LA NIEVE Y UN ÁLAMO
Aunque blanco te apellidas,
no eres blanco como yo.
Le dijo la nieve al álamo.
Son cosas de los botánicos,
le contestó. Y dice a continuación:
Dime nieve: tú que has sido
nube, río, ola, lago,
¿a qué huelen los océanos?
¿a qué saben los cielos?
¿a qué suenan los acantilados?
¿cómo es la piel de la foca?
¿cómo se ve la tierra allá en lo alto?
La nieve cierra los ojos, pensando.
En ti están las respuestas, dijo la nieve al rato.
¿En mí?, preguntó estupefacto.
¡Si yo no viajo,
si vivo anclado a la tierra
en mitad de un páramo!
Unas veces con hojas,
y otras sin pájaros.
Envidia le tengo al tren,
que aparece, llega, y pasa,
que viene de donde no sé,
que va qué sé yo a qué parte;
a los ánsares migrantes
que cruzan por las alturas del aire;
a la abeja que liba las flores;
a las piaras de cabras y ovejas
que pastan en las dehesas
y luego a mi sombra
rumian echadas,
al pastor que cuida de su rebaño;
al dúo de enamorados
que se abrazan y se besan
y me pintan corazones
atravesados con flechas
en la corteza a navaja;
al río que tú ahora tapas
que me cuenta las leyendas
de las lejanas montañas.
En ti estaban las respuestas,
ya lo ves.
Envidia te tengo a ti,
que eres ser vivo y poeta,
que sientes lates y expresas.
A ti que naces y mueres.
Tú que disfrutas o penas.
A ti que posees las prendas
más preciadas del planeta:
el sentimiento y la letra.
Y yo no soy más que agua,
a veces nube,
otras río, y otras helada.
Pero siempre agua,
materia inerte
que no siente nada.
viernes, 20 de diciembre de 2019
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