domingo, 21 de enero de 2024

 Dónde está lo que aparta

entre mi ser y mi tierra;

si es mi amor esto de aquí, o simplemente el verdor

de esta yerba, de aquella sierra.


En el estar, en el manifestar:

bajo la piel y la piedra nos fluye una corriente invisible, idéntica.


De algarrobo y romero tengo mis pestañas llenas. Late mi corazón entre arrullos de tórtolas. Me despista algún jilguero,¿acaso ya está aquí la primavera?


Me alejo de la campana para sentirte a ti, sola, solamente. Para sentirme a mí, contigo, sin más voz que el balido de la oveja.


Para adormilarme en ti, sentidamente conmigo. Serenamente al sol, otro domingo cualquiera.

martes, 16 de enero de 2024

 Puede que ya alcancé (tal vez sobrepasé)

lo que yo más seré. Tal madura granada, 

tiempo viene a ser ya de degustar mi propia 

dulzura, como así degusta todavía 

el río en estuario las mieles de sus aguas.

Sólo el viento me basta. Este viento de ahora, 

por ejemplo, que esconde sinfonías, retira 

o trae la lluvia, viene, sacude los cristales 

de las ventanas, luego pasa, y no se oye nada.

Mas la ausencia de Eolo ha despertado a Cronos, 

le sacó de su alcoba de madera, silente.

Prodigio de tictac. Es el reloj. El viento

vuelve. Yo vuelvo a mí. Vuelve otra cena, vino 

de pasas, ensalada. Y la cama. ¿Y mañana? 

Pero esta noche aún es moscatel, almíbar. 

Que ya no es cosa mía la palabra mañana. 

Vuelve el tictac, de fondo. Y hay música en mi alma

-el viento me adormece con gusto a mermelada.

miércoles, 10 de enero de 2024

 Tejo un mantel con palabras, un manto.

Lo agarro en los extremos con mis manos.

Salto, y la tela se ambomba igual que un paracaídas. Mi distancia hasta el fin sigue siendo la misma. Mi objetivo: mesurar mi paso por el recorrido, aún ofertado; entretener mi visión mientras tanto a ritmo más pausado. Nada me salva, ni hay peros admisibles. Tan solo lentifico mi consumo inexorable. No describo, porque no veo, sino siento. Ni color ni paisajes. He cerrado los ojos. Parece que es invierno, y la madera cruje con su grito de siempre: apenas perceptible a mis oídos. ¿Es totémico el sonido? No lo sé. Lo supongo. Lo imagino. Puedo estar junto a mi madre, hace mil años, o mil océanos, o entre mil vientos de incertidumbres. Sin embargo, en mi estómago, la vida continúa. Siento hambre. Olvido este inútil empeño ¿en qué? Me atengo a lo único y veraz: lo primitivo: tengo hambre. 

Ya no es pasión, ahora, lo que me impulsa, sino lo viejo, de donde vengo, lo que sí soy, el artefacto tangible y definido, con lo que verdaderamente existo: animal, con hambre. Y en todo caso: animal hambriento gastando (¿malgastando?) su tiempo tras no sé qué luz.

martes, 9 de enero de 2024

 La primavera se extiende por la pared de los meses como dolor sin olvido, como el peor de los daños que hayas cometido. Ya no hay nieve que borre tus huellas en el camino. La chimenea bosteza mostrando su negra boca. La manta es artículo inútil. Qué mérito tendrá abril, cuál mayo. Maldigo al buen poeta y sus plegarias de eternas primaveras. Depreco yo, mediano rimador, más llorón que poeta, por todo lo contrario: necesito un invierno. Un invierno que ofrezca algún sentido a este discurrir continuo, sin alternancias, monótono, cálido, sí, y florido. Tanto como aburrido. Que no es vida esto, si lo analizo. Un invierno. Un invierno a lo antiguo, de escarcha en las cunetas, de vaho en los cristales, de aroma a sahumerio bajo el religioso manto de las nagüillas. De lirios blancos, violetas, amarillos; del anhelo del almendro y del romero allá en la sierra, por ser flor sencilla. De la traviesa aventura al regresar de la escuela dibujando, saltando, universos de órbitas concéntricas, líquidas, expansivas. De botitas de paño, luego, al amparo del ascua, secándose en la tarima.


(Este poema comencé a escribirlo hace ya varios días, cuando enero sólo era enero en el almanaque. Parece que mi ruego, quizás por ser tan sincero, no necesitó ser mostrado para surtir efecto por quién sabe qué misteriosos agentes. Hoy, que lo hago público, enero sí tiene pinta de enero en la calle, en el cielo, en el aire y en los campos, incluso en mi propio espíritu. Otras cosas sé de sobra que ni los mismos dioses podrán devolverme.)

sábado, 6 de enero de 2024

 Me siento entrando en una nueva preadolescencia, a la par que voy entrando en mi preobsolescencia, si es que no estoy allí ya.


Lo malo es que antes, si fallabas, no importaba: había futuro donde remendar, retractar, corregir. Y ahora ya no.


El tiempo excluye hasta lo peor: la capacidad, la oferta, la oportunidad de remendar, retractar, corregir.


Ya no hay ni un por qué, un para qué. 


Y en ese punto, digamos, mi preobsolescencia es igual a mi preadolescencia. Se actúa sin más; se actúa sin pensar en consecuencias. Es así.


Tengo absoluta certeza solamente de una cosa: voy a morirme. Lo demás qué importa, como en la adolescencia.


Canto, lloro. Leo poemas. Escribo poemas. Sí, voy a morirme. 


Cada vez más cerca. Cada vez me cuesta menos percibir su olor.


Me voy desnudando de lo absurdo ante ello. Es cuestión de peso. ¿Qué obligación pesa más ahora aquí que mi propia ceniza luego?


Canto, lloro. Escucho música. Veo películas.


Miro el fuego, relleno mi copa, pienso.


Ah, pero mi nueva perra joven, como la manifestación corpórea de las antiguas primaveras. Viene hacia mí, con sus ojos brillosos y su pelo áspero y a la vez tan dulce en mis dedos. Sus grandes manos, su gran fuerza. Y no más: ahí está el punto de mi dicha ahora. Como cuando yo también joven. Como cuando la leña, recién cortada, tardaba tanto en quemarse en la chimenea. Y cuánto calentaba.


Preadolescencia.

Preobsolescencia.

Ahora, es así, las veo idénticas.

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...