martes, 27 de agosto de 2019

SOLDADAS AL ALMA

Las alegrías de la infancia,
como semilla en granero
que de nuevo estar en la espiga pretende,
como agua en el charco que
a ser nube otra vez aspira,
lampan por repetirse.

Soldadas al alma,
no conocen erosión ni olvido.

Viajan con nosotros
por las vías de los años,
humildes, sencillas, calladas.
Pero acechantes
como estrellas tapadas
en noche de invierno.

Y así cuando a veces
no sé qué vientos cálidos
limpian y aclaran
los cielos mancillados
de nuestro vivir maduro,
ellas aparecen,
humildes,
sencillas,
mas con revuelo de bicis y balones,
de ferias y recreos,
y en la boca
algo así como con dulce sabor
a caramelo,
a mano de madre,
a salvación contra el miedo.

NOCHE DE TORMENTA ENTRE VOCALES

 La u y la i son pobres,
las pobres de la familia.

Siempre a las otras unidas.
Sólo suenan si se atildan.

-Qué redondez de la o,
añora la flaca i,
tan famélica y escuálida.

-Cuánto bello hay en la e,
llora la u malnutrida.
Quiere volverse crisálida.

-Oh gran reino de la a,
amada hada de nata.

En todo hay repartición,
buena suerte, y otra mala.

-Por poco no soy la o,
dice la u a la i.

-Pues mírame yo,
fideo entre e y o.

-Y hay quien dice que ni somos,
familia de las vocales.

-¿Pues qué leche entonces somos?
-Leí semiconsonantes.

-Menos que poco y na.
-Ni chicha ni limoná.

-Mas entre pobres con pobres
también diferencias haylas,
dijo la u repentina.

-No sé por quién lo dirás,
responde i sorprendida.

-Pues bien que lo sabes tú,
cuando vamos tú y yo unidas.

sábado, 24 de agosto de 2019

TRANSFUSIÓN DE SANGRES

Yo esperaba a que el mar me hablase de sí mismo para fotografiar con mis palabras
lo que me dijera.

No hacía más que mirarlo, su inmensidad, su incesante empuje, la espuma de sus olas, sus algas; su contenida exhibición de fuerza, como mastín que gruñe sin llegar a ladrar, pero intimida.

Aunque no sé. Quizás él no intentaba espantarme, quizás yo le gustaba, como él a mí, en una equilibrada danza de sumisiones y dominios.

No sé quién de los dos fue el primero, o fue ninguno.

El caso es que dentro de mí algo habló de pronto, y lo hablado no fue sobre el mar, ni sobre la tierra, sino de un cierto espacio exterior:

"Mi sangre está limitada dentro de mi cuerpo, gira constantemente dentro suyo,
se gasta pero se renueva al pasar por mi corazón, aunque retorna al circuito."

Todo eso y más me vino de pronto allí, entre la espuma, las algas y las olas del mar.

"Pero si agarro su mano mi sangre se vuelve cosmonauta en nave espacial que se acopla
a otra nave, y herméticamente acopladas ambas manos, se hace posible sin ningún peligro cierta transfusión de sangres, de modo que la mía se libera dentro de su cuerpo, duplica su espacio disponible,
y qué agradable es notarla surcar por sus venas como si fuesen las mismas por las que normalmente circula, sin extrañezas,
sin tropiezos, libre y fluida, como amada o tal vez esperada en ese otro territorio, tal en mí la suya".

sábado, 17 de agosto de 2019

Dicen que el corazón tiene ojos, manos, oídos, boca. Algunos además de pies tienen alas, y vuelan casi sin esfuerzo. Su olfato es intuitivo, jamás se equivocan, y esa exactitud también suelen utilizarla para precisar el tiempo: la contabilidad de las horas y de los años; la de las hojas de los árboles cuando el otoño aún no es ni un espejismo en las tórridas jornadas del verano, o la de las yemas tiernas que ni son todavía deseo en la rama durante los gélidos días del invierno.
Yo me pregunto cómo un ser tan privado de luz y de conocimiento exterior, puede saber tanto. Quizás como nosotros sus dueños, cuando apagamos la lámpara y nos quedamos en silencio en la cama mirando hacia ese todo que es esa nada colgada del techo, y comenzamos a pensar en nuestros asuntos, y se nos van aclarando las ideas de manera inversamente proporcional a la luminosidad del cuarto: el error cometido cómo se va transformando en arrepentimiento y éste en ganas de pedir perdón, o al revés, cuando uno es ofendido y a esa ofensa se le pulen las aristas y eres tú quien desea dar ese perdón. Cuando al orgullo se le desinflan las agallas y comienza a respirar por los pulmones, por esos mismos pulmones que todos tenemos; cuando lloras a escondidas por multitud de historias; cuando ríes y te ríes de ti mismo y piensas pero qué tonto he sido. Cuando la verdad en suma te llega sigilosa como un fantasma en la noche y con su dedo índice te muestra claramente cuál era y es el camino... es ahí, en ese preciso instante cuando sientes un sonido extraño, acompasado, misterioso, hondo. El de tu corazón latiendo bajo tu pecho, esa mágica linterna que no precisa bombilla y sin embargo... hay que ver lo que alumbra.

lunes, 12 de agosto de 2019

En el patio de mi taller estoy, sentado en el sillón de mimbre, con una cervecita y el tabaco sobre un taburete muy rústico que hice hace ya unos cuantos de años, y mi librito de Machado abierto bocabajo apoyado sobre mi muslo derecho. Aún me dura en la boca el sabor del tomate que me comí hace un rato, recién cogido de la mata, pelado, partido en dos, un poquito de sal en cada trozo, y si alguien me hubiese visto comerlo seguramente me compararía con ese niño que come melón en el cuadro de Murillo, porque el caldo tan abundante era difícil de contenerlo entre los labios sin que se escapase.

Leo, dejo de leer, bebo un traguito, enciendo un cigarro, miro al cielo, al campo. Está todo casi en silencio. No hace ningún calor para ser agosto ni se mueve una gota de aire. Leo el libro como si bebiese un jarabe, o más bien un dulce veneno. Apenas termino de leer un poema, a veces medio, a veces un par de versos solamente, y se ve que hoy Machado me sabe volver a abrir muy bien por dentro esa herida que nunca cicatriza en mí, tal vez porque yo mismo lo impido, porque ese extraño dolor interior me hace ver las cosas como yo quiero mirarlas, con una visión parecida a la melancolía y a la tristeza, aunque en el fondo no lo sea. Si la lágrima ya amenaza con resbalar detengo la lectura, y coloco otra vez el libro sobre mi muslo. Entonces me calmo, y es una calma superior a cualquier otra calma. Y las cosas, tanto las externas como las interiores, se ven distintas, se ablandan, se vuelven dulces, y si de un alimento se tratara, diría que son más digeribles. Todo recobra otro sentido, más vivo quizás, más presente. Las cosas me dicen que están, y yo lo compruebo. Es así.

Al fondo veo Puente Genil. Desde esta distancia, con los colores que la tarde a punto de vencer ofrece a la vista, parece una laguna de nieve entre un campo enorme de lavandas. Allí vine a la luz del mundo por primera vez, aunque era de noche. Creo que esa circunstancia marcó mi vida, porque siempre ando como buscando una luz verdadera.

martes, 6 de agosto de 2019

DE TIEMPO Y AGUA

Como en los labios,
con palabras transparentes, dulces, frescas,
se manifiesta un alma enamorada;
como en los pétalos,
con su fragante arrullo,
confiesa el jazmín
sus más profundos secretos;
como el lucero del alba,
infalible vigía,
nos anuncia otro nuevo amanecer,
así tú, fuente de tiempo y agua,
junto al frescor musical de tus caños,
junto al terso verdín de tu piedra,
me hablas de amor con palabras claras;
me devuelves, en secreto,
con tu alegre chapoteo
y ondas como sonrisas,
a aquel olor
de mi perdida infancia.

Observo mi reflejo en tu luna embalsada.

Sobre la cristalina quietud,
es la vida lo que pasa.
La escritura es esa casa que siempre me tiene sus puertas abiertas. A veces la desprecio, por motivos varios. Luego quizás me avergüence, aunque poco, porque en realidad la escritura no es nada, no es un ser vivo al que se le haga daño si la tomas o la dejas, aunque sí puedes hacer daño con ella, tanto a los demás como a uno mismo. Hoy la preciso, como tantas veces, y aunque creo que ya conozco todas sus habitaciones, sus escaleras, sus desvanes y sus sótanos, es mi escritura, algo así como mi casa, mi refugio, el lugar donde mejor descanso e intento protegerme de "muchas y variadas inclemencias meteorológicas".

A grandes luces descubiertas, mayores sombras las circundan. A mayor duda resuelta, multitudes de dudas nuevas surgen de ella. Con lo cual ya está la trampa funcionando. Si te estancas no creces, si creces a veces te trabas, si te destrabas te aburres, si te aburres te estancas, y buscas nuevas dudas que dilucidar, y así siempre, siempre en constante movimiento donde te sientes crecer, aunque tanto lo del tamaño como lo del movimiento parece ser que siempre es relativo.

¿El pensamiento te condena o te libera? Puede que las dos cosas. Puede también que ninguna. Llevo bastante tiempo con una frase de una canción de Manolo García en mi cabeza. Es ésta: "Ojalá pudiésemos fluir, como cadenas de eslabones de lógica". "Ojalá", es un deseo, si lo deseas es porque no lo tienes; "pudiésemos", el verbo está en condicional, que casa muy bien con ese deseo, pues lo que deseas está sujeto a unas condiciones que no dependen de ti; "fluir", es decir, moverte sin tropiezos, fácil, y sin interrupciones; "como cadenas de eslabones", que cada pensamiento vaya sujeto al anterior y al siguiente, que haya una correlación entre ellos, que se cree un campo de pensamiento, una especie de cota de malla con la que estar siempre protegido de la terrible duda, y tampoco es crear dogmas universales que sirvan por igual para todos, sino individualmente tratar de alcanzar tu luz, de cortar las cadenas que aprisionan tu mente cuando no entiendes algo; y por último "de lógica", la gran enemiga de la duda, su antítesis, la resolución todopoderosa, la verdad indiscutible...  Pero este final te hace volver al principio, pues toda la frase está sujeta a la expresión de un deseo condicionado. Con lo cual entramos en el campo de lo utópico, pues lo que verdaderamente expresa esa frase bajo mi opinión es que somos limitados, no sé si para bien o para mal, no somos dioses, y dudo de que aquella persona más inteligente de la tierra, sea plenamente feliz. La felicidad y la tristeza las comparo con las copas y las raíces de los árboles, independientemente de su tamaño, si unas están a la vista, las otras están escondidas. Lo que veo me dice que existe esa otra parte que la completa, es decir la que no veo, pero escarba, escarba, y verás como existe.
Creo que cuando escribo algo, lo hago con la sensación de no saber si al terminarlo volveré a escribir.

Escribir, en sabiendo escribir, es decir, literalmente, tal y como nos enseñaron en la escuela, es fácil. Esto por ejemplo de ahora, pienso en algo y lo plasmo por escrito.

Es complicado lo que trato de explicar, pero lo intentaré.

Yo no sé si hay por ahí mil sonetos fraguando su llegada a mí para que los escriba, o hay cero. Entonces vivo en esa incertidumbre. Porque no se trata de voluntad de escribir tal o cual cosa, sino de ser invocado por ella, de ser usado, utilizado. Por ella o vete a saber por el qué.

Ésa es la escritura que yo quiero, la que no domino, la que no se deja apresar, la que viene no sé de dónde. La que siempre ando esperando a que me llegue. La que a veces llega, me usa, y desaparece de nuevo a su misteriosa cueva hasta cuando le plazca volver. Si es que vuelve.

sábado, 3 de agosto de 2019

ASHIA

Ashia fuera de chocolate y menta.
Ojillos de café, rizos de selva.
Colina donde el sol naciese un día.
El eco del tam-tam en la pradera.

Ashia espantaría todas las fieras,
las tretas del espíritu maligno.
Maestra del caldero y el ungüento.
Ligera en la danza como gacela.

Pulcra la piel de arena del desierto.
La alegría en un canasto de juncos.
Vegetal caminando por la tierra.
Su corazón de la mejor arcilla.

Susurro al raso de brisa y de fuego,
así sería su voz, la de la noche.
De ideas claras, limpias, alumbradas,
igual que las estrellas en el cielo.

La luz para el hogar cuando el ocaso.
La que prolongaría larga estirpe.
La sangre de su sangre por el tiempo.
Su bastón, la mano del primer nieto.

Ashia no conoció el amanecer.
No supo de la luna ni del viento.
No alcanzó la doble cima del pecho.
No supo del abrazo, ni del beso.

Víctima del horror y el sinsentido
en las profundidades del Estrecho.

jueves, 1 de agosto de 2019

QUE VAYAS A ABRIR LA PUERTA, CANTABA HOY EL DE TRIANA

Para recorrer los últimos cien metros antes de llegar al convento tuve que echar mano de mi mejor pericia como conductor. El fuerte viento me inclinó el coche de tal manera que tuve que conducir sobre las dos ruedas laterales de la izquierda. Yo desde dentro intentaba hacer contrapeso levantándome lo que podía del asiento e inclinando mi cuerpo hacia la derecha, y dando así como empujones, tirones al volante, haciendo con la cabeza así, así, así, sí, así, como si tuviera un tic, como si fuese hijo de la crucera, aquella que lavaba los pañitos de San Sebastián, y con la lengua fuera, pisándomela con los dientes y medio asomada.

Pude llegar. Logré aparcar tras el parapeto de los sillones de piedra, y con un último empujón, el coche volvió al suelo sobre sus cuatro ruedas.

Pero ay después cuando dije a salir. Por temor a que la puerta al abrirla saliera aleteando metí mi pie izquierdo sobre la agarradera de la puerta, y mis dos manos. Me trabé de tal forma que ahora no podía sacar una mano para darle a la maneta de abrir la puerta. Por fin pude sacarla, y abrí. El viento me sacó del coche y caí al suelo con un pie y una mano metidas todavía en la agarradera y la otra mano haciéndome la señal de la cruz en la frente.

Como pude saqué mi pie y mi mano, me puse a cuatro patas. Sacando fuerzas de donde no las tenía cerré la puerta y entré al convento reptando, igual que un marine en Vietnam.

Cuál fue mi sorpresa al entrar. Bajo los aleros del patio del compás pude ver apiñados un cuadrillón de albañiles abrazados entre sí; los paguitas tambien estaban allí refugiados, que son ese grupo de hombres que están todo el día y todos los días dando paseos por el cerro, que o bien son jubilados o enfermos o están cobrando el paro, son los paguitas, claro. También había un montón de aves, gorriones, tórtolas, palomas, y la mujer esa de la Vicaría que tiene un montón de perros, pues allí estaba también, ella y todos sus perros.

Al verme un albañil me lanzó una cuerda. Un extremo sujeto por varios forzudos albañiles y atado además a una de las columnas de piedra centenarias. El otro extremo me lo até fuerte a la cintura. Ellos tiraban y tiraban, yo me aferraba a la cuerda mientras entonaba desesperado las lamentaciones de Jeremías.

Me abrazaron con lágrimas en los ojos, la mujer de la Vicaría también, y sus catorce galgos y diecisiete raterillos me lamían los esollones.

Me dirigí entonces hacia el portón de entrada al convento propiamente dicho pegado a la pared como camina el curvitas por las aceras. Llamé. Me abrió una monja. El aire que le levanta el hábito, yo como el que no quiere mirar, pero viendo, y vi. Unas piernas tipo Macario, luengas lianas de pelo colgantes. Pero ay cuando miré un poco más arriba. Yo me creí que aquello era un nido de mirlos. Como las clarisas derivan de la orden franciscana, digo nada, su afán de protección animal las lleva a lo más disparatado. Pero no, aquello era lo que era, es decir eso, sí, eso. Por Dios, cuánta frondosidad, qué exuberancia, qué Amazonía. Tal vez eran aves exóticas lo que sonaba graznando desde aquel centro tan negro como el carbón. Y eso que la mayor parte estaba oculto bajo la ropa interior. Pero que viendo los reorsitos, digo qué no habrá ahí debajo!

Y bueno, poco más. Entré. La monja sonrojada cerró la puerta diciendo huyuyuyuí. Hice mi trabajo. Cobré, y me salí del convento con mi dinero y una caja de pollitos de lavar como regalo.

El aire se había calmado.

FIN

  Allá por las últimas alturas respirables le dijo el zángano último a la abejita reina: -Frótate una de tus últimas patitas por entre la úl...