Las alegrías de la infancia,
como semilla en granero
que de nuevo estar en la espiga pretende,
como agua en el charco que
a ser nube otra vez aspira,
lampan por repetirse.
Soldadas al alma,
no conocen erosión ni olvido.
Viajan con nosotros
por las vías de los años,
humildes, sencillas, calladas.
Pero acechantes
como estrellas tapadas
en noche de invierno.
Y así cuando a veces
no sé qué vientos cálidos
limpian y aclaran
los cielos mancillados
de nuestro vivir maduro,
ellas aparecen,
humildes,
sencillas,
mas con revuelo de bicis y balones,
de ferias y recreos,
y en la boca
algo así como con dulce sabor
a caramelo,
a mano de madre,
a salvación contra el miedo.
martes, 27 de agosto de 2019
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