viernes, 27 de diciembre de 2019

El negro engaña, el negro encubre y miente.
No, no intento remedar al Guillén
del Sóngoro cosongo.
Me refiero al color del cielo por la noche,
al de su gabardina decorada
de estrellas rutilantes -en los mejores casos-
tomándonos por tontos,
como si no supiéramos qué esconde.
Pero aun así le seguimos el juego,
y preparamos sopa o intentamos poemas,
o acaso tienes suerte porque tu calendario
indica que hoy es viernes,
y te vistes de viernes y sales a la calle
cuando de sobra sabes que no vas a encontrarte
con el mar de tus sueños pues vives tierra adentro
de mares y de sueños hace ya muchos años.
Si acaso una evasiva caminata entre bares
en los que venden ron
donde tal vez te creas navegar
con un parche en el ojo como bravo corsario,
la puerta el horizonte, gaviotas son la música,
la bruma las volutas del cigarro 
donde hiendes la vista esperanzada
en que asome una isla o esa princesa amada
cuyo nombre es la equis en tus mapas.
Pero en verdad ya saben: el retorno a la casa
recalentando sopa o intentando poemas,
quitándote el zapato que te aprieta
la puntera de tu pata de palo,
mirando a las estrellas -en los mejores casos-
a través del cristal del camarote
que no da, por asomo, a los mares del sur,
sino a un patio donde madura, lánguido,
un mandarino triste y desolado
entre el negro embustero de la noche.

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