Entra un fresquito a esta hora por mi ventana que me alimenta. Leo a Miguel Hernández mientras pienso en muchas cosas. Una de ellas ha sido el propio libro, éste en concreto de Hernández, que son dos libros en uno, El hombre acecha, y Cancionero y romancero de ausencias. Las últimas páginas no existen ni la contraportada, se las comió por un despiste mío una cabra que tuve. Además se mojó un día no me acuerdo cómo y están las páginas acartonadas. En este punto yo también puedo ser un Cortázar e inventar planos distintos que se mezclan y confunden a partir de aquí. Por un lado las poesías de Hernández, bellísimas, sobre todo para mí las del Cancionero. Por otro esas páginas que faltan y su porqué, que dan pie a un cuento de una cabra que se comió un cacho de libro de poemas y en lugar de berrear recitaba. Y por otro el libro físico en sí, el sonido crujiente de sus páginas al pasarlas, que para mí son pura musicalidad.
Me gustaría un día que leyeses este libro mío, que escucharas ese sonido de sus hojas, y que vieras la gamberrada inconsciente (¿o no era inconsciente?) de mi cabra. Era negra, bajita y muy graciosa.
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