Lanzo mi mano al aire,
ágil como un relámpago,
como si fuese a atrapar en su vuelo
un insecto alado y rapidísimo.
Preso el instante en mi mano,
la cierro, la aprieto,
la dejo suspendida ante mis ojos por un tiempo (pesado como un puño
apretado de rabia, de furia. También de triunfo).
¿Triunfo?
La abro.
No hallo nada.
El instante ya es recuerdo,
el eco disminuido de un dolor,
la foto en blanco y negro de una luz,
un bit en el electrocardiograma
del corazón.
Sólo queda ese sueño luego
(torpe, cojo, tuerto),
de pretender eternizarlo
en las arenas movedizas
del papel.
Y tener la osadía
de llamarle poesía.
lunes, 23 de septiembre de 2019
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