Hay momentos
en que las palabras
se cubren de invierno
y aparecen deslizantes
como peces
en la mano.
O acaso es al revés:
cuajado y frío, es el papel
lo que resbala.
Es entonces cuando ellas,
las palabras,
se atan equis y uves dobles
en sus pies
a modo de crampones,
e igual que alpinistas,
van desplazándose con cuidado
de renglón en renglón,
de asterisco en paréntesis,
de duda en devaneo,
procurando llegar sin lastimarse
en su descenso
a la cumbre.
O quizás no son ellas ni el papel
(siempre tan empinado en tales casos)
sino el asunto, el motivo, el porqué
que las llevó a tal hazaña
lo helado,
lo resbaladizo,
lo escabroso.
Lo más aconsejable entonces
tal vez sería acallarlas,
esconderlas, adormilarlas,
como osos que hibernan en su osera,
y esperar qué dirá
la primavera.
viernes, 18 de octubre de 2019
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