Igual que mata, aniquila y hunde,
también la mar a veces sana, salva, reflota.
Allá donde el hombre vaya,
con él irá su sombra y su problema,
su duda y su pregunta.
No eran oros ni noticias
de nuevos reinos conquistados
lo que hoy te traía,
serena balsa de turquesas
derretidas.
Ni historias de triunfantes periplos novelescos,
ni ecos de tanta ilusión
vertida en gloria.
Y aunque en él latían por bramar,
quien calla otorga.
Y te habló con palabras de silencio
como se hablan
la brújula y el norte.
Y te orientó,
no hacia aquel cielo
hoy plomizo y aplastante,
sino hacia sus fondos más profundos,
hacia allí, hacia donde habita
aquello que no se ve ni se sabe,
como en secretas cuevas
también a veces
nuestro propio corazón
nos sorprende
en noches de tormenta y deriva,
cascado el casco y el velamen,
en dos partidos alma y timón.
Y amor volviste a gritar,
amor.
Dichosa salvación,
isla infalible.
Y todo se volvió armonía.
Secaste lágrimas.
Ya disfrutabas con los rayitos de sol
filtrados entre el esparto
como en la cuadra de Platero
llovían claras monedas de fuego.
Lindo era escuchar lejanas gaviotas.
Un buque tal vez militar
rompía la línea del horizonte.
Alguien remaba, sutil,
como sin esfuerzo,
sobre aquel tierno tapiz de acero y plata. Algún niño gritaba al salpicarle la orilla.
Triunfaba en todo la templanza
y a verdecer volvieron
en tu vientre margaritas.
¡Ganamos, oh aliado mar!
Atardecía y, cual Cid campeador librada nueva batalla,
volviste la cabeza al irte
y un último espectáculo
apuntilló tu tristeza:
algo así
como una fiesta de estrellas
brincando sobre el agua.
viernes, 12 de julio de 2019
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