domingo, 13 de mayo de 2018

Ya huele el campo al perfume de la siega.
Primera y verde siega, la de los henos,
la de la avena, la alfalfa, y algún que otro trigo malaventurado.

Por mi proximidad al campo, participo involuntariamente en la fiesta. Siendo sincero me siento aparte del espectáculo. Ni tengo campo, ni ya tengo animales a los que alimentar con heno. Y continuando con la sinceridad tampoco los echo de menos. Pero siempre es atrayente ese perfume, engatusa. En verdad es el perfume de la muerte, pero uno es tan bucólico que se deja arrastrar por el olor y casi me vuelvo vaca, yegua o cabra (mejor lo expreso en femenino que tener que escribir toro, caballo, o...) abriéndoseme de par en par los portones del apetito junto con cierto poético entusiasmo.

Vigilo cada día las distintas etapas de la siega; ya digo que mi proximidad al campo y mi paso diario por su lado así me lo permiten.

El primer aviso es el del sonido del tractor. Todo lo escucho desde mi taller, donde aunque nunca deja de sonar Radio Clásica, siempre la mantengo a un volumen discreto. Es algo parecido a cuando llegan las golondrinas que anidan en mi taller después de pasar su africano invierno. Me asomo y veo al tractor segando. Una enorme guadaña va cortando a rape los tallos granados de avena de la finca aneja a mi taller. Me gusta asomarme, más que por la visión, por el olor tan penetrante del corte de los tallos; cosas así de sencillas que no están en venta en los supermercados: o te asomas y lo hueles o se perderá en el aire hasta el próximo año.

Los tallos cortados los dejan varios días de oreo tal cual quedan tumbados en la tierra tras la siega. Pasados esos días al tractor le han cambiado la enorme guadaña motorizada por una especie de ruedas como de recios alambres que van volteando las mieses a fin de que todas se oreen por igual. Pasan otros cuantos días. Ahora al tractor le han colocado la alpacadora. Esto es muy curioso de ver. La alpacadora es como un cajón mágico, como cinematográfico: entran los forrajes por un lado y salen por otro convertidos en grandes prismas rectangulares fuertemente atados con varias cuerdas, que van cayendo a la tierra. Sinceramente me encantaría ver un día el interior de esa máquina; más me inquieta ese misterio que el del Triángulo de las Bermudas o el de los agujeros negros del espacio.

Las alpacas sí que no las dejan mucho tiempo en la finca; es un visto y no visto el que alguien venga pertrechado de algún vehículo con remolque y en un santiamén, entre varios muchachos u hombres bien organizados y en perfecto equipo lo dejan todo recogido.

Al día siguiente lo más normal es ver sobre el rastrojo una piara de cabras u ovejas apurando los suculentos restos, o un mulo o un caballo amarrado y que amarrado permanecerá, pobre de él, durante buena parte del tórrido verano de estos parajes sin más tejado ni sombra que el mismo cielo.

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