jueves, 24 de mayo de 2018

Esto es un diálogo íntimo y vegetal
entre ese árbol y yo.
Aléjense -lo más lejos posible-
curiosos lenguaraces
que no saben entender el idioma de los árboles.
Mi trabajo me costó entenderlo.
No soy ningún lumbreras.

La primera regla, la más difícil,
para poder dialogar con ellos es estar en silencio,
pero no un silencio cualquiera,
con estruendosas inhalaciones y exhalaciones de aire al respirar, o el golpeteo atronador del corazón
como tam-tam africano
latiendo sin ton ni son.

Más silencioso aún,
todo lo que puedas
y debas estar callado.

La segunda regla es la quietud.
Quietud de mármol, quietud de momia,
quietud de pirámide egipcia,
quietud de aire enamorado tras un beso,
ser la viva quietud de la misma muerte.
Y si la pose te cansa, que sea el viento y sólo él quien te mueva.

La tercera es aprender a desechar colores.
Esta regla me gusta mucho. Porque con ella de paso aprendes verdaderamente el significado de varias palabras: necesidad, avaricia, importancia, opulencia, justicia...
Han de bastarte un par de tonos de marrón, ótro de verdes, un naranja, un amarillo, dos o tres rojos... Los azules son para el cielo y el mar, para las banderas de las playas, y para ojos escandinavos; del blanco al negro pasando por todos los grises son para las nubes y la noche.
Los demás se reparten justamente entre el resto de cosas que pueblan las tierras y las galaxias, salvo un rosa, que es para tus labios.

Con estas tres reglas básicas podrás comenzar a entenderte con los árboles.
Con estas tres reglas podrás sentir lo que es depender de la tierra.
Y de ti.
Y de la lluvia.
Y de mí. Y del sol.
Y de los dos.
Y de todo.
Y de todos.

Con estas tres reglas, si no eres muy torpe, podrás entender que para dialogar de tú a tú con los árboles
sobran las palabras.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Si el poeta se duerme en su palabra, el pueblo al que le canta se empobrece. Si el pueblo se empobrece y adormila, el poeta se agranda, des...