viernes, 25 de mayo de 2018

Os lo aseguro: están ahí, escondidas, a veces bajo el polvo negro de un negro pensamiento; otras veces un remolino de desesperanza es quien las oculta. También un exceso de júbilo les hace retroceder asustadas a su concha igual que las caracolas.

Y pasas sobre ellas, y no ves nada, nada sientes, como cuando cruzas por un lugar que antes fue camposanto o campo de batalla; o mísera casita ya extinta donde se besaba el mendrugo de pan duro con la almohada de paja, áspera y cálida.

Son tantas, y tan diversas. Tan antiguas unas, otras tan nuevas. Las hay malsonantes, dulces, lastimeras. También las hay falsas, tremendamente falsas. O están, pero a medio hacer, como el espermatozoide y el óvulo; como una carta por escribir a los reyes magos; como el beso anhelado de un amor que no te corresponde...

Os lo aseguro, repito: siempre están. Abre tus ojos y tu corazón. Obsérvalas; escúchalas. Son las palabras, las que cuentan historias, las que enseñan, son la almohada, un paño para las lágrimas, un armario de sueños, para mí mi amigo más íntimo, y en ellas me desdoblo, sueño que alcanzo, y lo alcanzo, sueño que vuelo y vuelo, caigo y sueño que vuelo, lloro y sueño besarte, duermo y estoy bailando, hace un calor insoportable en mi desierto donde de pronto han crecido palmeras que dan sombra, no tengo un duro y me quedan dos cigarros, sueño con volcanes que echan humo...

Todo está ahí, cada tarde, esperándome, en mi papel en blanco.

Y en el tuyo también.

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