Y estarán ahí, a saber dónde, fieles y puntuales
como cada tarde, igual que nubes preñadas de agua
ansiosas por parir hacia la tierra.
Pero hoy la tierra está cubierta no sé por qué paraguas. No quiere lluvia. No quiere sol. No quiere germinar nada.
Sólo quiere que llegue la noche, cerrar los ojos, descansar por unas horas del duro oficio de ser tierra.
Mas ella no descansa nunca. Hay quien escucha el crujir de los tallos creciendo en la madrugada, mínimas explosiones de flores al abrirse, el mortal golpe apagado de un ave pequeña al caer del nido.
Y qué decir del incesante beso del río en sus labios de la orilla, el incansable escarbar del topo o el hozar del jabalí, la risa macabra de una hiena asesina extremeciendo hasta las raíces en ella hincadas en vísperas del alba.
No. Ella nunca descansa.
No es de extrañar que a veces
en noches estrelladas
se queda mirando hacia la Luna, callada, pensativa, como diciendo: tú sí que estás tranquila.
Qué pensará entonces la Luna desde
allá arriba.
miércoles, 30 de mayo de 2018
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